"Affection"

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—Contigo siempre funciona así, ¿no? —me preguntó Henry mientras acariciaba mi espalda desnuda, lo miré detenidamente, tenía mi mentón apoyado en su pecho.

—No entiendo, ¿a qué te refieres?

—Hoy, el amigo de Lawrence se quedó hipnotizado contigo —me explicó con su habitual temple.

—¿Te molesta, Henry? Tú quisiste llevarme allí, en primer lugar —le recordé livianamente, luego sonreí divertida—. Te molestó, ¿verdad?

—En un principio, sí —admitió—. Luego te vi follando con él y no eras ni la mitad de lo que eres conmigo.

—No me interesaba estar con él —me sinceré sin dejar de mirarlo.

—¿Con quién querías estar? —preguntó cínicamente.

—Contigo.

—No quiero volver a jugar contigo, Sharon —se sinceró unos segundos después. No me sorprendió tanto oír aquello—. No si alguien más debe tocarte.

—No me molestó verte con Lawrence —confesé. Él sonrió a medias.

—Tampoco me interesa estar con ella o con cualquier otra mujer. No es lo mismo si no es contigo —no quise admitirlo, al menos en voz alta, pero en ese momento pensaba exactamente lo mismo.


Había perdido el control de las noches que me dormí desnuda, abrazada al cuerpo de Henry, sintiendo su respiración y su aroma junto a mí. Tampoco recordaba la última vez en mi vida que me había sentido tan cómoda y protegida, quizás nunca lo había sentido de aquella manera realmente.

Lo encontraba mirándome mientras me concentraba en otra cosa, como cuando salía del baño y me vestía frente al espejo de la habitación, cuando preparaba café o cuando me salía de la cama envuelta en una sábana a fumar al pequeño balcón. Encontraba aquel hecho adorable, verlo concentrado en mí. Quería quedarme allí por siempre, saltar a sus brazos y dejarme ir a donde Henry Taylor decidiera llevarme.


—París fue mágico, ¿no lo crees, Shar? —preguntó mientras se acercaba al balcón donde yo fumaba un cigarro bajo el cielo estrellado.

—Lo es aún —lo corregí.

—Por unas pocas noches más —su voz se oyó un poco apagada al aceptar aquel hecho.

—No quieres irte —deduje volteando a verlo. Sus ojos celestes me miraban.

—No, no quiero irme —aseguró—. Cuando regresemos sé que te escaparás de mis brazos, Shar.


Guardé silencio, sin saber qué decirle. Las últimas tres semanas me sentía diferente con respecto a Henry. De repente ya no era un desconocido, ni un tipo que ostentaba poder comprarme de la manera que él quisiera, cuando quisiera. Simplemente me abrazaba en las noches, reía conmigo, tomábamos cerveza, escuchábamos música y follabamos como los dioses. Quería eso, claro que lo quería. Quizás podía encaminar mi vida, conseguir un empleo, mantener una relación con aquel magnífico hombre. Tal vez Eric Wilson tenía razón, alguien fuera del prostíbulo podía cambiarme la vida y amarme.

Pero yo era Sharon Williams, la mujer menos expresiva del mundo y poner todo lo que sentía en palabras me era una misión casi imposible. Cómo le decía que no quería huir, que no quería cambiar lo que había surgido allí en París entre nosotros.


—No lo haré —solté después de unos minutos, nuestras miradas estaban firmes entre nosotros.

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