Prólogo

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Disclaimer: The Seven Deadly Sins y sus personajes pertenecen a Nakaba Suzuki.

Aparentemente, todo en su vida iba bien. Era una chica normal que vivía en un sitio normal y que tenía un hermano normal. Todo, sin embargo, muy monótono y cotidiano. Más bien, ella sentía que tenía una vida simple, mediocre.

La sombra gigantesca de su hermano mayor opacándola era un continuo suceso. Y no podían faltar, por supuesto, los reproches de su padre, las comparaciones, los atosigamientos y otros traumas que vivió durante su adolescencia. Porque, en realidad, no valía para nada. Se lo habían repetido tantas veces que ya creía que aquello era real. Una mentira contada cien veces se convierte en verdad; al menos, eso dicen.

Era cierto que no era poderosa o fuerte como Gustaf, pero algo que sí poseía en su interior era tenacidad.

¿Cuál era su destino? ¿Casarse, cuidar de sus hijos, esperar a su marido en casa? No. Tenía claro que eso era lo último en su escala de prioridades.

Quería volar, correr, ser libre, no estar detrás de su hermano por siempre, no fijar su vista solo en su ancha espalda, no sentirlo inalcanzable. Quería ser su igual, caminar a su lado, ser valorada y respetada por él y por su padre. Pero, por sobre todas las cosas, su objetivo era otro.

Quería proteger.

Sabía que había nacido para eso. Ser Caballera Sagrada era el sueño de su niñez, adolescencia y etapa adulta. Era su propósito en la vida: que la gente la mirara a los ojos y le agradeciera por haberlos salvado, cuidado, cobijado.

Pero, pronto, al no conseguirlo, dejó de ser un anhelo para convertirse en una obsesión. Y cuando uno está obsesionado con algo solo puede pasar una cosa: que aquello en lo que piensas día y noche, que aquello que te quita el sueño, te acabe robando el alma, el propósito por el que luchabas.

Nadie está fuera de peligro de caer en la tentación y Jericho, débil en aquel momento en el que no sentía apoyo de nadie, en el que quería obtener poder para ser aceptada y para demostrar su valía ante su familia, cayó.

Muchas fueron las noches después de todo lo que pasó en las que despertó entre temblores y gritos, en las que las pesadillas de ella misma convertida en un monstruo la acechaban. Pero todo cambiaba en aquellos terribles sueños, pues Ban nunca aparecía y acababa matando a su hermano. No obstante, esa no era la realidad, pues, de hecho, Ban sí estuvo allí para salvarla, en el momento y lugar precisos. ¿El destino, tal vez?

Y ahí estaba su gran salvación y el mayor de sus problemas.

Ban, aquel hombre al que había odiado como nunca hizo con nadie; al que acabó amando con una pasión que pensaba que no sería capaz de sentir. Porque ella no quería estar supeditada a un hombre, no quería ser la sombra de un hombre, no quería sentirse así de nuevo.

Sin embargo, amar al Pecado de la Codicia no le hacía sentir nada de eso.

Queriéndolo sentía que la libertad que tanto había deseado por fin llegaba. Aunque no la correspondiera, aunque él ya estuviera enamorado de otra. Amar a Ban era desplegar sus alas y volar alto, muy alto por la inmensidad del cielo.

Pero también sentía miedo. Porque no quería que el objetivo de su vida fuera conseguir su amor, no quería que aquel hombre que había sido el primero capaz de robar su corazón se convirtiera en una obsesión.

Por eso, aquella noche decidió alejarse de él. Sabía que sus sentimientos eran cándidos, puros, pero estaba aterrorizada porque sentía que, si seguía en aquel viaje cuyo objetivo no era otro que resucitar a Elaine, acabaría corrompiendo su corazón, ensuciando el bello sentimiento que le profesaba a Ban y oscureciendo su alma sin remedio.

InsustancialidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora