Una Última Fiesta

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Capítulo 8 - Final.

Al bajar cada peldaño por esa escalera, los espasmos en mi cuerpo se habían intensificado el doble con cada paso dado, el frío de muerte que sentía llenarme me atosigaba, y podría jurar que se me estaba dificultando el respirar aún cuando no tenía nada ajustado encima que pudiera provocar aquel efectivo. Mi madre me seguía de cerca con expresión impenetrable, la misma expresión que me fue obcecada cuando fui salvada a medias de haber sido violada el mismo día que desperté en esa habitación; al menos la primera vez sí pudieron salvarme.

Mi padre también me seguía de cerca, con su mano apretando fuertemente mi antebrazo a lo que yo me cuestionaba seriamente si no habría dejado marcados sus enormes dedos en mi lívida piel.

Cuándo los últimos escalones fueron vistos de cerca, los aplausos se dispararon en flashes y yo no sabía explicarme porqué ese sonido tan remotamente bueno en la mayor parte de las ocasiones, ahora me resultaba odioso y tétrico. Donde lo tétrico resaltaba más que la primera definición.

—Bienvenidos a la última fiesta que marca el final de un mes cargado de las mejores ganancias, de una época que ya ha sido finiquitada y donde una nueva aguarda por ser iniciada —la voz de Luke inundó la estancia y mi estómago sintió un arcada; llevé una de mis manos a mi boca y traté de hacer que la bilis regresara a donde debería estar siempre en primer lugar.

Mi madre me miró preocupada pero yo únicamente hice un mohín con los labios y sacudí una de mis manos intentando expresarle que estaba bien. En alguna especie de verdad falsa.

—Mi adorada mujer, la señorita Eliana Logan, va a deleitarnos con una de sus piezas de piano profesionalmente interpretadas para iniciar con la hermosa velada —mi boca se abrió con sorpresa y mi madre me lanzó una última mirada antes de caminar al escenario con una especie de recorrido en su triste expresión de verse normal. La mano de mi padre que hasta ahora había estado sobre mi antebrazo en todo momento se movió para posarse —o más bien anclarse—, en uno de mis hombros. 

No me moví ni un centímetro, simplemente parpadeé un poco y me volví para mirar a la rubia sentándose elegantemente sobre una otomana antes de posar sus delgados y largos dedos sobre las teclas y empezar con un suave acorde en do sostenido mayor antes de inundar la habitación con los colores brillantes de Preludio n.°3, BWV 848, de J.S.

Mi corazón se saltó un latido y los ojos se me llenaron de lágrimas. Es la pieza, es la pieza que siempre ha revoloteado y revoloteado mis recuerdos de una niñez que compartíamos; es la pieza que ha sonado en mis sueños y la que siempre había querido escuchar nuevamente de ella, la mujer del piano, la mujer que me dio la vida, de mi madre.


...

Sentada sobre uno de los sofás de la sala de mi casa con un vaso de leche tibia sabor a chocolate entre mis manos me encontraba yo, entrecerrando los ojos mientras tarareaba la melodía saliente del piano que mamá me tocaba, tamborileando mis dedos sobre el brazo del sofá tratando de seguir el ritmo lo mejor que pudiese hacerlo una niña de tan solo 6 años de edad para una pieza tan complicada como lo era aquella. Mi madre sonreía desde el piano mientras sus ojos azules se paseaban por éste y por mi cuerpo de manera intermitente, mientras yo le sonreía dulcemente bebiendo mi leche con sorbos pequeños.

Cuando la pieza terminó, mis aplausos se escucharon con euforia y mi madre caminó hasta mi cuerpo y me elevó por los aires antes de besar mis dos mejillas con devoción, yo la rodeé lo mejor que pude con mis dos brazos y finalmente el rostro que siempre había visto borroso se aclaró y vi esos ojos azules con detalle por primera vez en mi vida. La había recordado, después de mucho tiempo intentándolo, su rostro finalmente había terminado de tomar forma materializando mis recuerdos.

Entre Recuerdos Y ArmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora