23 Te atrapé

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En el inicio de este libro, Ever, el duende, hurtó cuentos al Professor Gerardo van Junker. Los acomodó en los estantes de su puesto de feria, con una tapa que representaba la obra, así La Estatua fue etiquetada de terror, El Fenómeno como de amor, entre otras decisiones cuestionables. Hizo esto porque aborrecía los títulos originales, le parecían burdos y rebuscados; aparte de que los duendes no entienden un carajo de nombres complicados. Todos esos versos que recitaba los hizo como propaganda para cambiar los cuentos por comida y vicios (entre ellos el alcohol).

El hambre descomunal del pequeño engendro (y la abstinencia) lo llevaron a meterse en la casa del Professor (sí, ya sé que profesor lleva una sola S, pero el señor van Junker seseaba, lo que con los años lo llevó a duplicar la S al momento de escribirla). Como el tipo no tenía más que una botella de agua, medio limón y un saché de kétchup, no pudo calmar los gritos de su estómago. Eso sí, había una botella de whisky Pata Vieja en una repisa inalcanzable para él.

Buscó y revolvió a lo bobo. Cuando encontró el cofre del escritor, tomó los cuentos. Algo podría hacer con ellos. Es más listo que los demás duendes o al menos, se cree ese verso.

–¡Pasen, pasen!

–Te encontré, imbécil –dijo Gerardo.

–¡Oh, pará, loco! , bajá un cambio. No soy imbécil porque ni soy viejo ni uso bastón.

–¡Sí, usás bastón! ¿Qué tenés en la mano sino? ¡Devolvéme mi legado!

–No seás infantil, ni exagerardo. Este puñado de cuentos de puño demente, no conforman un legado.

–No me importa, devolvemelo y andate a la cucha.

Los demás bichitos rodeaban al humano. Se frotaban las manos por el batifondo. Si esto sigue así, terminan a las piñas, murmuraban.

–Dale... ¡qué esperás!

–Te propongo que me pagués con whisky. ¡Ojo! , no te pido una botella grande... con la petaquita me conformo.

Las carcajadas amanecen del horizonte que forman la lengua del Professor y el interior de la garganta.

–¿Cómo voy a pagar por algo que me pertenece por ser el artífice? ¿Cómo voy a pagar por algo de lo que soy progenitor?

–Porque así son las cosas: Uno trabaja; puede crear de la nada algo con mucho esfuerzo y luego viene el ladrón que te lo arrebata y te explota. Lo que pasa es que cuando el que viene es la "Gran" empresa, te da unas cuantas monedas y pensás que te pagan tu trabajo. En realidad le estás vendiendo tu vida y tu alma. Le vendés horas que no vas a recuperar. Nunca.

La coherencia de Ever sorprendió a Gerardo y hasta a mí. A lo mejor sí es inteligente.

–Cuánta razón tienen tus palabras, diminuto, pero eso no justifica el robo.

–Y bueno... –dijo emitiendo tres "eh" como si fuera una emulación de risa, pero con otros sonidillos cargados de picardía– robar, tomar prestado son perspectivas.

–Sos un diminuto indignante.

–Vos: un petiso que se cree grande y es enarista.

–¿Y eso?... ¿Qué significa?

Enarista es una persona que discrimina a los enanos.

–¡Pero si sos un duende, caramba!

La Brigada Nacional Anti Disturbios, comandada por Pierge Lasteran, se presentó en el lugar y al ver el tumulto, agarró un cono naranja (de esos de tránsito), apuntó a la punta con su revólver desintegrador y lo usó como amplificador de su voz.

–¡Vayan ya cada uno a su casa! ¡Cucha!

Se comportaron como cucarachas y desaparecieron en el acto. A Ever y el Professor los corrieron con palos y los garrotearon; después los llevaron a la comisaria.

–Ves lo que provocaste por culpa de tus grititos histéricos– dijo Ever en el calabozo.

–¿Yo? Si no me hubieras robado, no pasaba nada.

Guardaron silencio, enfrentados, cada uno con la espalda en la pared.

–Che, están buenos los cuentos.

Gerardo meditó si encontraba sarcasmo en sus palabras. Terminó por juzgar que no.

–Gracias, ¿de verdad?

–Sí, aunque los nombres son desastrosos, por eso los cambié por Amor, Terror, Fútbol. Es más fácil de vender.

–Eso me dio bronca... y al menos los podrías haber ordenado para que los estantes tuvieran una mejor presentación.

–Lo están.

–¿Cómo?

–No es alfabético, no se trata de género. A cada uno le di una letra, los metí en una bolsa e iba sacando el orden que dejé en la repisa... el orden lo impusieron las dos fuerzas mayores que rigen el universo: El azar y el destino. Ambos se complotaron para generar el resultado. Aparte, es genial la idea, pensá que dentro de ese caos aparente, hay un orden.

–Interesante.

–Lo malo es que no pude vender ninguno.

–La única forma en que se pueden vender es que una editorial me descubra o ganar un concurso literario.

–O la tercera opción: Hácelo vos.

La idea le quedó picando en la cabeza y dictaminó:

–No es factible.

–Sí lo es y usás mi método para explicar el orden.

–No, porque los títulos tuyos, diminuto, son sensaciones.

–Exacto: El libro se llamaría Feria de Sensaciones.

Ever tenía más lógica de la esperada.

–Te doy otra idea... para la tapa usás cartón y lo pintas a mano. Es más, me ofrezco para pintar yo y me pagás.

–Un libro hecho por un duende... ¿Cómo saber si va a funcionar?

–Simple: agregás lo que nos pasó como un cuento más y el que compre el libro va a sentir que tienen sentido bastantes cosas... pará, ahora que me acuerdo, nombrás una guerra ¿de qué trata?

–¿Querés saber más? Tenés que leer La Legión de Antihéroes.

–¡Ah! , sos pícaro. Bueno está bien. Además, aprovechá para agradecerle al público por leer y también le informás que este es el

Fin.

Feria de SensacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora