Capítulo cuarenta y cuatro: La decisión.

2K 202 30
                                    

El olor a hospital fue lo primero que detectó su olfato al despertar. Aquel aroma a desinfectante y medicinas lo desconcertó, ¿qué hacía ahí? Joaquín abrió los párpados lentamente, sabiendo que el blanco le segaría si lo hacía con rapidez. Miró confundido el pequeño cuarto, viendo desde las cortinas hasta la puerta, y se detuvo en un lugar en específico, donde se fijó en algo, o más bien, alguien.

Este lucia incómodo en la posición en la cual se encontraba. Estaba ligeramente acostado y su cabeza se recargaba en su propio hombro en una posición visiblemente dolorosa, sus brazos estaban cruzados sobre su pecho y sus largas piernas no podían extenderse en el poco espacio que tenía, así que estaban algo encogidas hacia el asiento. Su rostro mostraba una expresión de dolor, sus cejas estaban algo fruncidas y tenía una ligera mueca en sus delgados labios.

—¿Emilio?—preguntó, su voz sonaba algo ronca.

El chico pareció despertar por arte de magia. Se levantó de la silla y camino hacia él con una mirada entre feliz y preocupada.

—Bonito, hey, despertaste. Por un momento me asustaste—dijo mientras tomaba sus manos y depositaba un beso en ellas.

—¿Qué pasó?

—Te desmayaste—murmuró en respuesta.

—¿Por qué?

—No sé si sea bueno recordártelo. Espera un momento, iré por alguien.

El rizado salió del cuarto cerrando la puerta tras de sí. Mientras tanto él se quedó sólo, con cientos de pensamientos llegando a su cabeza. Al instante le dolió y volvió a cerrar los ojos con una mueca. Había sido real, los mensajes y... Esa llamada.

—¿Cómo te sientes?—una voz femenina le hizo mirar hacia allá.

La mujer tenía una bata blanca y su cabello castaño estaba recogido en una bonita coleta. Ella le miraba amable y esperaba su respuesta con una sonrisa radiante.

—Algo mareado, y me duele un poco la cabeza—contestó con sinceridad.

—Tiene sentido, te diste un golpe fuerte al caer, según me dijo el jovencito de aquí. Que por cierto no quizo irse aunque le dijera que no era nada grave—Emilio se avergonzó, Joaquín le miró con ternura para después preguntar.

—¿Cuánto tiempo estaré aquí?

—Otro poco más, en la tarde estarás de regreso en tu casa.

—¿No fuimos a la escuela?—inquirió ahora hacia su novio.

—Eso es obvio—rió suavemente.

—Pero, no puedes faltar, era una de las condiciones que te pusieron para aceptar cambiar el horario—replicó sintiéndose culpable por si llegaba a ocurrir algo.

—Tranquilo, es más importante tu salud, no planeaba dejarte solo—estableció viéndole con una sonrisa ladeada.

—Gracias.

—Bien chicos, eso es todo lo que yo pude ofrecerles—comentó la mujer que comenzaba a sentirse un mal tercio—. Y Joaquín, trata de relajarte, si sigues así podrás seguir teniendo más desmayos.

—Si, doctora, muchas gracias.

—Que tengan buen día—les deseó por última vez, dirigiéndose a la salida.

—Igualmente.

Ella salió y ambos quedaron solos nuevamente. Joaquín tenía bastantes preguntas aún sobre lo que ocurrió en el del día anterior. Había sido definitivamente ajetreado. Desde el inicio hasta el final, el cual no recordaba con exactitud.

•accιdenтalмenтe enaмorado• EMILIACO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora