De pequeño siempre me llamó la atención una casa abandonada a la vuelta de la mía. Siempre pensé que si hubiera tenido amigos, podría haberla visitado, hubiera conocido fantasmas y ese tipo de cosas. Sin embargo, eso nunca sucedió. Vi como la casa se fue deteriorando, los años pasaban inexorablemente sobre la madera que la mantenía en pie.
La primera vez que la vi, o que recuerdo que fue la primera, yo tenía apenas 8 años. En esa época me era difícil vivir, había días en que no comí, otros en que por lo menos dentro de las 24 horas del día, una vez lo hacía. Nunca viví cercano a los lujos, mi familia era bien humilde. Mi padre no existía y mi mamá navegaba por los mares del pacífico pescando para poder conseguir algo de dinero. Vivíamos en Puerto Aysén, en una pequeña casa de madera que en lo personal me encantaba. Teníamos mucho pasto por los alrededores, una reja de madera a media altura con un timbre muy artesanal, hecho de un hilo de lana y una campana al final. Hoy siempre que escucho una campana sonar, me doy vuelta para saber si acaso alguien me llama.
Los tiempos eran duros, las personas solían ser extrañas, un día eran simpáticas, otro te descueraban como si fueras un oso. Hacían contigo un abrigo tan grande que podían cobijarse en él, a lo menos, tres personas. Por eso, mi madre no tomaba mucho en cuenta a nuestros vecinos. Personas llenas de prejuicios. Siempre me pregunté de donde era que sacaban tantas malas intenciones, si hasta llegué a pensar que tenían un árbol de donde sacaban todo esto. Un árbol con un tronco negro, tan ancho que podía imaginar enanos malvados maquinando todo este tipo ideas y lleno de hojas rojas debido al sudor de éstos mismos.
En mi niñez tuve muy pocos amigos, amigos que fueron desapareciendo con el pasar del tiempo. Recuerdo a Antonio, lo conocí cuando pasé a quinto básico. Éramos inseparables. En el colegio pasábamos la mayor parte de nuestro tiempo juntos y con los demás chicos, pero siempre nos las arreglábamos para ser del mismo equipo. Lamentablemente, esta amistad solo duró un año, pues él y su familia entera se marcharon a Santiago, la ciudad de los sueños, esa en la que uno entra y donde podrás encontrar oportunidades infinitas para lo que desees.
Odié tanto a la capital que añoraba su desaparición. Me costó entender que no era culpa mía ni de él. Entendí que así acostumbra a comportarse la vida con nosotros, que solo somos simples marionetas de ésta, que siempre actúa en su beneficio. Somos esclavos de una mísera o grandiosa vida, trabajando por el bien de los demás y quitándonos el mayor tiempo posible, para así, chuparnos la sangre lentamente.
Yo crecí solitario. Apenas tuve dieciocho años tuve que comenzar a trabajar, postergué mi estudios por el bien de mi madre que me sostuvo durante mi etapa de crecimiento y mínimo le devolviera la mano, por lo menos hasta que ella me dejara ser libre. De todas formas, es una historia que no quiero narrar.
Mi vida nunca fue interesante, de hecho, aún no lo es, ni siquiera yo lo soy. Lo importante que quiero dejar en claro aquí es aquella casa, aquella casa abandonada que yo veía de pequeño en la que siempre desee entrar, explorar, conocer cosas misteriosas, conversar con algún fantasma que se me apareciera. Pero nunca pude, solo no me atreví a cruzar aquella reja a media altura que la rodeaba.
Cuando tuve veintitrés años me encontraba trabajando a medio tiempo en una biblioteca y a su vez estudiando pedagogía en historia. Siempre que salía del trabajo e iba devuelta a casa pasaba frente de "Abandonada" - Con el tiempo decidí llamarla así- que con el pasar de los años nunca dejó de llamar mi atención, tan así, que un día cualquiera, después de mi trabajo, tuve unas enormes ganas de cumplir mi sueño de pequeño, de poder entrar al fin a aquella casa, ya roñosa y deteriorada por el tiempo. Creía que no podía seguir viviendo tranquilo sin sacarme esta pequeña espinita clavada desde mi niñez.
Eran más o menos las ocho y media de la noche cuando me encontré frente a esta casa. El sol ya se había puesto, pero mis ganas de entrar allí seguían intactas, como cuando era un pequeño de ocho. Solo que esta vez ya era lo bastante valiente como para saltar por encima de la reja.
YOU ARE READING
Érase una vez, muerto
Mistério / SuspenseDe pequeño Víctor vio como se deterioraba una casa con el paso inexorable del tiempo. Lo que él no sabía era lo que aquella casa tenía para entregarle.