CAPÍTULO 2

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El sonido de una voz se cruzó por su cabeza. Sus ojos, sometidos a la oscuridad de sus párpados, luchaban por darse paso y encarar la luz. Sofocada por el brillo buscó cubrirse con sus manos, pero aquel movimiento se le hizo imposible de ejecutar. Su cabeza palpitaba, dolía pensar, incluso respirar. El esfuerzo que hacía y sentía, era sobrenatural. Su cuerpo pesaba como plomo y lo único que deseaba era moverme.

La voz se escuchó nuevamente como un eco en sus pensamientos y frunció el ceño mientras se retorcía sobre las sábanas blancas que cubrían el acolchado. Unos brazos desconocidos levantaron su torso y unas cuantas almohadas fueron colocadas como soporte, sin su consentimiento y sin poder protestar siquiera.

El pánico se alojaba dentro de ella mientras que, por fuera, parecía no ser nada más que un simple cuerpo sin vida.

Tenía miedo.

Se armó de fuerza, respiró varias veces muy agitada e intentó, inútilmente, hacer presente el sonido de aquella voz que parecía decir algo muy distante a ella. Por cada momento que pasaba la inquietud le consumía con mayor rapidez y sus pensamientos divagaban en recuerdos de un asalto o usurpación a su habitación.

—Te estás haciendo daño, tranquila, todo va a estar bien, Mack —el autor de la voz acarició su cabello mientras que, ella, aún intentaba reconocer de quién se trataba. Aquella melódica voz le era particularmente familiar, pero, quien quiera que fuese, sabía su nombre, y eso le generaba todavía más incertidumbre.

—¿Qui... quién...? —sus respiraciones entrecortadas y el ardor en su garganta impedían que pudiese hablar, pero, extrañamente, el esfuerzo que hacía, parecía dar resultado—, ¿quién eres?

El silencio consumió por un momento aquel lugar desconocido, un momento en el que, la rubia, comenzó a sentir la tensión de su cuerpo reducir increíblemente la rápido, dejando solo un poco de dolor.

—¿Contestarás...?

—Aiden, mi nombre es Aiden —respondió el muchacho a su pregunta—. Por favor, mantén la calma, no te fuerces, estás a salvo conmigo, tú y tus amigas están y estarán bien, te lo aseguro.

Al escuchar aquello, su piel se erizó por completo.

¿A qué se estaba refiriendo?

Muchas preguntas se hacían presentes en su cabeza, se aglomeraban unas con otras, saturándole. Para muchas de ellas tenía la respuesta, o lo que era una hipótesis de ella. Aunque, si se trataba de lo que ella pensaba, las cosas, definitivamente, no estaban ni estarían bien.

—Dime, ¿don... dónde estoy y dónde están ellas? —tartamudeó—, necesito saberlo.

—Necesitas saber muchas cosas, yo mismo responderé a todas tus preguntas, pero ahora no estás en condiciones —reiteró.

—Lo estoy —aseguró, pero sus quejidos delataban su verdadero estado—. Quiero que me des una explicación ahora mismo, si no puedes dármela yo seré la última persona que verás en tu puta existencia.

El chico rio un poco entre dientes, provocando desconcierto en la rubia frente a él que, inmediatamente, hizo una mueca.

—Ellas están aquí también, es decir, en la misma nave en la que ambos estamos —su tono de voz sereno al igual que su actitud produjeron, en la chica, de todo menos calma. No tenía palabras, estaba atónita, el chico continuó—: Sé que es difícil manejar todo esto, pero tú eres fuerte...

—¿Qué dijiste? —preguntó, su voz, en un susurro, era tan fina como un hilo o una hebra de su cabello—. Repítelo.

—¿Qué cosa? —preguntó ahora el muchacho que, evidentemente, estaba confundido.

Homeri Oddysea UniversumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora