"Something in the way"

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—Debes decirme quién te ayudó, Sharon —insistió Lucy la noche del día en que llegó al departamento.
—No sé si quiero hablar de ello —en realidad, no quería.
—Es el tipo ese que iba al prostíbulo, ¿verdad? El que te sacó a cenar una vez —dedujo sonriéndome. Estábamos mirando una película acostadas en la cama.
—Sí —admití sin ganas de añadir más—. Pero todo se terminó ahora.
—¿Por qué?
—Porque me follé a su mejor amigo —añadí sin preámbulos—. Ahora el verdadero problema es que fue ese amigo el que me ayudó a denunciar a Sarah. Necesito hablar con él, pero para ello debo hablar con Henry y no creo que quiera saber de mí.
—Bueno, no es tan grave —sopesó un momento después. Lucy podía ser exasperantemente positiva.
—No quiero hablar de Henry —repetí. Esta vez estaba decidida.

Lucy llevaba una semana viviendo conmigo. Para mi suerte, una cafetería cercana al departamento buscaba empleada y decidieron contratarme un mes a prueba. El sueldo no era la gran cosa, pero al menos servía para costear el alquiler y poder subsistir el resto del mes. 

De Henry no habia tenido noticias, probablemente a penas estuviera llegando a New York. Aún tenía la esperanza de que decidiera llamarme cuando llegara, pero sabía que aquello era producto de convivir las 24 horas con mi amiga "pensamientos positivos".
No sucedería. Él jamás volvería a mí.
Mi jefe solía ser un dolor en el culo. Un gerente joven y apuesto, tal vez un galán en sus años de preparatoria, de esos que te miran intentando enamorarte, como si el truco de las películas teen funcionara en la vida real. Lo ignoraba por completo, me limitaba a hacer mi trabajo, pero él insistía en hacerme la vida imposible.
Aquella mañana de miércoles su veredicto fue que debía limpiar perfectamente los vidrios de las ventanas que daban a la calle. Así que arremangué mi sudadera con el logo de la franquicia, tomé agua y jabón y comencé a hacer mi trabajo.

—¡Sharon! —exclamó alguien, volteé hacia la vereda a ver rápidamente.
—Stella, que sorpresa —no soné para nada sorprendida de todos modos.
—Tu amiga me dijo que estabas aquí —me explicó. Me miraba como si tuviera pena de mí. Era Stella Taylor siendo Stella Taylor.
—¿Necesitas algo? —pregunté sin intención de parecer simpática.
—Mi hermano, regresó hoy —me informó. No quise decir nada al respecto—. Pensé que querrías ir a verlo.
—No exactamente —la corregí—. No quiero oír nada de lo que tenga para decirme. Ya le dije mi verdad y él decidió que no iba a aceptarme a su lado.
—Sharon...
—No voy a arrastrarme ante él, Stella. Lo entiendo, ¿vale? Fui su puta, o como prefieras llamarlo. Pero no lo obligué a pagar por mí. Cuando él me quiso fuera, me fui. Es todo —sentencié con la paciencia colmada.

Jason, el gerente dolor en el culo, salió a ver con quién osaba a hablar en horas de trabajo. Stella se disculpó con prisa y emprendió su retirada, sin poder retrucar ni una de mis palabras. Ignoré lo que mi jefe decía mientras regresaba a limpiar, con ganas de limpiarme el cerebro y dejar de pensar en el imbécil de Henry.

—La próxima vez que la imbécil de Stella vuelva a preguntarte donde estoy, le dices que he muerto —hablé en voz alta mientras cerraba con llave la puerta del departamento. Lucy generalmente, estaba en la cocina.
—Stella es una profesional detectando mentiras, Sharon —al oír aquella voz, volteé a toda velocidad.

Era él. Estaba sentado en una de las sillas del comedor, frente a Lucy, quien me miraba sin saber qué decir o hacer. Me quedé de pie, atónita. Pensé en volver a salir del departamento.

—Me llamaron del edificio —tituló—. Dejaron una nota en la entrada, amenazando a las mujeres que viven en el 5b.
—Fue él —soltó mi amiga, la voz le temblaba de miedo.
—Hablé con Lucy, lo sé todo. Paul está en camino —no pude evitar reír cínicamente al oír aquello.

Retrocedí varios pasos hasta quedar con la espalda contra la pared, los ojos celestes de Henry no se movían de mi figura. Aparté la mirada, tenía ganas de sentarme en el piso a llorar. No tenía ganas de vivir más mierda, solo necesitaba desaparecer.

—Pueden resolverlo con Lucy —solucioné rápidamente—. Volveré en un par de horas.
—No —se negó poniéndose de pie. Si se acercaba, no podría mantenerme de pie.
—¡No vas a mantenerme al borde mientras fingimos que no nos duele que Paul esté aquí! —exclamé alzando la voz, él no se acercó— Al menos a mí sí me duele, Henry.
—No puedo dejar que salgas de aquí sola —me informó con la paz que siempre cargaba su voz.
—Shar, tiene razón —interrumpió Lucy—. Podrían matarte.

No iba a presenciar la escena. No quería que Henry me mirara con sus ojos perturbados, o peor aún, que no lo hiciera. No después de todo lo que vivimos en Paris. Junté fuerzas, esquivándolos a ambos, me metí en la habitación. Al menos podría sentirme desdichada en paz.
Oí la puerta cuando Paul llegó. El murmullo de las voces llegaba desde la cocina, estarían hablando de Lucy y su historia, del tipo que la compró y luego la metió en Dest. Me alegraba ese hecho, al menos ella no terminaría muerta. Tenía esperanzas, como yo. Era gratificante saberlo.
Me metí en la cama, con la intención de dormirme. Esperaba que nadie viniera a buscarme, que pudieran hacerlo sin mi. Solo necesitaba dormirme y despertarme un mes antes, cuando aterrizaba en Paris.

—Sharon —aquella voz me despertó. No abrí los ojos.
—No quiero hablar —sentencié.
—Sharon, ven —insistió Lucy.
—Puede esperar hasta mañana —me negué nuevamente.
—Es Henry, está llorando a moco tendido en el comedor.

Demoré varios segundos en asimilar la oración. Abrí los ojos y me senté en la cama. Lucy parecía preocupada, ella nunca sabía qué hacer si qlguien más no se lo decía.

—¿Qué pasó?
—Recibió una llamada —me explicó encogiéndose de hombros.

Salí de la cama a medio vestir, en bragas y con una camiseta de algodón. Henry estaba poniéndose su abrigo junto a la puerta. Al oír ruido, volteó a verme, su cara estaba congestionada del llanto y la expresión de tristeza en su cara jamás la había visto. Tenia frío, cruce mis brazos quedándome de pie, sin saber si podía ir y abrazarlo.

—¿Estás bien? —pregunté intentando ser sutil.
—Vuelve a la cama —me indicó.
—Lucy me dijo que...
—Vuelve a la cama, Sharon —me ordenó en voz alta.

Como siguiente acto, él solo se marchó del departamento. Me quedé allí un par de segundos, siempre había obedecido las órdenes de Henry, pero su tristeza me había calado hondo. Jamás lo había visto con ese semblante tan sombrío, tan roto. No podía dejarlo irse así. 
Salí corriendo tras él, esperando que el elevador aún siguiera abierto, pero estaba ocupado. No lo dudé, me dirigí a las escaleras y corrí camino abajo. El frío me enchinaba la piel, pero no era lo suficientemente fuerte como para detenerme. Llegue al lobby en el momento en que el ascensor se habría.
Estaba de pie frente a él, si no salía, yo me metería dentro. No iba a dejarlo ir así.

—Te pedí que...
—Te dije que no soy una buena sumisa —le recordé con los dientes castañeandome—. Subes conmigo o me voy contigo.
—No es tu asunto, Sharon —su voz se oía ronca.
—Tú eres mi asunto, ¿vale? Decide.

Allí estábamos, yo temblando de frío, él temblando de dolor. Nuestras miradas tocándose, a punto de desatar una guerra. Solo deseaba abrazarlo con todas mis fuerzas.
Pero él caminó hacia mí y haciéndome a un lado, siguió su partida fuera del edificio. Vacilé menos de un segundo, no me detuvo saber que me congelaría en la calle. Lo seguí, con el paso firme y cuando llegamos al auto, me metí antes de que pudiera voltearse e insistir con echarme.
Si él era orgulloso, yo era terca. No iba a dejarlo solo.

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