En el fuerte

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Goldmi entró en la fortaleza con cierta familiaridad. Era parecida a la que había estado antes, y sabía qué debía hacer. Lo que parecía no tenerlo tan claro era el oficial al mando del puesto.

Estos era encargan de gestionar las pequeñas fortalezas, de dar alojamiento y ocuparse de las necesidades básicas de aquellos que llegan para luchar contra los seres corrompidos, pero la aparición de aquella elfa lo había hecho ponerse muy nervioso.

No era porque fuera bastante atractiva. Ni porque llevara una enorme lince con ella. Sino porque coincidía con una de las descripciones a los que se le debía dar un tratamiento especial. Solían ser gente a la que no se debía ofender, muchas veces con contactos con reyes y nobles poderosos, puede que incluso sus hijos.

El problema residía que no le quedaban habitaciones individuales. Incluso él mismo se había visto obligado a ceder la suya unos días atrás.

–No, no, está bien. Si hay sitio en el dormitorio ya me está bien– aseguró la elfa, un tanto abrumada.

No esperaba que le hubieran otorgado un tratamiento preferencial. De hecho, solo quería que aquello no le ocasionara problemas, prefería pasar desapercibida, ser una más allí.

En realidad, podía dormir incluso mejor en su tienda, pero no podía mostrarla si quería guardar su identidad en secreto. Y sería sospechoso si fuera a dormir al bosque.

El oficial suspiró aliviado. Aquella VIP no era tan arrogante como los que habían llegado días atrás. Aun así, se disculpó varias veces, abrumando aún más a Goldmi.

Mientras, su hermana estaba acostada cerca de la puerta, una tanto ajena a aquellos problemas, absurdos para una lince. A ella le estaba bien incluso dormir sobre la rama de un árbol. Lo único importante era que pudiera saborear la deliciosa comida cocinada por su hermana.



Era tarde, así que se fue directamente al dormitorio de mujeres, escogiendo una de las camas libres, y colocando en ella la insignia con su nombre que le había dado el oficial, en una ranura grabada en el cabezal para ello. De esa forma, la reclamaba como propia. Junto con un baúl que no necesitaba, y que contaba con protección mágica.

Estaba libre debido a su posición cerca de la salida, algo que no solía gustar mucho. Pero dado que había espacio extra para la felina, era ideal para ella.

No había nadie allí en aquellos momentos, pues la mayoría estaban en el comedor, comiendo o bebiendo, algo que ella ya había hecho antes de llegar, por si acaso.

Dejó el arco apoyado en la pared, pues guardarlo en el inventario podría delatarla, y empezó a preparar la cama. Justo entonces, entró un primer grupo de cuatro. Goldmi se volvió para saludarlas, esperando quizás poder trabar amistad con ellas.

–Tú, nueva, ¿quién te ha dicho que puedes coger esa cama sin mi permiso?– se dirigió a ella de forma arrogante una mujer de piel roja y un par de cuernos en la frente.

Ni mucho menos son todos los demonios así, pero sí lo era aquella en concreto. De carácter agresivo y dominante, solía oprimir a los recién llegados, sobre todo si iban solos y eran más débiles, como parecía ser el caso.

Goldmi se la quedó mirando, perpleja, sin ser capaz de decir nada. No entendía a qué venía aquello, qué podría haberle hecho para que mostrara hostilidad hacia ella. Y ésta lo interpretó como que la había intimidado. Como que estaba asustada de ella.

–Bien, por cinco platas diarias te dejaré estar aquí y...

A medio intento de extorsión, se calló de golpe. Puede que fuera una guerrera nivel 32, pero eso no significaba que no tuviera que tener cuidado si una enorme felina se levantaba y daba un paso hacia ella, mirándola fijamente, aunque fuera un par de niveles menos.

–Ordena a tu sucia mascota que no se mueva si no quieres que haga carne picada de ella– amenazó, llevando la mano a la enorme espada que tenía a su espalda.

No es que no se sintiera algo asustada, pero no podía retroceder delante de sus subordinadas. Lo que no esperaba era que, en el instante que había quitado el ojo de la elfa, una espada hubiera llegado hasta su garganta.

–Es mi hermana, no mi mascota, y mucho menos sucia. Más vale que no intentes hacerle nada– amenazó Goldmi.

Se había recuperado del momento de vacilación cuando había escuchado insultar a la lince. Había reaccionado casi por instinto al ver que estaba a punto de desenvainar la enorme espada, amenazando a su hermana.

La diablesa estaba paralizada, sudando, con la punta de una espada amenazando su garganta. Si bien aquella elfa tenía dos niveles menos, no había sido capaz de ver como había llevado la espada hasta allí, donde resultaba sumamente peligrosa. Desenvainar no es una habilidad muy común, ya que sólo puede usarse puntualmente. Hay otras mucho más eficientes, a no ser que puedas dominar decenas de ellas.

Las otras tres, sus subordinadas, se habían quedado también paralizadas, sin saber qué hacer. De repente, aquella elfa, que parecía un tanto tímida y fácil de intimidar, tenía ahora una mirada desafiante, no habiendo dudado en actuar. Además de que una enorme lince las vigilaba de cerca.

–Vienen más– avisó la felina, que había oído pasos.

Su hermana, que ni quería ir más allá ni sabía muy bien cómo actuar en aquellas situaciones, retiró la espada para alivio de las cuatro. Le hubiera gustado decir algo, como los audaces héroes de las novelas, pero no sabía qué, así que sólo les dio la espalda y se alejó, aunque observándolas a través de Vínculo Visual.

Sin embargo, fue esa actitud, aparentemente ignorándolas, lo que más las asustó. Estaban acostumbradas a amenazar, a alzar la voz, a intentar intimidar para disimular sus propias debilidades o miedos. Pero aquel tipo de comportamiento rara vez lo habían visto. Y sólo en guerreros veteranos y poderosos, que no necesitaban pavonearse, y se podían permitir ignorar a sus enemigos.

Sumándole el hecho de que tenía una enorme felina a la que llamaba hermana, tomaron nota para no cruzarse de nuevo en su camino. Se marcharon con miradas agresivas y algunos gruñidos, pero era más bien para mantener su orgullo, para no mostrar lo asustadas que estaban.

A decir verdad, si bien habían malinterpretado completamente a la elfa, eso no significaba que estuvieran equivocadas. En realidad, sí que era mucho más peligrosa de lo que pudiera parecer.

Goldmi suspiró aliviada, aunque se temía que pudieran darle problemas más adelante.

–Las tendré vigiladas– aseguró su hermana –. Alguien viene.

La elfa se giró, deseando que no fueran más problemas. Se encontró con una mujer de aspecto un tanto extraño, un tanto vegetal, que la miraba con unos hermosos ojos verdes.

–¿Estás bien? Son unas buscaproblemas, es mejor alejarse de ellas.

–Eh... Sí, estoy bien. No ha pasado nada grave– intentó restarle importancia la elfa.

–Bueno, cualquier cosa, dímelo. Soy Maldoa– se presentó la drelfa.

–Yo soy Goldmi. Ella es mi hermana– hizo lo propia la arquera.

Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora