medio vacío

201 11 2
                                    

el tercer cigarillo del insomnio se quemaba en mi boca, en medio de los labios hinchados que besaste hasta el hartazgo. tus dientes marcaban mi cuello en un acto desesperado por hacerme sentir algo. con las manos inquietas y los ojos nublados en placer, desabrochaste el botón del jean que sofocaba mis piernas. pude jurar ver mil tipos distintos de estrellas en tus ojos azabache en aquel instante donde tus manos inexpertas descubrieron mi miembro empapado en dulce baba de caracol. no pude evitar sonreír; pequeño niño bañado en sudor, ¿qué estaba por hacerte?

dejé de pensar cuando tus finos dedos comenzaron a subir y bajar por mi longitud, en un lento vaivén tan deliciosamente mundano que no pude evitar sucumbir ante el deleite que era tenerte bajo la palma de mi mano, arrancándome por un rato aquel pleno vacío que consumía mi pecho. te sentí curvar tus labios en una sonrisa al lograr arrebatarme un débil gemido de mis labios rojizos. tan codicioso como de costumbre, no pudiste conformarte con ello y me sentí morir con tu sinhueso ardiente delinéandome las venas del miembro, tan apacible como un roce de tus dedos con mi muslo. penetras suave tu boca sin que yo lo pida, sumiso por naturaleza, y le das inicio a otro vaivén más placentero que el anterior; que me provoca más gemidos de los que estoy dispuesto a admitir sin que la timidez me haga callarme de cuajo. seguís así por unos minutos ㅡtal vez cinco, tal vez veinteㅡ, hasta que un cosquilleo familiar nace en mi abdomen. siento la necesidad de tirarte del pelo para que me mires, pero me ignorás. no es sino hasta que suelto un gruñido gutural que me mirás con cólera, querías seguir llevándome hasta el borde, fingiendo que tenías el control cuando ambos sabíamos que no era así. me analizás detenidamente, ves mi pecho subir y bajar de forma irregular en detalle, las gotas de sudor resbalar por mi frente y caer en mi cuello teñido por moretones de tonalidades violáceas y verdosas; echas la cabeza para atrás con una sonrisa lasciva decorando tu rostro y el pelo tapándote los ojos levemente. una risa casi imperceptible muere en tu garganta y soltás mi miembro no sin antes apretarlo no muy sutilmente.

apoyás una de tus manos sobre mis muslos, sosteniéndote por unos segundos en el aire y guiando con la otra mano mi miembro hacia tu entrada; con un suspiro y mirándome a los ojos me siento hundirme dentro tuyo de la forma más exquisita posible. colocás tus manos en mi pecho y comenzás a moverte tan inefablemente delicado que inevitablemente eché la cabeza hacia atrás, una vorágine de sensaciones me consumía el alma por completo.

te veías tan abrumado ante ese placer tan rutinario y trivial como lo es el sexo, que de alguna forma me excitaba. que sintieras que tenías el control, cuando en realidad eras vos quien se rendía bajo mis caricias y besos manchados de ataraxia. joven y pura inocencia, aquella que tanto me encantaba y que normalmente no encontraba en niños de tu edad. tan afortunado me sentía de haberte encontrado, como un escritor se siente en deuda con la vida por haber encontrado a su musa.

y en el momento más íntimo, entre tus jadeos y mis blasfemias silenciadas por el cigarillo, te cuento en un susurro pegado al oído un pedazo de mi vida. no sé si fue la lujuria lo que te había dañado, o si en vez de hablar por la boca hablabas a través de tus ojos llorosos, pero no escuché ni sentí respuesta de tu parte. ni en ese momento, ni en el siguiente. ni cuando mi corazón dejó de latir para hacer silencio escuché algo. y ahí fue cuando, con las manos teñidas en sudor y lágrimas pasadas, giré sobre mi cuerpo y te acorralé contra el colchón desgastado y las sábanas pegajosas con olor a pecado, y comencé a embestirte de la forma menos delicada y errática que existe. lloriqueabas y soltabas incoherencias por tus pútridos labios sabor vainilla. gemías sin pudor, sin temor a que los cónyugues te escucharan atragantándote en la lujuria y el dolor de dejarte corromper por un hombre dieciséis meses mayor.

no pasa mucho tiempo hasta que siento un líquido viscoso y cálido en el vientre trazar camino hacia el colchón. en tu rostro se retrata la viva expresión de placer, como para pintarla en un lienzo o hacerla eterna en una fotografía. un par de embestidas más y no puedo evitar venirme dentro a la vez que un gemido gutural muere en mis labios.

la lujuria no parecía querer dejar tu cuerpo. tenía que librarte de pecado, no podía dejar que siguieras corrompiéndote y no hacer nada al respecto.

miro de reojo el abrecartas en la mesita de luz, con la mano izquierda lo agarro mientras con la derecha acaricio tu dulce rostro etéreo, y te doy el beso más tierno que he dado jamás. no hay lengua, no hay deseo, hay amor puro y sincero, hay labios rozándose y almas uniéndose en un lazo indisolublemente eterno.

ㅡlo siento, gguk; pero esto es por tu bien.

y así, siendo esas las últimas palabras que escucharías de mi boca, hundí el abrecartas en tu abdomen tan profundo como pude. todo en aquel instante era digno de retratarse. el líquido espeso y aterciopelado brotando de la herida sin fin, en tu cara la expresión de horror puro, tu cuerpo temblando incapaz de emitir sonido, los ojos inyectados en sangre... definitivamente una obra de arte. retiro el arma blanca y comienzo a delinear tu cuerpo con ella, sin hacer ningún corte, simplemente explorándote en detalle; hasta que llego a una parte que llama mi atención: tu cuello. el mío tan marcado, y el tuyo tan limpio. soltás un gemido cuando rozo la punta del abrecartas contra tu manzana de adán, tan bonita y sobresaliente. te desangrás, y aún así sos incapaz de emitir sonido. 

a pesar de haberte venido hace unos minutos, noto tu miembro acariciar mi vientre con su coloración rojiza y la escasa baba de caracol decorando la punta. estabas agonizando y aún así tenías tiempo de tener una erección; una situación digna de ser documentada.

ㅡmi lindo jeon, ¿querés venirte de nuevo antes de partir, mh?

algo que simulaba ser un gemido pero parecía más un lloriqueo danzaba en tus labios, y no tenía otra opción más que concederte ese último deseo. con tu miembro humedecido en sangre, comienzo a masturbarte tan rápido que siento mi mano arder en deseo. te siento doblarte en placer bajo la palma de mi mano, sin control alguno sobre tu cuerpo soltás gemidos mudos y movimientos erráticos tratando de embestirte contra mi mano pero fracasando irremediablemente. tu respiración falla, tus ojos apenas parpadean y el latido de tu corazón se debilita cada vez más. y con tu último suspiro en este mundo, susurrás un te amo para luego venirte en mi mano y perecer frente a mis ojos. con la sangre seca en una mano y la otra embarrada en sudor y lágrimas, tomo tu inerte cuerpo y te lloro hasta lágrimas que no poseo. le lloro a tu anatomía hasta que las lágrimas, la sangre, el sudor y el vacío en mi pecho se hacen uno solo, y la culpa de haber terminado con tu vida termina por devorarme por dentro.

pernicioso encantoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora