Capítulo 1

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La noche tomaba su liderazgo en el cielo, las aves poco a poco silenciban su canto. Las
bellas flores cerraban sus pétalos preparándose a descansar. Una estrella se hacía visible en el horizonte. Cada hoja de los árboles bailaba al compás del cálido viento del norte.

Norte.

Sur.

Oeste.

Maestro.

Parecía ser una noche común en el planeta, en su hogar, el final de otro día laborioso
observando peculiares planetas, lejanas estrellas, brillantes cometas, entre otros, además de descubrir e investigar nuevos lugares, aunque raras veces lo hacía personalmente, pero no se ausentaba la curiosidad.

¿Creyó que su rutina iba a cambiar? Por supuesto que sí, pero… ¡Que iniquidad lo
sucedido! ¡Catástrofe! ¡Desgracia!

Sus pensamientos se dirigieron hacia aquel tiempo...

Su paz y felicidad fue afectada un día. Dicen que “la ignorancia es felicidad”, pero hay que saber qué ignorar. La luz en su rostro empezaba a brillar, pero aquella ascensión se detuvo por un tiempo.

¿Por qué? Porque, en su mente, ni antes ni después, hubo espacio para el odio y la venganza, si no miedo, desesperación y furia. No tenía tiempo de un elaborado plan, tampoco para llorar, ni tener un huracán con sus emociones. Tenía que accionar.

Debía detener estos terribles actos. No permitiría que otros seres sintieran el dolor que él mismo tuvo ese día. No permitiría que esos seres malignos sigan vagando por el universo.

Su decisión estaba hecha, pelearía con sus propias manos y poderes. Rastreó lo más
pronto posible a los culpables. Cuando estuvo listo, tranquilizó su respiración agitada, los latidos del corazón se aceleraron, la adrenalina subió repentinamente, y se teletransportó
hacia su destino.

Sabía a lo que se enfrentaba porque el peligro se sentía en el aire, se acercaba. Peligro de muerte se respiraba. Ser un héroe no era su objetivo, pero otro acto de destrucción se estaba desarrollando. Amarga coincidencia. Esta historia debía terminar, la historia de ellos.

Ya los veía a lo lejos, los delataba torpes destellos en el aire, y con seguridad voló.
Su sueño fue siempre tener un ambiente de paz para los seres buenos, pero solo era un sueño. Pero
¿recuerdan que algunos sueños se vuelven realidad?

Allí estaba, frente a frente con el desagradable adversario, uno confiado de su magia. Su mente le dió un mensaje antes de comenzar la contienda.

Victoria tendré.

Así como se dijo, así como fué, después de días de cansancio, de estrés y persistencia,
tuvo un final favorable. Uno muerto y otro encerrado.

Quién hubiera pensado que todo sucedió en cuatro insignificantes días.
Regresó cansado a su nuevo planeta, herido, pero con nuevas habilidades en mente.
Caminó calmadamente hacia el templo de su maestro que, por derecho, ahora le pertenecía a él.

¿Qué hacer ahora? A dormir. Se dirigió a su antigua habitación dispuesto a descansar hasta el día siguiente. Se quitó todas sus prendas, como era su hábito, y se recostó. "Esperen…" Pensaba, ¿Su maestro habrá fallecido?

—Espero que no. Aún quiero tener la esperanza de volverlo a ver — Giró a su costado izquierdo, hizo la almohada a a un costado sin prestarla atención. Unió sus palmas y, ya unidas, las dirigió a su mejilla izquierda, simulando un almohada más cómoda.

A la mañana siguiente se sentía renovado, calmado, listo para sus actividades rutinarias. Caminó por los pasillos con una mirada neutral, casi como robot, a la cocina.

Allí había unas bases metálicas circulares, no más de 10, como de la palma de la mano, alineadas. Observó la primera de su lado derecho, la más cercana a la puerta. Con una pequeña esfera de energía la dirigió hacia ella, haciendo una flama constante.

En la mesa central estaba la tetera alargada del maestro, o samovar de porcelana (como decía su maestro) y sus dos tasas, todo aquel juego de té fue hecho y elegantemente
adornados a mano.

Llenó de agua el samovar y lo puso sobre la flama para que ésta hierva.
Cuando el líquido estuvo listo, dirigió el samovar hacia las tasas. De una repisa extrajo diminutas hojas de menta para ponerlas en las tasas, lo hizo, vertió el agua. Mientras poco a poco se llenaban, el delicado aroma de las hojas hacía lugar en la cocina.

—Está perfecto.

Sin más, en una bandeja de acero Katchin (vaya gustos del maestro), colocó las tasas junto con el samovar de porcelana y se dirigió a la base del árbol más grande del planeta, donde había una mesa, especialmente diseñada para desayunar.

Ya había recorrido todo el trayecto hasta que llegó a la puerta que daba lugar el exterior, fuera del templo.

La abrió sin dificultades. Miró la base del gran pero antiguo árbol. No había presencia
alguna. Su cabeza se mantuvo rígida, los ojos miraron a la izquierda y derecha y devuelta al inicio, sus manos soltaron la bandeja. Pero, gracias a la telequinesis que poseía, pudo detener la caída de los objetos antes de que se quebraran. Con esa misma técnica las volvió a organizar, esta vez en el suelo con césped.

En ningún momento él se movió del lugar hasta que cayó al suelo de rodillas, cerró sus ojos con el ceño fruncido y agachó la cabeza.

—No está. No están.

Se quebró. Estaba sólo, con su dolor, los sollozos se transmitirán en forma de pequeñas lágrimas que comenzaron a mojar sus ojos, sus mejillas, barbilla, finalmente el suelo. Se apoyó en el césped, sintió como las frías gotas de rocío chocaron con sus aún delicadas manos.

—Los extraño.

Fue lo último que dijo antes de sujetar bruscamente sus cabellos y soltar un grito desgarrador hacia el cielo, que comenzó un timbre agudo terminado gravemente.

Cayó de forma lenta, miró las tasas y el samovar de porcelana, un material, recuerdo de su maestro y experiencias durante el desayuno con él y sus compañeros. Único recuerdo material, y lo más valioso que tenía, además de las enseñanzas y consejos dados por todos, cuando se ayudaban mutuamente.

—Gracias a todos.

La garganta seca tenía, se enderezó agarrando los objetos y continuó su andar hacia la base del árbol.

Los sollozos y lágrimas volvieron cuando tomaba el té de menta, con cada sorbo que
llevaba a la boca, un canal de agua salía de sus ojos. Lo terminó, pero después de una hora de haber comenzado, fijó su atención en la otra tasa, no se elevaba el vapor, estaba frío.

No importa, lo bebió de igual forma que el primero. Degustando el nuevo sabor, el ahora su favorito.

No levantaba la cabeza, sus brazos se apoyaron en la mesa, sus ojos chocaron con ellos y lloró de forma más sonora ya que por todo el estrés que pasó, no tuvo tiempo de llorar a sus compañeros. Estuvo así hasta el medio día.

—Les juro que a haré mi trabajo lo mejor que pueda.

Ahora su deber era proteger el universo, no solo verlo como lo hacían los demás de su
rango. Tenía que tomar en cuenta todo lo que se venía a la mente. Ya no tenía que
lamentarse de lo que sucedió, ya estaba hecho, tenía que seguir adelante, y también, no olvidar.

Lavó con cuidado el juego de té y los guardó con sumo cuidado. De repente un pensamiento perturbó su mente.

—¡El dios de la destrucción!—

Ahora él, Shin, sería Supremo Kaio-Sama.

El dios la destrucción de su mentor, ¿aún vivía? Tenía que verificarlo, pero tenía miedo.

Siempre le dijeron que era el más despiadado, cruel, testarudo y sádico del Universo 7. Temía que, si se encontraba con Bills, él sería quien que no estaría vivo. ¡Que dilema! Pero debía localizarlo.

Ilusión.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora