Chavorrucos

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Treinta y tantos

Cada mañana era más evidente, una a una las canas surcaban mi cabeza, testigos de los años que se iban consumiendo; crema que no desvanece arrugas, café para paliar un poco el estrés de la alarma por la mañana. Fotografías que sentencian el tiempo en memorias de lo que será toda nuestra vida, células que se secan en cada jornada; parecía gritar a todo pulmón que estaba tal vez a mitad de mi vida, y las reyertas insulsas se iban quedando lejos en el patio trasero, ya pocas cosas tenían relevancia, tal vez el humo de cigarrillo reflejaba un alma con golpes en la espalda, y la certeza de su existencia, pero nada era tan importante como seguir escribiendo. Cada vida, en las conversaciones por la mañana en el desayuno, ya eran siempre, los amigos que se quedaron para toda la vida, y, mitad de vida reían y conversábamos, desde que algún bendito día, la causalidad hizo compañía en el mismo sitio.

Sin sentido reinaba la vulgaridad de la vida fuera de su mismo. Cuando pronunciaba letanías de lo que siempre quise, al fin de jornada encontré la alegoría de una vida que gustaba y atenuaba la incertidumbre de la totalidad del universo. Definiciones que pasan cuando sobreviví a los errores de mis impulsos, como todos cuando bordeamos llorando por el abismo. Ebriedad y corazones rotos, fantasías y caminatas con manos cruzadas, todo, que se fue hace una década, supervivencia, siempre, cuando cesa el llanto de cada derrota y el dolor se pasa. Hemos vivido como la mala yerba, clavados en el mundo esperando el viento y sol, para sobrevivir.

Treinta y tres años era una cifra buena, siempre, siempre guste un trago después de dejar trozos de vida en un lugar funesto, y aunque la letalidad que ejerce la decepción se ciñera a un costado de la razón, el sol tenía que salir después del canto del gallo, para secar el llanto de una noche solitaria. Los juegos que  iban derrotando a los que creyeron que podían vivir sin sufrir me mostraban en el ocaso las respuestas de las dudas mortales; pero el fenómeno esporádico destrozaria a quienes dejaron la voluntad en el guardarropa y salieron pensando que todo sería perfecto.

¡Por Dios! Que siempre seré lo que un día madre parió, a principio de mes, cuando la derrota deformo el rostro a signos de constelaciones que moran en la eternidad de un alma que busca lo que el maestro enseñó en las noches tétricas, alumbrado por velas y el dolor a flor de piel, ésa fenómenologia del espíritu desdeño la estupidez pueril que signó dos partes de vida, y prosiguió a donde no hay límites ¡oh Señor! que nada, nunca fue tan bueno, importante y exitante como seguir amando, y seguir viviendo. Aunque las letras se escondiecen en la locura, adornados con los días de verano con promesas de más poemas, sentimientos en un universo que tiene billones de soles, y brilla tranquilo cuando miramos los sábados al cielo, sin importar que somos tan insoportables.

Era la inflexión de vida, y el resto y final esperaban en días de enero, fríos, como siempre amé, recuerdos de la mitad y sensación de estupideces que marcaron esta piel morena, rostro feo y pendejadas en un montón de papel. Los noventas se veían ya muy lejos, y con ellos la infancia perdía terreno en la memoria perpetua, iban, cada cana, renovando memorias para seguir pensando, seguir escribiendo. Lunas en cada mes, como Musa gustaba,  seguirían siempre presentes, como la vida misma, hasta que la percepción de la entidad fugara a un peldaño encima de la mortalidad.

Miles de besos, noches y noches, todo lo que la vida cubrió, sería en el final, el contenido de mi signatura, y epitafio en libro sin tumba, puesto, que letras son, las que persisten, y no tienen tiempo, como aquellos poetas, que viven sin cuerpo, y recitan sus versos en cada hombre que le busca, y conquista doncellas, como en el momento, cuando se firmaba con pluma y el romanticismo conquistaba el amor sin retribuciones requisitadas. Desnudos, después de hacer el amor, cerveza y música, mirando el universo, habla de realidades que se escapan de la locura, en días de invierno, gritando amor en el odio dormido, y así, es éste mundo, el mejor posible, con el mismo albor, de tierra y alma, porque, si, toman el té, en la hora de nadie. Suave delicadeza de cuerpo y tetas, o ambrosía misma, mujer que enjendra y perpetua vida, amor de vida y complemento, alma, entidad, universo, relieve y distinción.

El tiempo que surge de la vida misma avanza en cada segundo que ocupa mi cuerpo, y aún así, nada me pareció nunca tan importante como seguir escribiendo. Puesto que era lo que quería, lo que podía, y, por supuesto, lo que amaba. Sin dinero, o casa, pan o cerveza. Canciones que pude algún día escribir, se escuchan en el reproductor, enajenado razón para dejar solo pasión, sueños tal vez, y voluntad, sueño, y si desde luego, ojeras y más canas, canciones, orgasmos, dulce razón de vida, bonita, bonita vida y siempre, lamento de muerte. Y qué, nada importa tanto, sino, aquella sonrisa, pedazos de eternidad, que se alcanzan en la cama, con sueños y más orgasmos, si, en cada uno, volvemos a nacer, para buscar más vida, como es que tanto amamos, buscando y buscando en nuestra cara, donde se refleja la vida, el llanto y cansancio, y más muerte, si, puta muerte, porque sin duda, en cada sonrisa nos queda más vida.

Syd Masteroz.

treinta y tantos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora