Prologo

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Durante las tardes soleadas, a mediados del verano de 1939, se podía sentir el pasar del viento fresco y a lo lejos se podía escuchar el dulce cantar de las aves. Al vivir a las afueras de Varsovia, mi rutina era monótona; ayudar por las mañanas en la oficina de mi padre, el cual era un destacado abogado, y asistir a reuniones relacionadas con este oficio. A pesar de admirar profundamente la abogacía he de admitir que mis mejores momentos del verano, era escribir acerca de los prados que rodeaban la casa de campo y dedicarme a leer en los lugares mas recónditos de aquel lugar tan vació. ¿Qué más se podría hacer con solo 17 años?

Tan pronto me recoge conductor a la hora acordada para ir al campo, tomo asiento en el sillón del acompañante y me lleno de inspiración al mirar por primera vez la hoja en blanco frente a mi. Solo con eso me siento vivo, es como el opio que me mantenía cuerdo delante de las adversidades.  En un pestañear la hoja de mi libreta pasa de estar vacía a albergar mi mas profundos pensamientos, sintiéndome como el artista que daba las primeras pinceladas a un magnifico paisaje, donde las únicas cosas que demostrarían su existencia serian la memoria del autor y el lienzo.

Al terminar el viaje y después de un largo día  por fin me reúno con mis padres los cuales me están esperando en el gran recibidor de la casa. Sonrío al ver a mi madre, una mujer de inigualable belleza. Cuando sus ojos cafés me vieron por primera vez no pudo contener que de estos salieran lagrimas, recordándome el profundo amor que sentía mi madre por mi.  Me uno en un abrazo con ella y no puedo evitar observar el rostro rudo de mi padre el cual solo me brinda una mirada de aprobación y una sonrisa ladeada.

Quien me diría que aquel verano iba a ser de todo, menos monótono.

Sin Retorno: Entre Luz Y SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora