La tienda era pequeña, pero disponía de todo tipo de cosas, que iban desde comestibles hasta productos de limpieza, para abastecer a los pocos habitantes que había en el pueblo.
Salimos cargadas de bolsas con refrescos, pizzas, pan de molde, embutidos, velas y, en definitiva, todo lo que se nos ocurrió necesario para celebrar un gran cumpleaños.
- ¿Estará todavía en su casa?
- No creo. Antes de salir, le he preguntado a mi hermano y me ha dicho que en cuanto se cambiase, iría a tocarle, así que lo más seguro es que ya se hayan ido.
- En ese caso, ¡vamos!
Nos dirigimos a la casa de Hugo y tocamos a la puerta un par de veces antes de que su madre abriera.
- ¡Marina, Lucía! – Saludó dándonos dos besos.
- Hola, Ángeles. – Dijimos al unísono. - ¿Está Hugo?
- No, se fue hace un rato con tu hermano. – Miró a Lucía. – Dijo que se iban ya al polideportivo para entrenar un poco antes del partido.
- Entonces perfecto. Hemos comprado ya las cosas para la sorpresa, ¿las dejamos aquí?
- Sí, claro. Pero pasad, no os quedéis en la puerta. Las podéis poner ahí mismo si queréis, al lado de la mesa del comedor.
Entramos y dejamos las bolsas donde nos dijo.
- Bueno, pues nosotras nos vamos ya.
- ¿Ya? ¿No queréis quedaros a tomar algo?
- No, gracias. Nos vamos ya que si no, gracias a la tardanza de una persona, no llegaremos a tiempo para ver el partido. – Dije mirando intencionadamente a Lucía.
Ésta me lanzó una mirada asesina y Ángeles rió.
- Está bien, en ese caso, yo iré preparando todo y luego por la noche nos vemos.
- Allí nos veremos. Hasta luego, Ángeles. – Nos despedimos mientras cruzábamos la puerta para salir.
- Adiós, chicas.
Comenzamos a andar camino del campo de fútbol.
- Que sepas que la única tardona que hay aquí eres tú. – Dijo Lucía mientras caminábamos.
- Ya, ya lo sé. Y eso es lo que le he dado a entender a la madre de Hugo. – Contesté sonriendo.
Lucía me lanzó una segunda mirada asesina en menos de quince minutos y yo eché a correr cuando supe que estaría a punto de pegarme. Ella lo hizo conmigo.
Y corrimos, sin parar, como si la brisa que por allí pasaba nos diera la fuerza necesaria para seguir haciéndolo, sin importarnos lo que nos rodeaba o lo que dejábamos atrás.
Y nos paramos, y reímos, como sólo lo pueden hacer dos personas que se conocen de verdad, como sólo son capaces de hacerlo dos amigas.
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No te olvido.
Teen FictionÉl, el chico más vacilón, egocéntrico, orgulloso y pijo de todo el instituto. Una sonrisa bonita, un guiño inocente, un susurro al oído, un chiste malo, y ya tiene a cualquier chica rendida a sus pies. Cualquier persona en su sano juicio se hubiera...