Goldmi se alegró de conocer a Maldoa. Después de su experiencia inicial con el grupo de matonas, se temía que no iba a ser un estancia apacible, pero aquella drelfa se había mostrado muy agradable y atenta. Sin duda, habían hecho buenas migas. Tanto es así, que ésta incluso había cambiado su cama a la que estaba junto a la elfa, y habían estado despiertas hasta tarde, charlando.
–No es nada arrogante. Incluso simpática. Quizás no es lo que pensaba. Y es especialmente raro que llame hermana a su compañera, apenas es nivel 30. Supongo que es culpa mía el esperar a una niñata consentida y encontrarme con todo lo contrario. Tendré que averiguar más mañana– se dijo a sí mismo la drelfa.
Lo cierto era que había esperado a que entraran las matonas para llegar y salvarla de una situación desagradable, para así poder acercarse a ella y cumplir su misión. No esperaba que pudiera solucionarlo por sí misma.
Pero claro, tampoco era la persona que creía que iba a ser. Se había hecho una imagen que no correspondía con la realidad, y ahora se sentía algo culpable por haberla prejuzgado. Además de por engañarla, pues empezaba a caerle bien. Era humilde, agradable y quizás algo insegura, lejos de lo que había esperado.
Y había algo más, algo que la hacía sentirse próxima a ella. No sabía bien bien que era, pero sí que se debía a su mitad dríada. Había algo en aquella elfa que atraía a esa mitad, algo que la intrigaba.
Cada vez estaba más convencida de que se había equivocado por completo respecto a su objetivo, de que la razón por lo que había que protegerla era muy diferente a lo que había imaginado. De hecho, empezaba a pensar que el hecho de haber sido elegida para la misión no era casualidad.
Usó un pequeño artefacto para colocar un débil escudo sobre ambas, que la despertaría si algo lo intentaba atravesar. Aunque no dudaba de que aquella felina no dejaría que nada se acercara a su hermana.
Maldoa casi arrastró a la elfa a desayunar. Por una parte, no quería perder la oportunidad de introducirla a su grupo, pues así podía tenerla vigilada. Por la otra, se sentía algo culpable por mentirle, aunque fuera para protegerla.
–Soy Viclot, el líder del grupo, y su escudo– se presentó un enano que llevaba un enorme escudo a su espalda y una jarra de cerveza en la mano–. Estoy aquí para darles una paliza a esos perdidos.
–Y para poder presumir cuando vuelvas a casa– se burló un imponente demihumano de algo más de dos metros, cuyos cuernos eran similares a los de un toro –. Soy Tarbhnor, me encargo de aplastar a los que este tapón bloquea.
–Mucho tamaño, pero no puedes aguantar ni un par de jarras– se rio el enano amistosamente, acabándose la suya y mirando desafiante a su compañero.
–No te preocupes por esos dos, son un poco escandalosos, pero buena gente. Yo soy Crogall, un mago ofensivo. Y ya conoces a Maldoa, nuestra sanadora– se presentó educadamente un hombre de apariencia reptiliana.
–Entonces, ¿te vienes con nosotros? Nos iría bien una arquera. Y más una que sabe rastrear. Y tu hermana sería un buen apoyo– la presionó la drelfa, que no quería dejarla escapar, no quería perderla de vista.
Precisamente, estaba en ese grupo porque una arquera encajaría perfectamente. Si iba con ellos, podía asegurarse de protegerla en caso necesario. Pero, de repente, alguien los interrumpió.
–Tú debes de ser la arquera nueva. Déjame presentarme, soy Krusledón, cuarto príncipe del reino de Engenak. A nuestro grupo le falta una arquera, en especial una tan encantadora como tú. Sería un placer contar contigo, y te recompensaríamos bien por tu ayuda.
Era un joven humano de uno veinticinco años, atractivo, educado y muy bien vestido. Se notaba la calidad de sus armas y ropas, además de caras joyas. El resto de su grupo, también humanos, esperaban detrás, formando como si fueran soldados.
Sin duda, no pocas hubieran encontrado aquella proposición altamente interesante, pero no así Goldmi. No necesitaba recompensas, y prefería la compañía de su recién conocida amiga, además de que el resto del grupo le caían bien.
Y, no menos importante, aquel extremado refinamiento era algo que ya la había seducido en el pasado, y no había acabado bien. Puede que tuviera prejuicios hacia todo lo que se pareciera a su ex, pero no podía evitarlo. Odiaba esos piropos que no venían a cuento.
–Agradezco su oferta, pero ya me he comprometido– lo rechazó ella, intentando no ofenderle.
–Oh, es una pena. Si cambias de idea, házmelo saber. Si vuelves pronto, igual podríamos quedar para cenar esta noche– ofreció, volviéndose sin esperar respuesta.
–Sin duda se había comprometido, yo lo he oído perfectamente– se rio el enano cuando se fueron.
–Lo... Lo siento... Yo...– se intentó disculpar la elfa por haber mentido.
–No hagas caso a ese enano, no sabe mantener la boca cerrada. Yo hubiera hecho lo mismo– la apoyó la drelfa, golpeando al enano en el hombro, en lo que parecía un golpe amistoso, pero que hizo fruncir el ceño al escudo.
–¿De dónde saca tanta fuerza esa maldita drelfa?– se dijo éste a sí mismo.
Lo cierto era que el nivel de Maldoa era bastante superior al que se suponía y, aunque era una maga y la fuerza física no era su especialidad, sus parámetros seguían siendo bastante altos para un nivel 31.
No obstante, el enano no dijo una palabra al respecto, demasiado orgulloso para reconocer que le había dolido. De todas formas, tampoco era mucho peor que los golpes amistosos de sus compañeros enanos allí en su hogar. O los suyos a ellos.
Cuando una sonrisa nostálgica apareció en el rostro de Viclot, Maldoa sintió un escalofrío.
–¿Es masoquista?– se preguntó, pero tampoco quiso expresar sus pensamientos en voz alta.
Poco después, partieron, pese a las quejas de la lince sobre la comida. Acostumbrada a la de su hermana, le resultaba un poco insípida la que le habían dado allí.
Goldmi tuvo que esforzarse para contener la risa, y se acabó viendo obligada a prometerle que le daría unos tiernos bizcochos cuando nadie mirara.
Era un grupo un tanto inusual, en el que había una visitante, y una maga de casi 30 niveles por encima de lo que aparentaba. Aunque muy pocos tenían toda la información. Ni siquiera ellos.
Tampoco sabían que el líder de otro grupo los miraba con cara de pocos amigos, en especial a la elfa. No estaba acostumbrado a no conseguir lo que quería.
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Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druida
FantastikCuando muere de una grave enfermedad, aún recuerda a sus amigos de un MMORPG que jugó años atrás, y a un NPC que ha permanecido en su corazón desde entonces. Pero cuando vuelve a abrir los ojos, se encuentra en la solitaria plaza que había sido el i...