"Ultraviolence"

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No dormí en todo lo que restaba de la noche. Eran casi las 06.30 cuando decidí levantarme, al menos iba a distenderme fuera de la cama, lejos de Henry, quien aún dormía profundamente. me escabullí de la cama, me lavé la cara en el baño y peiné mi cabello revuelto, luego salí sin saber bien qué hacer camino a la cocina. 

Me arrepentí rápidamente de mi decisión. Paul estaba allí, sentado en una de las sillas del comedor. Me miró en silencio, lucía tan guapo como siempre. Su mirada tan penetrante me dejó de pie, justo a medio camino. Ya no podía regresar a la habitación y fingir que nada sucedía. 


—Creí que no estarías aquí hasta que yo me fuera —confesé en voz alta.

—Hay cosas que debo resolver con Henry —me explicó, no necesitaba que se justificara—. Tampoco creí que estuvieras aquí.

—No te preocupes —murmuré entre dientes—, voy a irme enseguida —añadí a punto de voltear para entrar en la habitación otra vez.

—¿Por qué se lo dijiste, Sharon? —preguntó— Yo no iba a hacerlo.

—Porque no podía decirle lo que Anna hizo. 

—Lo sé, Stella me contó lo que hiciste —me informó—. Pero sigo sin entenderlo. 

—No importa lo que haya hecho, él ni siquiera estaría en serio conmigo, Paul. Como tampoco tú, ni nadie —me sinceré con hartazgo—. Soy solo una prostituta, para ti, para él, para todos. Pueden comprarme y ordenarme qué hacer y estoy harta. 

—No lo eres para Henry —me corrigió sin inmutarse, como si nada de lo que dijera fuera dirigido a él—. De ser así, no le hubiese dolido enterarse de lo nuestro. Y tú lo quieres, estás aquí. 

—No voy a hablar de esto contigo, Paul. 


Sin pensarlo, me largué del penhouse. Estaba lejos del apartamento, pero podía caminar y distenderme. Hacía frío afuera, aún no terminaba de amanecer y el cielo anunciaba que el sol no calentaría aquel día. La ropa de Stella olía a desconocido, me escondí en la capucha de la sudadera y emprendí mi camino. 

Acostumbraba a caminar en las noches con Lindsay, decidíamos pasear y perdernos, solíamos abstraernos tanto de lo que sucedía alrededor nuestro que parecíamos vivir en una película. La vida era fácil al lado de ella, las cosas simplemente fluían, como si estuvieran destinadas a pasar realmente. Fue de las pocas épocas en mi vida donde me sentí feliz. 

Y en el Ritz. 

Sin embargo, aquella falsa felicidad de París se había derrumbado con el ocaso de Anna. Tal vez había sido tan feliz con Lindsay porque para ella nunca estuve ni cerca de ser una prostituta. Henry había pagado por mí, siempre. En el prostíbulo, el departamento, el viaje. Dudaba realmente de que pudiera hacerlo de otra forma conmigo, de una forma donde no debiera comprarme para tenerme. Ambos lo habíamos hecho así. 


Lucy desayunaba cuando entré en el departamento, era casi media mañana. Me miró en silencio mientras me sentaba frente a ella, ni siquiera estaba cansada. Sólo estaba triste, vacía. 


—Bueno, ésta es la Sharon que conocí en el prostíbulo —me aseguró interrumpiendo el silencio.

—No puede ser tan malo entonces —mascullé sonriéndole a medias.

—¿Te quedaste con él, Shar? 

—Sí, intenté hacer lo mejor que pude.

—Estás enamorada —dedujo, casi con pesar—, ¿vas a contarme qué pasó? 

—No lo estaba al principio —aseguré—. Cuando me fui del prostíbulo, él quiso retenerme a su lado. Estaba perdida, pero no quería ser nada de él. De todas formas, alquiló este departamento para mí. Estuvo acompañándome, cuidándome. Hace un poco más de un mes, su hermana me pidió que lo alejara de New York, porque su ex prometida estaba enloqueciéndolo —resumí brevemente, Lucy me miraba atentamente—. Henry me propuso ir a París. Estuvimos tres semanas solos, felices, juntos. Me enamoré, Lucy. 

—Él parece ser encantador.

—Y lo es. Pero antes de irnos a París, en un ataque de ira me acosté con Paul, su mejor amigo. Estando allá debí confesárselo, para que no supiera que Anna, su ex prometida, había entrado en el penhouse y había intentado suicidarse —diciéndolo en voz alta, aquel acto de valentía distaba mucho de mí. Yo siempre había sido una mujer egoísta, la vez que decidí sacrificarme había sido por una mujer a la que ni siquiera conocía—. Él me ignoró, entonces decidí volverme, justo antes de que tú me llamaras. 

—Entonces no puede perdonártelo —dedujo mi amiga mirándome confundida.

—No lo sé —hablé un momento después—. Anoche habló mucho de Anna, porque ella al final murió, por eso Henry lloraba. Jamás lo vi así conmigo, Lucy. Él simplemente no dejará de amarla, ni siquiera para amarme a mí.

—¿A qué te refieres? Por favor, Sharon, ella está muerta —puntualizó frunciendo el ceño.

—Me refiero a que no lo quiero si no puede amarme, Lucy —me sinceré sin regodeos—. No puedo soportar que viva enamorado de ella, aunque esté muerta. 


Era casi media noche cuando mi teléfono sonó. No tuve tiempo de leer quien me llamaba para despertarme a aquella hora, quería dormir. Tenía que trabajar al día siguiente. 


—Hola —dije aún con los ojos cerrados.

—Soy yo —afirmó desde el otro lado—, Paul.

—¿Qué quieres? —pregunté tras varios segundos de silencio.

—Debí llamarte, tu madre se comunicó conmigo —me explicó rápidamente, aunque no se lo notaba cómodo hablando de ello.

—Ahórratelo —le pedí secamente—. No quiero saber de ella.

—Está internada —añadió—. Me pidió que vayas a verla, que intentara que entres en razón.

—Gracias —musité y colgué la llamada.


Me costó varios minutos volver a dormirme. Mi madre estaba muriéndose, y siendo completamente honesta, no me interesaba demasiado. No quería verla, no lo necesitaba. Los pocos recuerdos felices de mi infancia me bastaban, no quería arruinarlos. 

Los pocos recuerdos teñidos de felicidad, los conservaba con mucho cuidado de no arruinarlos.



Jason, el gerente dolor en el culo, aquella mañana estaba un poco más aceptable que el el resto de los días. Me dejó a cargo de la caja y los pedidos mientras iba a hacer no se qué mandado. Francamente, prefería no oírlo cuando comenzaba a hablar de sí mismo, se tornaba menos insoportable de esa manera. 

Casi una hora antes de terminar mi turno un mensaje llegó a mi teléfono. 


"Tenemos planes, te buscaré cuando sales de trabajar."


Era Henry. 

Me sorprendió su actitud, el mensaje, su manera de ordenarme cosas como si nada hubiese sucedido. Lucy era partícipe, ella era la única que podía decirle a qué horario salía de trabajar. Intenté varias veces teclear una respuesta, pero no decidía qué debía decir. 


"También tenemos que hablar."

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