12. ¿Qué eres?

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— No me gusta repetirlo Monique. — Ella no tuvo opción más que tapar su nariz e ingerir el contenido en un par de tragos. Su cara de asco mientras se cubría la boca luego de ingerirlo hizo sonreír a Kozlov, mostrándole a la perfección los hoyuelos que ella sospechaba que tenía.

— Es la primera vez que desprecian mi sangre. — Se rió abiertamente, la humana era demasiado interesante para él, y una buena inversión. — Mi turno. — Sacó uno de los tubos con la sangre de Monique y está lo vio escandalizada.

— ¿Esa es...? — Él parecía beber el contenido con hambre, y al terminar la sangre en el tubo la sonrisa roja en sus labios era electrizante, era sensual, escalofriante y maligna. El mensaje era claro, él tomaba lo que quería, y a juzgar por cómo la miraba, iba a tomar de ella lo que quisiera.

— Tu sangre, así es. — Iván cerró los ojos disfrutando del delicioso sabor en su boca, un delicioso placer se deslizaba por su cuerpo hasta la médula al ingerir la sangre de la mujer frente a él.

— Entonces... —

— También me bebí los otros, siento la duda. — Dijo sin más viéndola a los ojos, borrando cualquier rastro de sonrisa, reemplazandola aquella mirada llena de hambre.

— ¿Qué? —

— Haz las preguntas que quieras. — Se sirvió un poco de su "vino", uno muy espeso que Monique ni siquiera quería averiguar qué era, pero estaba segura que dulce vino no era.

— ¿Qué es usted? —

— Creí que estaba claro que no me gusta ser llamado usted en mi hogar. —

— Ah Claro... Es decir... — Monique respiró todo el aire posible en sus pulmones para encontrar la valentía necesaria. — ¿Qué eres? —

— ¿Respuesta larga o corta? —

— Tenemos mucho tiempo supongo. — Monique se cruzó de brazos realmente curiosa por algo por primera vez en su vida, cruzando sus piernas como reflejo cuando sintió la mirada del imponente hombre frente a ella, sobre su cuerpo.

Y es que para Kozlov el cuerpo de la humana era un bello distractor, casi podía ver su corazón latiendo errático a través de su piel, podía alcanzar a escuchar el sonido de su deliciosa sangre deslizándose por sus afortunadas venas.

También podía escuchar el suave sonido del oxígeno ingresando a sus pulmones, todo aquello era un espectáculo que podía ver por horas en la pequeña e insignificante humana, porque aunque no era único, parecía arte para él.

— Así es... Hay inmortales en toda la ciudad. — Ella soltó su aire con asombró, lo sospechaba más ni siquiera quería pensarlo.

— ¿Eres un vampiro? ¿Todos en la oficina lo son? — La curiosidad quemaba su torrente sanguíneo. — ¿Van a sacrificarme o matarme? ¿Seré su Bufet? — Kozlov entonces casi rió otra vez.

— No te creas tan especial. — Decía, negándose a admitir que le importaba la vida de la humana más de lo que le gustaría, a ese ritmo se obsesionaría con su sangre, si es que no lo estaba ya. — Pero si, supongo que la mayoría en mi oficina trabajando conmigo lo son... —

— ¿No puede salir al sol y...? —

— Una pregunta a la vez Monique, odio que me interroguen. — Ella asintió, pero esperó su respuesta.

— Sólo odio las quemaduras, no soy débil al sol. Es más bien una alergia, pero no me afecta. —

— ¿La plata? —

— No es ninguna molestia. — Negó.

— ¿Eso quiere decir que usted es inmortal? —

— Soy un inmortal, más no tengo vida eterna. — Corrigió.

— ¿No es eso lo mismo? —

— A diferencia de otros inmortales con vida eterna que no podrán envejecer. Voy a envejecer como el resto de humanos, pero con una esperanza de vida superior. Muy superior. — Aquello hizo clic en su cabeza, y entonces entendió porque él había podido salvarla.

— ¿No hay problema con que me diga todo esto...? —

— Eres mi asistente, después de todo, me debes tu vida. — Ella hizo una mueca de disgusto que no se molestó en ocultar.

— Una vida con la que quería acabar. —

— También te he arrebatado de tu miserable vida humana. — Monique suspiró un poco molesta.

— A todo esto ¿Qué es lo que quiere un ser con vida eterna como usted de alguien como yo? —

— Ya lo dije, yo soy inmortal. Cometes un gran error al pensar que todos somos lo mismo. Y me atrevería a decir que aún no has leído tu contrato. — Ella negó siendo sincera.

— No del todo. — Aún le faltaba leer la última plana.

— Preguntame si no entiendes algo. — Suspiró nuevamente, aturdida por la realidad que la estaba golpeando ahora.

— Aún no ha respondido a mi pregunta. —

— Por ahora lo único, y todo lo que espero de ti es lealtad. — Ella casi suspiró asintiendo.

Entendiendo de pronto el porque le estaba dando su confianza, él se estaba asegurando de tener su lealtad ya sea por las buenas o por las malas.

— Puedes estar tranquilo. A diferencia de mi familia, yo soy una persona confiable, e incluso leal. —

— Sé que lo eres. — Ivan no le despegó la mirada de encima. — Por eso eres una buena inversión, me encargaré de todos tus problemas, déjamelos a mi. —

— ¿Qué haría entonces yo para usted? — Preguntó con la duda, ¿Había algo que realmente él deseara y que ella pudiera ofrecer aparte de su lealtad?

— Prefiero que termines de leer tu contrato. — Pidió Kozlov. — Seguramente a esta hora ya haya alguien en la cocina, diles que pido que lleven tus cosas a una habitación, ellos sabrán a cuál. — Ella asintió de inmediato, levantándose de ahí y alejándose como si de la peste se tratará.

— Ah y otra cosa Monique, no te lastimes otra vez, no puedo desperdiciar mi sangre tantas veces. — Ella tragó fuerte y alcanzó a verse en el espejo lujoso con un marco dorado que adornaban el pasillo, que sí, sus moretones y golpes en el rostro habían desaparecido por completo.

Volteó a ver una última vez a Ivan Kozlov, quién aún la miraba con hambre, esa mirada no engañaba a nadie, y aunque Monique lo intentará negar en su mente, quizá lo mejor no fue sobrevivir a su suicidio, porque aquellos ojos azules puestos en ella le prometían mucho, pero no todo lo que le prometían parecía ser del todo bueno.

No si aún saboreaba en sus labios los restos de su sangre en ellos, o si él parecía a punto de perder el control mientras la miraba fijamente, conteniéndose de sí mismo de tocar algo que no debía tocar, o de poseer algo que en realidad ya le pertenecía. Le pertenecía desde que había salvado su vida a su modo de ver, o tal vez era desde que su sangre comenzó a recorrer sus venas también. Era suya.

Más Dulce que la Muerte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora