XXI. El CEO en el sótano

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Había cierta ironía en el hecho de que yo había sido el que había dado la orden para que se lleven a mi amigo Dante a un sótano y lo mantuvieran amarrado a una silla. También fui quien dio el visto bueno a mantener a Laura en un sótano amarrada a una silla.

Ahora yo estoy amarrado a una silla, muy probablemente en un sótano.

Aunque, por lo que veo, no es uno de los nuestros. Este sótano no ha sido construido por equipo del Grupo De la Cruz. Este es un sótano construido clandestinamente, lo que quiere decir que aun estamos en la calle Abastos.

Si estuviésemos afuera, en la ciudad, estaríamos en un sótano construido con todos los requerimientos formales. Éste, en cambio, es improvisado.

El piso y las paredes y el techo son de roca descubierta. Las pocas luces que tiene instaladas están conectadas a cables que están colgando del techo. Éste es el trabajo de un principiante y no es un sótano presentable. Nuestra área de infraestructura habría hecho algo mucho mejor.

"¿Hola?", llamo. Nadie responde. "¿Hay alguien ahí?"

La iluminación es mala, pero suficiente como para ver toda la habitación en la que me encuentro. Es de tres metros por tres metros. Solo hay un punto de acceso, cubierta por una puerta de madera.

¿Madera? Esta puerta habría sido atravesada fácilmente por un vampiro. Esto es revelador a cierto nivel.

Cierro los ojos. Respiro profundamente. Siento sudor formándose en mi cuello. Comenzando a humedecer la parte trasera de mi camisa, la cual ya estaba sucia de por sí. El botón más alto de esa prenda lo tenía abrochado cuando Jimenez me secuestró. Sigue estando abrochado, lo cual es un poco incómodo.

"¿Hola?", llamo. "Necesito que me ayuden con mi camisa, por favor"

Es un pedido tonto. Si Jimenez me hubiese mentido o si le hubiesen mentido a Jimenez y me encontrase aquí esperando mi final. Si es que este plan no es para nada de mi mayor interés. Si detrás de esa puerta hay gente malvada esperando el momento adecuado para torturarme y luego matarme.

Entonces no tendría por qué pedir que por favor desabrochen un botón de mi camisa.

"Erwin", escucho de pronto una voz detrás de la puerta. "Voy a necesitar que estés tranquilo. ¿Puedes estar tranquilo?"

La voz llega distorsionada por la madera. No la puedo llegar a reconocer. No obstante, es lo único que tengo por el momento. No me queda otra alternativa que jugar el juego.

"A nadie le conviene mantenerme aquí", digo. "¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Cuánto tiempo me han tenido aquí secuestrado?"

"No te preocupes por eso ahora", me dice la voz. "Necesitamos hablar de varias cosas, Erwin"

"Yo soy el señor Martin para ti, imbécil", le digo con calma. Si estoy vivo y sin moretones hasta ahora es porque me necesitan vivo y atento. Me puedo dar el lujo de empujar el margen a mi favor. "Ingeniero Martin, si es que te sientes técnico"

Silencio. Esperaba una reacción inmediata, pero no escucho nada.

"Está bien. Ingeniero Martin. Lo había olvidado. Lo he visto tanto tiempo dirigiendo el Grupo De la Cruz, que ya no pensaba en usted en esos términos. Pero es cierto. Usted estudió ingeniería por cinco años. Se graduó en tercio superior, aunque no en los primeros puestos. Está bien. No todos pueden ser lo mejor. Aun así sobresalió lo suficiente como para conseguir esa beca para ir a estudiar al extranjero. Y teniendo la posibilidad de quedarse a trabajar en otro país, decidió venir a continuar su tradición familiar. Regresó a formar parte de la corporación en la que su padre era gerente general. ¿Por qué?"

Los vampiros de la calle AbastosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora