Expuesta

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La zona era igual de desoladora que la que se habían encontrado días atrás, tras volver de su encuentro con la madre unicornio y su cría. Tras el límite natural que suponía el riachuelo, sólo una pocas plantas valientes se atrevían a intentar colonizar ese territorio casi estéril en tierra de nadie.

Un poco más allá, se encontraba la oscuridad del bosque corrompido, cuyo tenebroso silencio contrastaba con el burbujeante eco de vida que tenían a su espalda. Ellos se encontraban en medio, totalmente expuestos, aunque no demasiado lejos de la protección del bosque.

–Hay algo dos metros hacia delante, justo allí– señaló Goldmi.

–¡Bum!

El terrible impacto hizo temblar el suelo, como si hubiera ocurrido un pequeño terremoto. La enorme fuerza de Tarbhnor, aplicada al robusto bastón que usaba como arma, y multiplicada por la habilidad Impacto Brutal, no era algo desdeñable.

Inmediatamente, le siguió el golpe de un martillo, que en aquel momento el enano empuñaba con las dos manos, pues por ahora no necesitaba el escudo.

Hubo unos golpes más, hasta que sintieron que habían logrado su objetivo.

–Otro jodido perdido más. Goldmi, eres jodidamente increíble– la alabó Viclot.

Era el tercero que ésta detectaba, oculto bajo tierra, esperando a ser llamado por un general y entrar en acción por sorpresa, preparado para una futura emboscada.

La idea inicial del grupo había sido dirigirse más cerca del bosque corrompido. Sin embargo, dada la capacidad de Goldmi para detectarlos, estaban limpiando la zona de futuros peligros que pudieran lamentar.

Lo que no sabían era que aquellas muertes habían atraído la atención de un general, quien, furioso por el sabotaje de sus meticulosos planes, había acudido para ser testigo de esta última.

–Sólo los detecto. Vosotros sois los que hacéis todo el trabajo– se resistió ella a aceptar los elogios.

–No creas, para ellos no es un trabajo. Golpear el suelo con todas sus fuerzas para aplastar lo que hay debajo es más un placer que trabajo para ellos– rio el mago reptiliano.

–Ja, ja, ja. La verdad es que es jodidamente divertido– ratificó el enano.

–Para que negarlo– aseguró el dueño del bastón con una enorme sonrisa.

Por su parte, Maldoa simplemente se encogió de hombros cuando la elfa la miró, haciéndole entender que aquellos dos no tenían remedio. Cuando las dos empezaron a reír, los otros las miraron extrañados, incapaces de imaginar que mosca las había picado.

Y la lince simplemente estaba aburrida. No obstante, la atención de todos en el trabajo de exterminio de los peligros ocultos bajo tierra le había dado la oportunidad a su hermana de darle algún que otro bizcocho. Así que no podía quejarse.

–Algo se mueve– avisó ésta de pronto.

–Mi hermana ha detectado algo, atentos– avisó la elfa.

Ninguno de ellos restó importancia al aviso. Los oídos de la felina eran superiores a los suyos, y allí la drelfa no contaba con la ayuda de las plantas. No tardaron en emerger más de una decena de lombrices, topos, hormigas e incluso algo parecido a un armadillo.

Maldoa frunció el ceño. Quizás se iba a ver obligado a revelar su poder, lo que comprometería su misión. El resto estaban más preocupados por sus vidas. Aunque no era una situación imposible, era bastante peligrosa. Y más cuando, al mismo tiempo, otros tantos corrompidos aéreos se abalanzaron hacia ellos.

–¡Yo me encargo de los de arriba!– declaró la elfa.

El resto asintieron. No era que estuvieran convencidos de que pudiera lograrlo, pero poco podían hacer hasta que se acercaran. Quizás el mago, pero su rango era mucho menor al de la arquera.

–Mierda. Parece un ataque coordinado, debe haber un jodido general cerca– masculló el enano, lanzando una señal de advertencia para pedir refuerzos.

La drelfa asintió. Podía sentirlo, la presencia de una de esas criaturas contranatura. Se maldijo por haberse dado cuenta demasiado tarde.

Por ahora, el principal problema al que debían enfrentarse se debía a que el ataque era inminente y coordinado. Terrestres y aéreos llegarían a la vez.

Todos estaban preparando su ataque y defensa, y observando fijamente a los objetivos terrestres. Confiaban en la drelfa para avisarlos si debían ocuparse de los de arriba, pues no sabían si la elfa era realmente capaz de pararlos o desviarlos.

Era de hecho la drelfa la más ociosa, y a la vez indecisa de cuál debía ser su papel. Por ello, observaba a la elfa, su objetivo, a quien debía proteger. Y, lo que vio, la dejó sin palabras.

Los seres alados estaba entre 30 y 35. Eran los que había podido reunir el general en tan poco tiempo, y los estimaba suficientes. No esperaba que las flechas de una de sus enemigos fueran tan certeras, veloces, de tan largo alcance y efectivas.

No todas dieron en su objetivo, pero mucho antes de que pudieran llegar hasta ellos, las alas de todas aquellas criaturas habían sido perforadas por más de un punto. Incluso la de nivel 35 no pudo resistir una Flecha Etérea y Penetrante, y otra Purificadora. Y a ello había que incluir varias con Vacío para perturbar su vuelo.

Sus cuerpos, mucho más débiles que los terrestres, perdieron el control ante el feroz y numeroso ataque por sorpresa, sobreviviendo sólo dos de ellas a la caída. Aunque, en el suelo, ya no representaban una amenaza.

La arquera no se detuvo, sino que empezó a disparar a los enemigos terrestres, con el objetivo principal de retenerlos. Si podía evitar que todos atacaran a la vez, el ataque enemigo sería mucho menos efectivo.

La drelfa no le quitaba ojo. No podía creerse lo que estaba viendo. Había contado al menos siete habilidades, y sospechaba de algunas más. Pero lo que más le extrañaba era que ésta parecía estar buscando algo. A pesar de que no dejaba de atacar a sus enemigos, parecía estar escrutando en la distancia.

Fue cuando tensó su arco más de lo normal, apuntando a la nada, cuando Maldoa se sorprendió aún más, pues aquella era la dirección en la que más fuerte se sentía aquella presencia. Pero no fue hasta que, de repente, esa presencia se esfumó, que sus ojos se abrieron hasta casi salirse de sus órbitas.

–Ella puede...– balbuceó en un tono inaudible.

Fue entonces cuando comprendió el verdadero valor de aquella elfa, incluso empezó a intuir el por qué se sentía tan próxima a ella. Podía ver y eliminar a los generales, algo de lo que sus enemigos nunca debían enterarse, o intentarían acabar con ella. Por eso la habían elegido. Ella jamás la traicionaría.

Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora