Capítulo 28.

252 23 10
                                    

Un manotazo en mi hombro me hizo abrir los ojos de golpe y sobresaltarme alargando un fuerte grito a los cuatro vientos. El zarandeo no cesaba y el enfado en mi interior aumentaba por segundos al encontrarme con esos ojos grises que casi me provocan un paro cardíaco.

—¡Mamá! —le grité casi en un sollozo, sentía como mi corazón iba a mil.

Note como Ingrid se removía sobresaltada en la cama a mi lado, me mordí el labio inferior al no haberme acordado que se encontraba ahí dormida.

Sin darme tiempo a decir nada más, me había quitado las sábanas de encima haciendo que el frio de la habitación se colara por mis muslos desnudos. Resoplé frustrada ante su intromisión en nuestra habitación.

—¿Me puedes explicar que haces aquí? —le pregunté aun sintiendo los ojos pegajosos de las lagañas.

Se cruzó de brazos expectante.

—Nos vamos de compras así que vístete —contestó sin más.

¿Qué le ocurría? ¿Por qué se había metido en mi habitación de esta manera y se había empeñado en despertarme tan bruscamente?

Fui a contestar algo al respecto pero ni siquiera me dejó tiempo puesto que empezó a andar por toda la habitación mientras recorría cada esquina con su mirada inquisitiva.

—Que desastre... —murmuró sin poder creerse lo que veía.

Inspeccioné el mismo lugar que hacía ella, tampoco estaba tan sucio. Había varias cajas de pizza, algunas botellas de refrescos vacíos, zapatos tirados por doquier... Nada del otro mundo, aunque también es verdad que no habíamos limpiado la habitación desde que llegamos ya que se supone que una limpiadora, la cual nunca dejábamos entrar, limpiaría nuestra habitación. No nos gusta que los desconocidos invadas nuestra zona de confort.

—¿Pasa algo?

Se giró hacía mí con una ceja alzada como si fuera más que evidente su sorpresa, me empezaba a cabrear cada vez más la manera en la que había entrado a mi habitación. La oscuridad de la habitación estaba bastante disminuida debido a que mi adorable madre había levantado las persianas de golpe sin siquiera cerciorarse de que Ingrid también se encontraba con nosotras.

—Vístete y mientras yo arreglaré este desastre.

Revoleé los ojos sabiendo que era un caso perdido ponerme a discutir con ella, cuando algo se le planta se le planta. Me levanté de la cama y alargué un bostezo mientras me empezaba a dirigir al baño, escuchando detrás de mí; los ronquidos de Ingrid y los ruidos de los objetos de limpieza que intentaba coger mi madre de la estantería.

Me adentré por la puerta del baño y la cerré tras de mí. Me coloqué frente al espejo y estiré mis brazos y mi cuerpo observando mi reflejo. Estaba demacrada y empecé a angustiarme al creer que el motivo de mi empeoramiento era la necesidad de las pastillas antidepresivas que me recetaron aquella vez, pero estas eran tan fuertes que casi dejé de ser yo misma.

No lo entendía, todo estaba yendo demasiado bien. No entendía porque mi cuerpo y alma habían pegado ese bajón tan inmenso desde que llegué aquí. Algo se me escapaba.

Me vestí con la ropa de verano más básica y cómoda que pude encontrar: una falda tiro alta color negra con volantes y un top color blanco, junto a unas botas vaqueras.

Miré mi reflejo nuevamente en el espejo pero unos segundos más tarde tuve que apartar mí mirada de él, asqueada. Unos suaves toques se hicieron presentes del otro lado de la puerta del baño y rápidamente me giré hacía ella abriendo la puerta y encontrándome con mi madre.

Un perfecto verano © (Completa, en edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora