Escape

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Corrí tan rápido como pude hasta la puerta gigante en donde estaba el guardia de seguridad.

– ¿Qué haces aquí? –preguntó al verme. No le contesté porque estaba agachada, muy concentrada intentando recobrar el aliento, con mis manos recargadas en mis rodillas.

– Quiero salir. –dije finalmente. El guardia rió.

– ¿En dónde están los señores Christian y Thomas?

– Muertos. –tosí al sentir el frío aire entrar por mi garganta.

– ¿Qué cosa? ¿Los mataste?

– No, –me reincorporé– es una larga historia. El punto es que ya no necesitan seguir órdenes, después de todo si están muertos no podrán pagarles a todos ustedes.

– Un segundo... –recordó algo–. El señor Christian me advirtió que algún día, muy probablemente, vendrías a decir que los mataste por fin, pero que eso sería mentira pues, después de todo, ya lo habías intentando y fallado anteriormente.

– ¿Es en serio? ¿No me vas a dejar salir? –el hombre negó con la cabeza–. Bien, veremos cuanto soportan antes de realmente necesitar su pinche quincena.

Y así pasó un mes, yo actuaba con total normalidad. Por suerte los hermanos psicópatas no habían regresado de nuevo buscando venganza, lo que me hizo pensar que realmente estaban muertos. Los trabajadores de la hacienda empezaban a cuestionarse entre sí el porqué no veían más a los dueños y sobre sus atrasos con la nómina. Los escuchaba murmurar a mis espaldas pero fingía no escucharlos. Finalmente, un día Iván se acercó a mí mientras me traía un plato de comida.

– ¿Señorita Lorena? –llamó mi atención–, ¿puedo preguntarle algo? –asentí– ¿En dónde están los señores Christian y Thomas?

Muertos.
No puedes decirle eso. Piensa, ¡piensa!

– Tuvieron una discusión. Thomas se largó cuando nadie se dio cuenta y Christian está trabajando en la ciudad.

– ¿Ambos se fueron? –asentí– ¿No sabe cuando van a regresar? –negué. Entonces se me ocurrió una idea.

– Le puedo decir en donde trabaja.

– Por favor. –se acercó más a mí.

– Pero tendrá que llevarme con usted. –entonces se alejó.

– Los señores nos dijeron a todos que jamás debíamos dejarla salir sin el permiso de alguno de ellos.

– No han venido en un mes, no creo que ninguno de los dos tenga intenciones de regresar, pero yo podría convencer a Christian de que lo haga. –lo pensó unos minutos.

– De acuerdo –me forcé en no mostrar mi felicidad–. Pero siempre estarás pegada a mí.

– Claro. –terminé mi comida antes de regresar a la habitación para ponerme unos tenis y pasar al baño. Tomé el cuchillo con el que Christian había apuñalado a su hermano y me las arreglé para esconderlo en la manga del suéter que traía puesto, también agarré las hojas que Thomas había escrito (y que yo aún no me había atrevido a leer) y las metí dobladas en mi brassier. Me encontré a Iván en la puerta de la casa. Me llevó hasta una camioneta que tenía imágenes de carne a los costados. Supuse que era una de los distribuidores o algo así.

Tardamos más de media hora en llegar a la carretera que nos regresaría a la civilización y otros veinte minutos en llegar a la ciudad.

– ¿Bien? ¿En dónde está? –preguntó por millonésima vez el hombre.

– Tú sigue avanzando. –dije mientras intentaba pensar en una idea para escapar de él. Me hizo caso por un tiempo, pero al ver que no le decía la ubicación se frenó de golpe.

Más allá de las letras #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora