Las llamaradas del infierno quemaban hasta los huesos, el calor era insoportable, pero TaeYong se sentía demasiado frío, sentía su alma vacía y cómo el agujero negro que llevaba en el lugar del corazón se hacía cada vez más grande.
Jeno se estaba pasando de la raya. Había besado a Anh y esos labios eran solamente suyos. Pero no podía deshacerse de él, aún.
Suspirando, se paseó por los abismos del laverno, escuchando, fascinado, los gritos y gruñidos de las criaturas que se alimentaban de las más podridas almas. Ahora que Anh sabía que era un ángel, todo se volvía más difícil, necesitaba poseerla de nuevo, tenerla bajo su control. Todo se le estaba yendo de las manos.
Anh era fuerte, incluso si ella no lo sabía; podía destruirlo con sólo un movimiento, sin ninguna debilidad.
Se detuvo en seco.
Claro que tenía una debilidad, y ya la había usado antes. Su hermano. Sonrió triunfal, se sentía un poco idiota al no pensar en HaeChan. ¡CLARO! Él era la respuesta a todos sus problemas.
Y tenía a la persona indicada para destruirlo y de paso, volver a tener a Anh. Sacudió un poco su espalda, haciendo que dos enormes alas negras salieran de ella. Con un alarido demoníaco emprendió el vuelo.
TaeIl nunca estaba indispuesto para él.
TaeIl miraba cómo dos pequeños ciervos comían de un arbusto de moras, se acercó a ellos y los acarició con ternura. Los ciervos le daban pequeños lengüetazos a sus dedos, contentos por las caricias.
Aquél bosque era de los más hermosos de toda la creación, ningún humano podía entrar ahí, sólo seres fuera de lo normal, y TaeIl era el encargado de mantenerlo a salvo. Sus alas blancas brillaban con la luz del sol, destellos dorados adornaban su hermoso cabello rubio y su piel era tan blanca como la nieve y suave como un durazno.
Era simplemente perfecto.
TaeYong suspiró al verlo, se veía tan indefenso, pero aquél hermoso ser sólo era causante de dolor y sufrimiento.
—TaeIl— le llamó. El ángel alzó la vista y miró con alerta a TaeYong. Había una pequeña barrera entre ellos, TaeYong era un ser demoníaco que no podía tocar aquella tierra santa, y eso le daba demasiada pena.
—TaeYong— se acercó a la barrera, sintiendo curiosidad. El pelinegro miró los hermosos ojos de TaeIl, que brillaban ante él. Tan puro.
—¿Cómo va todo por aquí? —preguntó el demonio, mirando a los ciervos, que al verlo, se escondieron detrás del arbusto.
—Como siempre, tranquilo. —contestó, tratando de leer la expresión de TaeYong. —¿A qué has venido, TaeYong? —le preguntó, con voz calma.
Las entrañas de TaeYong se revolvieron al escuchar la melodía de su voz, era casi igual a la de Anh.
—Me han dicho... Que hay un humano, al que últimamente has estado observando... — divagó. TaeIl se tensó un poco, pero supo conservar la calma, mirando inerte al demonio frente a él. —Lee HaeChan, creo que se llama— se detuvo, dándole la espalda, TaeIl apretó un poco su mandíbula.
—No lo negaré, pero ¿qué tiene que ver él? ¿Qué estás planeando, TaeYong? —le cuestionó, pero no sé podía acercar a él gracias a la barrera.
—Absolutamente nada. Pero por lo que sé, él ya está enamorado de otro humano— de alzó de hombros.
TaeIl ya lo sabía. Malditamemte lo sabía.
—He investigado un poco, acerca de cuando un humano y ángel se enamoran, o cuando un demonio y humano se enamoran. Vah, pura teoría— se alzó de hombros, se volteó a ver a TaeIl y éste lo miraba casi enojado —Pero ha llegado la experimentación— de acercó de nuevo a él —He presenciado cómo una humana y un ángel se enamoraban— le susurró.
—¿Y eso a mí qué me importa? —casi escupió. No era digno de él enojarse, pero TaeYong parecía esforzarse en sacarlo de sus casillas.
—Vamos, no te enojes. Pero... Quería darte la esperanza de estar con él, quién sabe, tal vez y podría enamorarse de ti... Y podrías convertirte en humano y formar una vida con él. ¡En fin! Sólo quiero que seas feliz... Hermano— sonrió y comenzó a caminar en dirección contraria, esperando.
—Espera— le llamó. La sonrisa de TaeYong se ensachó, cuando lo miró, puso su mejor cara de pena. —Él... Él no sabrá que soy un ángel, ¿verdad? —susurró.
TaeYong no podía estar más satisfecho. Estaba de nuevo en el juego.