Destrozado (parte 2)

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Ella no quería saber nada acerca de otro hombre, en su interior cargaba con la esperanza de que algún día todo vuelva a ser como antes, de que algún día esto quede en un pasado nefasto que no querían recordar. En cambio, él, ya la había olvidado, se iba a los bares con amigos, bebían, fumaban y todas las noches se escapaba con la misma morocha que un día aseguro odiar. Pero a mi madre no la dejaba, era incapaz de liberarla de ese tormento que ella sola no estaba preparada para abandonar.

Su mano recorría mi espalda en una suave caricia, murmurando lo siento una y otra vez. Yo solo la abrazaba y dejaba que llorara en mi hombro, solo anhelaba que frenara aquello por el bien de ambos. Estaba desarmando a pedacitos de mi corazón con cada lágrima que ella permitía salir. Seguro que no lo sabía, y yo prefería que fuera así, que me rompa a mi si era necesario, pero que ella se salve de ese abismo en el que estaba por caer.

-Vamos a comer, ¿sí? Tu padre no está. - murmuró para levantarse de la cama y caminar hacia la puerta, seguí cada uno de sus movimientos con mis ojos, examinando todos los gestos que hacía. Con timidez tomó el picaporte de la puerta y salió de la habitación, no sin antes regalarme una mirada de súplica para que la siga.

Con el nudo aun presente en mi garganta, la seguí. No porque yo así lo deseaba, sino para complacerla, hacia todo con el objetivo de complacerla y no darle más problemas. Suficiente era con todos los que le daba mi padre. Me senté en la silla que se encontraba en la punta, no quería estar a su lado, prefería poder mirarla completamente y ver cada uno de los sentimientos que su transparencia dejaban expuestos.

Sus movimientos eran precavidos y lentos, cada cosa que hacia la desempeñaba con total miedo de algún reclamo por mi parte, me sorprendía y afectaba el hecho de que crea que yo sería capaz de hacerle algo así. Yo no era como mi padre, jamás seria como él. Bajé mi mirada hacia la mesa, para no incomodarla ni molestarla mientras lo hacía.

Mis dedos se entretuvieron con las pocas migas de la mesa, mientras que mis pies se movían rápidamente de arriba hacia abajo, estaba nervioso. No quería ver a mi padre, no quería escuchar sus duras discusiones. Ya estaba harto de todo aquello, deseaba volver tiempo atrás, cuando todo era chistes malos y abrazos, solo anhelaba el amor de una verdadera familia.

Ella sirvió para luego tomar el lugar que se encontraba en frente de mí, un silencio incomodo envolvió el ambiente, causando que ambos nos tensáramos. Su mirada se cruzó con la mía varias veces, pero ni así fuimos capaces de hablar. Los segundos se volvían minutos, y estos se hacían eternos. Comencé a fantasear con cada momento feliz que habíamos vivido en esta mesa. Las risas y comentarios de la comida por parte de papá, con el único objetivo de hacer enojar a mamá, para luego abrazarla y decirle que estaba todo muy rico. Los guineos que mamá me regalaba cuando cometía una maldad contra mi padre, las carcajadas de nosotros cuando él caía. ¿Por qué se acabó si éramos tan felices? ¿Qué fue lo que hicimos mal?

Mamá suspiró luego de levantarse para limpiar el plato, vi como sus ojos se llenaban de pequeñas gotas de agua, ya estaba harto de que se pasara el día llorando por culpa de un cobarde, ella no merecía aquello.

-Déjalo. - la palabra se me escapó, fue como una orden más que un consejo, por lo que ella se sobresaltó.

-Sabes que no puedo, Bruce, él- la interrumpí de inmediato, me molestaba que ella aun en esta situación, no abriera los ojos, seguía ciega y no empeñaba en quitarse la venda de los ojos.

-No, mamá. Él nada. Tú mereces algo más que esta basura de vida que tienes, vete de aquí y no mires hacia atrás, solo así avanzaras. - pronuncié con calma, a pesar de que por dentro me ardía el fuego de la ira.

Ella sonrió, o al menos intentó hacerlo, ya que fue como un gesto de disculpa, ella haría caso omiso a mis palabras, ella no se iría de este horrible lugar. Yo no entendía porque no se había marchado aun. Soportando los engaños e irresponsabilidades de mi padre, ella no lo merecía, pero si no se iba, seria bajo su propia voluntad. Mi padre podía ser cualquier cosa, pero jamás le había levantado la mano ni a mí, ni a mi madre, al contrario, siempre nos dio todo, en su momento nos amó como a nadie en el mundo, durante esos años, fuimos la familia más feliz del mundo. Por esa razón es que, a pesar de esta situación, yo amaba a ese hombre como a nadie en el mundo, porque sabiendo que yo en realidad no era su hijo, me dio más amor y atención de la que podría pedir, yo lo amaba, y sabía que yo era su todo para él.

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