CAPÍTULO 8

44 11 10
                                    

Los árboles a su alrededor flameaban, expulsando tomo el humo a la atmósfera y adentrándose en sus pulmones, contaminando el aire que llevaba aún la esencia a venganza que corría a sus espaldas. Tropezaba débilmente con las delgadas raíces en el suelo que iban en constantemente movimiento. Su cabeza dolía tan fuertemente que incluso toser se le hacía una tarea difícil. Había agotado gran parte de su energía y luchaba consigo misma por mantenerse en pie.

El bosque a su alrededor ardía, Kaaira había evocado su más grande poder, propagándolo con rapidez y consiguiendo consigo despistar a los guardias que iban tras la rubia.

Miraba hacia atrás, sobre su hombro, pero no había nadie, nada le estaba siguiendo, aún así se mantenía corriendo, no iba a permitir que le atraparan, no iba a entregarse, ya estaba harta.

Una pequeña colina a sus pies fue parte de una traición de la naturaleza. Rodó entre la hierba y las cenizas en el suelo hasta terminar exhausta al final del terreno inclinado, comenzaba a hacerle costumbre caer cuesta abajo. Tosió nuevamente y apartó los mechones dorados de su rostro, permitiéndole observar el lugar en el que se hallaba.

Estaba demasiado agotada como para continuar, y la tierra húmeda en su espalda le producía calma. Inhaló y exhaló hasta nivelar su pulso y finalmente cerró los ojos, dejándose guiar por sus pensamientos. Estaba atormentada, y no era de manera voluntaria como lo había imaginado durante años.

Era real.

Ahora lo estaba viviendo y eso le causaba mucho miedo.

En unos segundos se perdió en su mente y vagaba por un lugar que desconocía en lo absoluto, nunca había estado allí y eso por alguna razón le producía escalofríos.

No sentía su cuerpo, era casi como un sueño, pero esto parecía ser diferente, otro nivel.

Sabía por intuición que no estaba segura en aquel lugar, el ambiente se había impreso al peligro en el que se exponía con aquello.

Aquello por lo cual estaba dentro, y no de su mente, sino de la nave.

La nave de la que escapaba.

Se abrazó a si misma mientras caminaba por los pasillos silenciosos, no podía escuchar sus pasos y aún menos su propia respiración.

Y si no estaba soñando, ¿qué estaba haciendo allí?

Se detuvo en seco después de caminar por un rato, estaba frente a una habitación, una cuya entrada exigía una clave. Se lo pensó nuevamente, repetidas veces, iba a marcharse, pero justo cuando se dio la vuelta, un guardia le dio paso a la ágil rubia cuando intentaba salir.

Allí dentro estaba un poco oscuro, pero se veía a leguas dónde se encontraba y la verdad no lo esperaba. Se deslizó lentamente por todo el pasillo hasta dar con una figura casi humana que tosia fuertemente entre quejidos.

Mack tomó el metal en sus manos y observó desde la abertura en las rejas, no sabía si debía hablar o no, solo esperó.

Allí estaba él.

Con su cabello sudoroso, vestido solo con una fina camiseta y unos shorts de segunda mano, descalzo. Estaba siendo torturado, quizás no físicamente.

Ella sabía por lo que estaba pansando en aquel entonces.

—Blake... —le llamó, esperando que le escuchara. El pelinegro cerró los ojos fuertemente y tapó su rostro entre sus manos. De repente parecía estar asustado, algo intranquilo—, por favor, sólo dame un tiempo, vendré por ti...

—No —le interrumpieron a sus espaldas con un suave toque en el hombro. Se sobresaltó y se dio la vuelta esperando ver lo peor, pero allí estaba el mismo pelinegro, el mismo chico que delante sus ojos estaba tumbado dentro de una jaula.

Homeri Oddysea UniversumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora