Lauren, historia.
Y desde aquel día que atacaron las tropas alemanas hacia Londres, mis días de descanso y felicidad, se agotaron.
Mi familia vivía en una situación económica y social cómoda; nunca nos faltó comida, ni un techo. Papá era Ministro de educación y mi madre trabajaba como maestra en escuelas de señoritas, Saint Garden’s. Yo asistía allí y tenía muchas amigas pero poco sabía sobre la situación actual.
Mi abuelo había servido en el ejército británico en la Primera Guerra Mundial y ganó la medalla de oro en el comando de tropas especiales. De modo, que todos nos sentíamos muy orgullosos y ostentábamos de aquello pero jamás creí que algo parecido pudiese repetirse.
Mi padre me prohibía leer los periódicos y desacreditaba todos los rumores que los padres de mis amigas recibían y luego me contaban en los recreos. La guerra parecía muy lejana, algo irreal en mis cuentos favoritos pero descontando a mis hermanos menores y mi madre siempre negadora, tenía algo que ellos no: Un poder importante de intuición y no era fácil de engañar.
Un día, antes de que la catástrofe se desarrollara con los bombardeos de 1940, lo que los alemanes llamaron “Operación León Marino”, luego de la escuela me inventé una excusa, una amiga me había invitado a su casa. Padre estaba preocupado, frunció el ceño mientras mascaba tabaco y luego de un buen rato asintió.
Fui directo a la biblioteca y le pedí a la señora Rawson que me conocía de pequeña, toda la información que tuviera sobre la actual situación del país y de una posible guerra que iniciara Alemania. Recuerdo exactamente la forma en que me miró, entre algo horrorizada y compasiva.
- Oh, mi niña. ¿Crees que tu padre te dejará?
- No tiene que enterarse. Además odio los secretos –Deslicé los ojos, molesta. Ella salió detrás del mostrador y mirando hacia todos lados me cogió del brazo y me condujo hasta una sala que nunca había visto antes. Al principio estaba todo a oscuras pero cuando prendió el foco de luz, me invadió una sensación de náusea al ver miles de fotos sobre personas heridas y posiblemente muertas. Mis ojos se abrieron como dos grandes platos y ella lo notó porque apretó con fuerza mi mano.
- Querida, no hay que temerle a lo desconocido. Cuanta más información se tiene, mejor preparado se estará –Asentí con la cabeza, con un nudo en la garganta, sin poder quitar mis ojos de las fotos-. Además, ya eres una adulta –Me giré para mirarla con el ceño fruncido.
- Sólo tengo trece años…
- Verás, querida, situaciones como éstas nos obligan a madurar a todos, no importa la edad que tengas –Asentí vagamente con el presentimiento de que estaría por descubrir algo que no olvidaría jamás y en efecto, así fue.
La señora Rawson se sentó junto a mí en una mesa llena de periódicos, algunos de hacía un año atrás, y me explicó sencillamente lo que estaba ocurriendo. Luego hizo una pausa y me miró expectante. Supongo que esperaba que diera una respuesta mordaz e inteligente como yo solía ser pero en aquel momento, me sentí vacía y un profundo dolor e ira me inundaron por completo. Mascullé algo en voz baja, ininteligible. Tomé varias bocanadas de aire antes de volver a empezar.
- La gente pelea por cuestiones estúpidas, ¿Verdad? ¿Acaso no hemos aprendido nada de la primera guerra? –Fue lo primero que se me vino a la mente; ella me sonrió con ternura, acariciando mi cabello.
- Bueno, la gente lucha por muchas razones más profundas de lo que parecen, aunque no quiere decir que no sean estúpidos. Avaricia, poder, morales, en nombre de Dios durante las cruzadas, racismo… podría nombrarte muchas razones pero ninguna será suficiente para excusar la matanza de millones de personas –Rawson me acercó una foto de un judío en el gueto de Varsovia, donde un oficial lo apuntaba con un arma y éste estaba arrodillado en el borde de una fosa. Se me revolvió el estómago, quise haber vomitado el almuerzo-. ¿Qué piensas sobre esto? –Me demoré un tiempo leyendo la noticia para tener mejor en claro mi respuesta.