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Axel

Alessa caminaba de aquí para allá intentando subirse la cremallera de su chaqueta. Se negaba a comprar más ropa porque decía que la que tenía le venía perfectamente, y yo no podía dejar de reír ante su frustración. Al final se hartó, se quitó la prenda con evidente enfado y la lanzó por los aires de mala manera resoplando y hablando entredientes, quejándose de la ropa.

Con mi sonrisa intacta, me acerqué a ella y la abracé por detrás dejando un pequeño beso sobre su coronilla.

–Nena, tranquila –le susurré con calma para ver si así se relajaba.

–¡No puedo tranquilizarme, Axel! –dijo histérica–. ¡Tengo mucha ropa que no me viene, cada día estoy más gorda y Aiden no da indicios de querer salir! ¡No puedo calmarme!

La abracé un poco más fuerte y ella dejó caer los hombros rendida, suspirando abatida.

–Coge uno de mis jerséis –le dije con serenidad–. Seguro que sí te valen.

–¿Puedo coger el que yo quiera? –preguntó con voz de niña pequeña, y pude imaginar que estaba haciendo un puchero.

–El que tú quieras.

Dio un saltito de felicidad y se encaminó aprisa al armario para buscar el que más le gustara. Decidió ponerse uno gris que llegaba hasta sus muslos. Ese jerséi junto con los leggins negros que llevaba le quedaban realmente bien y por poco se me pone dura al verla, pero tuve que controlarme porque teníamos cosas que hacer.

–¿Estás lista ya?

–Sí, sólo dame un momento para hacer pis y nos vamos.

Desde que su barriga creció considerablemente no dejaba de ir a mear cada poco tiempo. No había una sola hora en la que no meara al menos una vez. A mí me hacía gracia porque siempre se quejaba de lo mucho que tenía que ir a aseo y de lo poco que aguantaba su vejiga, una vez hasta se meó encima por intentar aguantar.

–Ya estoy –avisó cogiendo su bolso de encima de la cama.

La tomé de la mano y juntos bajamos al piso inferior para marcharnos cuanto antes porque seguramente Luka, Nick y mi abuelo ya nos estarían esperando desde hacía un buen rato.

Sujeté la puerta del copiloto para que pudiera sentarse lo más cómoda posible y cuando lo hizo rodeé el coche y me senté para ponernos en marcha.

Alessa subió el volumen de la radio y empezó a cantar distraída, creyendo que yo no la escuchaba, pero sí lo hacía y me encantaba oírla. No es que cantara muy bien, pero le ponía tanta pasión y sentimiento que me parecía el mejor sonido del mundo. Quizá sólo me lo parecía a mí porque para mí Alessa era la mujer perfecta, ella me había engatusado con sus sonrisas y su cariñosa manera de tratarme. Ella era la mujer de mi vida y si cantaba bien o no, no me importaba, para mí era perfecta en todo.

Veinte minutos después habíamos llegado a nuestro destino, donde Nick, Luka y mi abuelo nos esperaban de pie frente a la entrada principal. En cuanto estacioné, Nick se apresuró a abrir la puerta de Alessa para ayudarla a salir del vehículo, cosa que me gustó porque así demostraba que se preocupaba por ella. En realidad, todos lo hacíamos.

–¿Y mi sobrino? ¿Sale ya? –preguntó mi hermano después de besarla en la mejilla.

Mi nena puso las manos sobre su vientre y negó con pesar.

–Aiden se niega a salir aún. Es un testarudo, como su padre –respondió sonriente.

La tomé de la mano y la observé con una ceja alzada.

Nada más importa si estás junto a mí (Libro #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora