☾• 𝕭𝖎𝖊𝖓𝖛𝖊𝖓𝖎𝖉𝖔𝖘 •☽

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Citty caminaba con paso certero por las calles del reino. Su larga gabardina plateada se deslizaba a la altura de sus tobillos a la par que cubría una parte de su llamativo cabello rosado.

La marca de nacimiento en la frente ardía y le quemaba con el mismo furor en cada cuarto menguante desde que había llegado a la tierra y abandonado la corte celeste.

Pero esta noche no sería igual, había escuchado una voz, un canto lejano, y aún así, familiar para su corazón.

Guiada por melodía desconocida había llegado a la orilla del mar, una playa de arena brillante que relucía con el clamor de las estrellas que iluminaban el firmamento.

La brisa salada acarició su rostro y recordó, con ese roce etéreo, la caricia de su mejor amiga, su predecesora. Una lágrima rebelde se derramó sin permiso, seguida de muchas más mientras observaba el firmamento y recordaba esa fatídica noche.

Aisha había sido tan noble, la más brillante de todas las damas celestes, y aún así había caído en el mundo de tentación de los hombres, engañada por espejismos y promesas de amor verdadero que terminaron por conducirla a su perdición.

Todavía recordaba, todavía le dolía, todavía las lágrimas se deslizaban a sus pies descalzos sin contención alguna.

De repente el viento cambió, las olas del mar se elevaron, y la voz que le había guiado hasta ese rincón desolado cayó mientras la marea le arrastraba a lo profundo del mar; oscuro, y frío.

Sería poético, moriría de la misma forma en que ella lo hizo, convertida en espuma de mar, solo que ella no sería recordada por los humanos como una criatura divina digna del mas famoso de los cuentos de hadas.

Moriría sola, en el olvido.

«No estás sola, pequeña». Susurró nuevamente la voz en su mente. «Ella ha esperado por ti mucho tiempo, más del que ciertamente le gustaría admitir».

Citty escuchó esas palabras a la vez que una burbuja protectora se creaba a su alrededor transportándola a través de las corrientes marinas, mientras tanto, la voz prosiguió.

«Ella vive» le aseguró «No fue fácil, pero la traje de vuelta. Un ser tan puro no podría perecer por el egoísmo de un hombre»

—¿Quién eres? —preguntó confusa la dama celeste.

«Soy un eterno, un antiguo, como vuestra noble luna». aseveró al mismo tiempo que la burbuja estallaba depositándola en un piso de caracolas «Soy el mar».

—Es mi madre —agregó una joven sentada en un trono de perlas y corales.

—Aisha... —susurró perdiendo la voz.

—Hace 4 siglos no escuchaba ese nombre —repuso poniéndose en pie, y caminando hasta su joven amiga—, prefiero que me llames Nerea a partir de ahora, Cittlaly —pidió—, Nerea, Regente de los mares.

—Hace 4 siglos no escuchaba ese nombre —repuso poniéndose en pie, y caminando hasta su joven amiga—, prefiero que me llames Nerea a partir de ahora, Cittlaly —pidió—, Nerea, Regente de los mares

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