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- Único -

Hace muchos años, en un antiguo pueblo sin nombre, se hallaban dos montañas que la gente juraba "eran dos gigantes dormidos".
En ese entonces, el rumor comenzó a correr por todo el pueblo y los pueblos vecinos también lo recibieron.
Decidieron que las vigilarian día y noche pero, entre bostezos y hambre, no duraron ni una semana.
Lo que no sabían era que su mito en realidad era una historia acertada, pero no completa y hoy yo estoy aquí para contarla; Ésta es la historia de Cuauhtémoc y Aristoteles. Dos príncipes gigantes que traicionaron a sus reinos y después de su muerte fueron condenados a vivir como montañas lejos de sus tierras.
Podían estar juntos, pero nunca se tendrían de nuevo.

¿Se preguntan por qué? Les diré: Aristoteles era hijo de un rey que gobernaba el antiguo reino de Hatto y Cuauhtémoc era hijo del rey que gobernaba otro antiguo reino, su nombre era László. Sus padres se odiaban mutuamente pero sus hijos, después de conocerse, no lo hacían.

Un día se encontraron sin buscarse, ambos habían salido a entrenar para la guerra que se aproximaba. Viajaban en busca de un lugar tranquilo y lejos de ambos reinos donde pudieran concentrarse en cómo manejar mejor sus armas sin escuchar a sus padres gritar. Parece que los dos pensaron igual y fue ahí, en un día nublado y fresco, que sus ojos se encontraron y en ellos se desató una guerra sin siquiera empezar.

- ¿Quién eres? - preguntó Aristoteles mientras sacaba una de las dagas que llevaba siempre con él

- ¿Por qué tan a la defensiva? - Cuauhtémoc rio - déjame adivinar ¿eres de Hatto, verdad?

- Tu arrogancia me suena a László - guardó su daga

- Tu reino cree que puede destruir al mío - sonrió sacando una espada plateada para después señalarlo con ella - ¿quieres empezar la guerra antes? - guiñó su ojo

- Me encantaría - lo imitó y comenzaron a pelear. De momentos parecía que ganaba Cuauhtémoc, pero luego Aristoteles llevaba la delantera, hasta que el príncipe Cuauhtémoc tropezó con una piedra y el príncipe Aristoteles cayó sobre él encajando su espada en la arena lisa que estaba a un lado - Casi te mato antes de tiempo - rio mientras se levantaba y guardaba su espada para ayudarlo a levantarse

- Se suponía que así debía ser - sacudió la arena de su traje

- Eres un buen perdedor - retrocedió

- Soy bueno en todo - caminó hacia él

- Casi te mato.

- Ya lo habías dicho - quedaron frente a frente - mañana, aquí mismo - guiñó un ojo y se fue.

"Ya no quieres vivir ¿verdad?" gritó Aristoteles haciendo reír a Cuauhtémoc hasta que este se perdió entre la arena.

Ambos concordaban en que ese encuentro se sentía tan bien que seguramente debía ser algo prohibido.
"Mañana aquí mismo" esa frase estuvo todo lo que restaba del día en la mente de Aristoteles.

- "Mañana aquí mismo..." - susurró mientras preparaba su arco - ¿¡Por qué no te quiero matar!? - gritó disparando la flecha hacia el blanco - Ni siquiera sé tu nombre - continuó susurrando

- ¿Practicando? - preguntó su padre desde su caballo

- ¿A dónde vas?

- A cazar - él y sus guardias rieron - descansa, hijo - dijo mientras se iban cabalgando por el oscuro bosque.

Aristoteles ocupó la noche para entrenar su puntería y Cuauhtémoc no salió de su carpa por estar afilando sus armas.
Algo es cierto, la noche estaba siendo eterna para ambos, había algo que no los dejaba dormir ¿sería el encuentro del siguiente día?
En fin, la noche tenía que terminar en algún momento y por fin lo hizo, ambos durmieron un par de horas y después de hacer sus trabajos, salieron en busca del otro al mismo lugar al cual habían ido el día anterior.

Mañana | | Aristemo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora