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Sentada bajo la sombra de un árbol, corrí ligeramente la vista de el libro que intentaba leer; observé los rostros de las personas que vivían conmigo. Se veían exhaustos, corriendo enérgicamente de un lado a otro. Incluso me entretuve más observando como algunos, alborotados, intentaban bordear la fachada de la casa con coloridos banderines que con el libro que intentaba terminar.

Hace aproximadamente cinco años me convertí en miembro de lo que los residentes suelen llamar Estoquem House. Con apenas doce años y un sentido del habla casi inexistente, tres maravillosas personas me recibieron en su hogar y luego de cuatro semanas de incesante trabajo lograron sacarme algunas palabras. Les conté muy por encima de dónde venía y cómo me llamaba, y la mujer que me había dejado ahí debió decirles la razón porque yo sabía que ellos no habían hecho ningún trámite para adoptarme.

Según lo que me comentaron apenas cumplí los trece años fue que había sido la primogénita de una familia muy humilde, mí padre había sido pastor en una iglesia del pequeño pueblo en dónde vivía y luego de morir mamá cayó en depresión sintiéndose obligada a dejar sus turnos como enfermera en el hospital de la zona, y cuando la llevaron a urgencias por una sobredosis de pastillas para dormir no hubo otra opción más que dejarme en un orfanato. En medio de la desesperación para encontrarle un sentido al camino de mí vida creí cada una de esas palabras pero, un año después, descubrí que esa historia no era del todo cierta.

Cuando cumplí quince un grupo de tres amigos había llegado en busca de un lugar para vivir y los instructores (como yo solía llamar a los fundadores de la Estoquem House ya que nunca expusieron sus nombres), les dieron una habitación a cada uno. La mayor se llamaba Laura, luego le seguía Macarena y por último un chico llamado Kevin. Algunos meses después los instructores se marcharon, nos dejaron a cargo del hogar y nos dijeron que cada persona que tocara a la puerta debía ser recibida a lo grande ya que no todos lograban encontrar ese punto. Desde ese día, Laura se encargó de todo, al principio éramos nosotros cuatro, luego fuimos cinco, seis y hasta siete y tuvo que pasar un año entero para que llegase el aviso de que una persona nueva iba a venir.

Todo debía estar perfecto. La instructora de todo, -que por si no quedó claro, era Laura- así lo quería y nadie era tan estúpido como para desobedecer alguna de sus órdenes, excepto yo. Todos sabían, después de muchos años de llevar a cabo el "meet fest" (la famosa fiesta de bienvenida organizada, creada y concebida por Laura para aquellos miembros que llegaban por primera vez a la casa), que si no cooperaban, alguien -Si, Laura, otra vez- podría notarlo. Una persona que se rehusaba a asistir a la fiesta, una persona que no daba una buena bienvenida o que no ayudaba con la comida y con la decoración requerida, podía esperar tranquilamente una visita de "Miss Security" (repito, Laura es la única que pone esos nombres extraños y por ende, la única que los usa). Habría amenazas de por medio y según Miss Security, numerosas consecuencias desagradables. El resultado que todos temían: Laura de mal humor. Nuestras vidas podrían acabar en un segundo. Bueno, sus vidas ya que secretamente todos sabían que Laura no me obligaría a hacer algo que yo no quisiese y mucho menos me reprendería por ello. Se podría decir que era una de sus favoritas junto a la chica de enormes mejillas y piel tostada llamada Macarena.

Un día después, por la mañana, Laura se encargó de molestarnos hasta que nuestros pies estuvieron fuera de la cama. Mis compañeros no parecían estar tan de acuerdo en tener que levantarse a las siete de la mañana, sin embargo, Laura parecía extrañamente más emocionada que todos nosotros juntos. Pero las horas pasaban sin ninguna señal del "famoso" chico que vendría a ser parte de la Estoquem House.

Luego de tres horas de larga espera sin ningún resultado, tomé por mí misma la firme decisión de cerrar los ojos hasta que el susodicho llegase. Lentamente caminé hacia el mullido sofá en forma de L que ocupaba gran parte del salón principal y me recosté. Todo parecía extrañamente tranquilo, y eso, de cierta forma, me perturbaba un poco. Durante estos cuatro años en la casa aprendí que nunca se puede estar en completa tranquilidad, todos tenían algo que demostrar a cada segundo, sin embargo, los pequeños momentos de paz no eran algo de lo que pudiese quejarme. En el momento en que alguien corrió hacia el sofá y se lanzó sobre mí comprendí que había cantado victoria demasiado rápido.

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⏰ Última actualización: Feb 17, 2020 ⏰

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