Soleil.

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Mi nombre es Geneviève Flamcourt y estoy aquí para contaros mi historia tras el fin del mundo.

Tenía 24 años cuando ocurrió. Pareció ocurrir en cada ciudad poblada de Tierra al mismo tiempo, por lo que no tenía ningún tipo de aviso, ninguna noticia extraña o comentarios vía internet de personas que lo hubiesen visto. No tuve tiempo a negarlo, a asegurar que era alguna especie de imaginación colectiva. Ocurrió sin más.

Recuerdo los momentos previos como si los hubiese vivido hace unos minutos. Me encontraba en un restaurante de lujo con Soleil, la que era mi pareja desde nuestros primeros años estudiantiles. Habíamos estado ahorrando mucho tiempo para poder ir allí a cenar, y aún más había ahorrado para comprar el anillo que pensaba regalarle.

—Mi amor, ¿qué tienes ahí?—Me levanté de mi asiento para acercarme a ella y tocar tras su oreja, ella hizo un gesto sorprendida y en cuento vio de vuelta mi mano con una pequeña caja del azul de sus ojos éstos se humedecieron. Había practicado mucho para ese tonto truco de magia a sabiendas de que era una gran fanática de los magos, y me sentí orgullosa de mí misma por lograrlo.—Vaya, pero si es algo que quedaría perfectamente en tu mano.—Ella ya estaba llorando.—¿Quieres...?

—¡Sí! ¡Sí, sí, sí!—Sin darme tiempo a acabar la proposición ya estaba enganchada a mi cuello, llenando mi piel de lágrimas y besos a partes iguales.—Te amo, te amo infinitamente.

Recuerdo los aplausos de las personas, los comentarios sobre qué bonita era la situación, y de pronto unos gritos sorprendidos. Pude ver a un hombre vomitar en la mesa de al lado y comenzar a convulsionarse violentamente, no era el único. Sólo pude pensar que la comida estaba mala y que no me importaba lo más mínimo porque tenía a mi futura esposa, a mi compañera eterna, entre mis brazos.

—Mi vida...—No supe que pensaba decirme, pues expulsó lo que acababa de comer sobre mí. Noté su vergüenza y le aseguré que no pasaba nada, comenzando a asustarme al ver su cuerpo temblar violentamente. Pagué la cuenta apresuradamente y la arrastré hasta su coche, acomodándola en el asiento del copiloto y conduciendo hacia el hospital.

Una vez allí esperaba que tratasen su intoxicación alimenticia, pero para sorpresa de ambas el lugar estaba colapsado por personas con los mismos problemas. No podía quitar los ojos de un niño que llevaba al menos diez minutos sin parar de vomitar, temblando cada vez más violentamente hasta que finalmente cayó al suelo. Ahí fue cuando realmente comenzó todo. El adulto que lo acompañaba lo tomó en brazos, y entonces el niño volvió a reaccionar, se alzó y atrapó el cuello de su acompañante con una fuerza inimaginable. De pronto la cabeza estaba separada del resto del cuerpo y los gritos inundaban la sala de espera.

Después de eso tengo lagunas, pues todo se convirtió en un caos. Salí de allí arrastrando conmigo a Soleil. En algún punto me encontré con mi hermano, no supe si había ido yo a por él o al revés. Las personas enfermas parecían encontrarse por todos lados y cada vez más parecían haber perdido la cabeza. Atacaban a cualquier ser que se les acercase y algunas parecían estar rotas, golpeándose violentamente con paredes o luchando para quitarse sus propias pieles.

Siempre me he encargado de cuidar a Gaëtan, al que le saco dos años y el cual es el único miembro de mi familia al que quiero como tal, sin embargo esa vez fue él el que me llevó a la casa que compartíamos, el que cerró puertas y ventanas y el que preparó un caldo caliente para Soleil, a la que habíamos conseguido llevar con nosotros a duras penas.

—No os preocupéis chicas, esto es como The Walking Dead y nosotros somos los protagonistas. Sólo tenemos que aprender a luchar contra esos zombies y en algún momento encontraremos la cura.

—¿Eres estúpido? Gaë los putos zombies no existen, esta gente está enferma, mal de la cabeza joder.—La calma de mi hermano más que mejorar mi estado de ánimo añadía el enfado al terror. No era una niña. No creía en tonterías como zombies.

—Además, Ëtan, esa gente aún no ha encontrado ninguna cura.—¿Os he dicho que el nombre a Soleil le iba como anillo al dedo? Era un trozo de sol, y aún en esa situación, pálida, sudorosa y aún sin poder controlar sus temblores, era amable con mi hermano e intentaba acompañar sus bromas. Aún así yo seguía furiosa.

—Soleil, joder. ¿Qué coño os pasa en la cabeza? Mirad, vamos a quedarnos aquí hasta que a esa gente se les pase la enfermedad de mierda esa, y cuando acabe os patearé el culo por creer en tonterías.

—Mi vida... sabes que también formo parte de "esa gente" ¿verdad?—Tardó en hablar y lo hizo en un susurro, como si temiese asustarme. No le respondí. No podía hacerlo porque una parte de mí no podía negar la realidad. Esa gente no iba a curarse.

Llegó el día siguiente y pudimos ver en las noticias cómo nuestra ciudad no era la única plagada de enfermos. Alerta roja, dijeron. Que no saliésemos de nuestras casas, dijeron. Que nos alejásemos de nuestros enfermos más cercanos y que estos fuesen al hospital más cercano, dijeron. Por supuesto no me separé de Soleil ni un instante, y Gaëtan no intentó convencerme de lo contrario.

El segundo día la televisión sólo emitía imágenes de lo que estaba sucediendo. Cada vez más personas enloquecidas. Podíamos ver explícitamente como esas personas desmembraban a otras personas, cómo comían sus carnes, como incluso se devoraban a ellas mismas. Vimos a un cámara perder la cabeza de manera literal. Soleil empeoraba, pero se mantenía cuerda. Gaëtan intentaba convencernos de que ella sólo sufría una gastroenteritis muy fuerte.

El tercer día las emisoras habían perdido la señal. Las ventanas de la planta baja habían sido destrozadas, por lo que habíamos tenido que improvisar con pedazos de madera provenientes de las patas de las sillas y los cabeceros de las camas para que los enfermos no pudiesen entrar.

El cuarto día la electricidad se cortó. Gaëtan se esforzaba por intentar mantenernos esperanzados y cada palabra que Soleil lograba pronunciar era para recordarme lo mucho que me amaba. Yo sólo podía esforzarme por no llorar.

Al quinto día la puerta de entrada cedió, y me vino a la mente el primer comentario que había hecho mi hermano sobre ese apocalipsis. The Walking Dead. No pude dejar de ver la ironía cuando tomé mi arma reglamentaria y me vi obligada a disparar a los enfermos que ansiaban nuestra muerte. Mi oficio, policía, nos salvó. Quizá sí fuésemos como los protagonistas de esa serie y lográsemos sobrevivir.

El sexto día me decidí a salir. Gaëtan quiso acompañarme pero le ordené que cuidase a Soleil, y ella lloró rogándome que no me arriesgase. No voy a describir aquí cómo estaba el exterior porque seas quien seas has tenido que pasar por él. Conoces la sangre, el olor a podredumbre y el pánico que se impregna en cada poro de la piel igual o mejor que yo. Disparé directamente a la cabeza, corrí como nunca antes lo había hecho y tomé cada arma o munición que encontré, algunas tuve que arrancarlas de las manos inertes de otros que habían sido valientes desde el inicio y se habían atrevido a luchar, la mayoría las robé del lugar donde solía trabajar. Volví lo más rápido posible, y me dispuse a enseñar a las personas que amaba a usar las armas para poder defenderse.

Pasó una semana, pasaron dos, pasaron tres. Gaëtan y yo nos turnábamos para salir, intentábamos encontrar nueva munición, provisiones, incluso a algunas otras personas cuerdas. Descubrimos que la enfermedad no siempre te volvía loco desde un inicio, un día Gaë volvió en pleno ataque de pánico y nos explicó cómo había tenido que matar a una muchacha que le había hablado, le había rogado que la asesinase, se encontraba abandonada en una casa y su estado era similar al de Soleil.

Oh, mi amada Soleil. En esas semanas tan sólo empeoró. Adoraba lo regordeta que siempre había sido, y en esos días era poco más que huesos. Su piel rozaba el gris, y su perfecta dentadura comenzaba a caerse. Su cabello de un rubio que siempre parecía brillar estaba apagado, y su voz no lograba salir en más que graves susurros. Ni un segundo disminuyó mi amor por ella, y la noticia que trajo mi hermano logró darme nuevas esperanzas. Si había más personas como ellas, más personas que vivían y mantenían su comportamiento humano, significaba que no tenía porqué volverse loca. Podríamos encontrar la cura hipotética que Gaë había nombrado en un inicio. Soleil viviría. Nunca había estado más segura de algo.

Había perdido la cuenta de los días desde el inicio de todo, pero Soleil no, y una mañana me sorprendió dándome un anillo que conocía muy bien. Era aquel con el que le había pedido matrimonio.

—Feliz cumpleaños, mi vida. Pedí a Ëtan que fuese al restaurante y allí estaba. Cuando todo esto acabe nos casaremos, y seremos más felices de lo que nunca hayamos imaginado.—Cada palabra le costaba la misma vida y aún así se esforzó. Colocó el anillo en mi dedo y me besó. Ese día lo pasamos tumbadas en la cama, la llené de amor, y cuando mi hermano llegó le agradecí infinitamente.

—No es nada, estaría feo que cuando os fueseis a casar no tuvieseis anillo. Espero ser el padrino ¿eh?—Si pienso en ello aún noto el codazo cómplice que me dio en el costado, y la alegría cada parte de mi interior.

—Claro que lo serás.

Eso noche los tres nos permitimos dormir plácidamente. Me sentía feliz por primera vez en semanas, entre Gaëtan y Soleil, ambos abrazándome y transmitiéndome cuánto me quería. Éramos una familia, y pronto todo el mal acabaría.

A la mañana siguiente fui la primera en despertar y decidí que haría algo rico para comer con lo poco que teníamos. Mientras cocinaba escuchaba los habituales golpes que los enfermos daban en las paredes y las nuevas ventanas, por supuesto no dejaba de estar atenta, pues en cualquier momento alguno podría entrar, pero esa vez no estaba tan preocupada. Escuché un disparo, y a sabiendas de que algún enfermo se habría colado en nuestra habitación y que mi hermano aún no tenía la mejor de las punterías, corrí en su ayuda.

—¡Para!—El grito de mi hermano me sorprendió, pero lo entendí al llegar a la habitación. No había ningún enfermo. Ninguno desconocido, al menos. Sangre corría desde el codo de Soleil y el resto de su brazo había desaparecido. El disparo.—¡No quiero hacerte daño! ¡Por favor!

La alegría desapareció de mí, y el terror se hizo presa de cada músculo de mi cuerpo. Mi hermano volvió a disparar. Un agujero en el pequeño cuerpo de Soleil. Dos agujeros. Tres. Ella frenaba sólo unos segundos y cada vez estaba más cerca de Gaëtan. Él sólo atinaba a llorar, disparar a un punto no mortal y rogarle que frenase.

La única mano de Soleil estaba a escasos centímetros de mi hermano y entonces atiné a moverme. Me coloqué entre ambos y empujé a mi amor, o a la que lo había sido hasta hacía unas horas. Pude ver su rostro y darme cuenta de que aún era consciente, no podía controlarse pero sabía lo que estaba sucediendo.

—Mi amor, sé que estás ahí, eres mi sol, mi esperanza, vamos a salir de esta, sólo...—Tenía los ojos anegados en lágrimas y no me preocupé cuando se abalanzó sobre mí. Fui empujada, alejada del peligro, y vi cómo mi hermano acababa en mi lugar.

—¡Soleil ya no está, Geneviève, corre!—Fue lo último que mi hermano pudo decir. Su rostro se convirtió en un amasijo de sangre, huesos y carne, todo desfigurado. ¿Alguna vez has amado a alguien tanto que darías tu vida por él? ¿Alguna vez has tenido que ver cómo esa persona daba su vida por ti? Ahora sé que sí, porque vives en este mundo, y es lo único que hay en él.

Grité y lloré, pero obedecí. Corrí y me escondí. Tenía una pistola, y era tremendamente habilidosa matando a esos enfermos. Pera esa enferma era lo único que me quedaba.

No hay más que contar. Tomé papel y lápiz, me encerré en el armario de Gaëtan rogando porque tardase en ser encontrada y escribí. Sé que mi historia no te será extraña, habrás vivido algo similar, quizá peor, o con suerte mejor. No escribo por perder el tiempo, lo hago por dos razones muy importantes: para que, por favor, si tras leerme veis una enferma rubia, a la que le falta el brazo izquierdo y a la que han disparado varias veces, la dejéis seguir su camino, y para que luchéis como yo no pude hacerlo, porque si algo no acaba bien es que realmente no es su final, así que en algún momento una cura será encontrada. No sé si saldré con vida o por el contrario me dejaré morir, pero lo importante es que mis esperanzas están en ti, desconocido lector, jamás te rindas, lucha por ti y por aquellos que amas,, porque todo mejorará si lo intentas. El futuro está en tus manos.

Soleil.Where stories live. Discover now