Iria
Como por arte de magia, sentí que el cuerpo de Lucas detenía sus abruptos movimientos. Apreté más su cintura, negándome a separarme de él, hasta que, por sorpresa, sus brazos también me rodearon. Me tomó cuidadosamente en brazos, me apoyó en su regazo y simplemente me abrazó un largo rato. La sirena de una ambulancia se oía a lo lejos, y miré de reojo a María, que sostenía un teléfono en su mano mientras nos miraba con lágrimas en los ojos.
Cuando los servicios de emergencia llegaron a la puerta, Lucas se levantó, apartándome sutilmente de su lado. Caminó unos pasos por el pasillo con la espalda tensa y abrió una puerta, que cerró fuertemente tras su paso. Fría por la ausencia de su cuerpo, acaricié mis brazos, pensando en lo que había pasado mientras los enfermeros atendían al hombre del suelo. Me senté en el borde las escaleras, observando la escena, pero sin estar realmente allí.
Tal vez no debí abrazarle; tal vez debí haber huido cuando tuve la oportunidad, cuando vi lo que Lucas estaba haciendo, cuando me di cuenta de que algo anómalo se había apoderado de él. Ese no era el joven que yo conocía. Esa mañana volví a ver a aquel animal que vi por primera vez en un ring, pero, por extraño que pareciera, solo sentía que debía cuidar de él. Lucas era diferente, algo dentro de mí me lo decía, y no sentía miedo cuando estaba cerca de él, solo... Un cariño inexplicable. De donde cualquiera hubiera salido pitando, yo había permanecido ahí, a su lado.
Estaba claro que algo me pasaba con Lucas. Estaba completamente enamorada de él, de una bestia, un demonio, estaba enganchada a su Infierno y ya lo había dicho aquel hombre: no dejarían de atormentarle. ¿Quién podía causar tanto dolor? Ahora entendía la situación de Lucas. Había estado completamente solo, aterrado durante años, sobreviviendo a Dios sabe cuántas situaciones como esa. Había estado con su madre, sí, pero le había faltado el cariño de un padre que le pusiera recto cuando se torciera, le habían faltado amistades reales, puesto que Dylan estuvo tan perdido como él en su tiempo y, sobre todo, le había faltado amor.
Cuando los servicios de emergencia nos preguntaron qué había ocurrido y se marcharon, María se puso a limpiar aquel desastre y, en silencio, traté de ayudarla. Mientras quitaba las gotas de sangre de la pared, ella recogía el suelo y limpiaba los muebles. Al cabo de un rato, la acompañé a la cocina, y observé cómo preparaba un guiso como si nada hubiera pasado. Ojalá hubiera sido como ella, puesto que la inocencia que emitía y el cariño que le ponía a todo impedía que la maldad se apoderase de ella.
Me sirvió un plato y comí en silencio en la barra de la cocina, junto a ella, dándole vueltas a lo ocurrido hacía una hora escasa.
—¿Debería avisar a Lucas?
—Es mejor que esté solo un buen rato —respondió—, tiene muchas cosas que pensar.
Tras la comida, subí las escaleras y recogí los libros, dispuesta a ir a clase sin dejar que los acontecimientos me lo impidieran, pero al llegar al pomo de la puerta, me detuve en seco. Si habían encontrado la casa de Lucas y también mi habitación en la universidad, ¿quién me aseguraba que no hubiera nadie ahí fuera, esperándome? ¿Qué me podían hacer por estar con Lucas, o más bien, sin él? Sin embargo, tragué saliva y abrí la puerta. Era fuerte, no para pegar un puñetazo a alguien pero sí para escaparme y correr a donde fuera. Si querían dañarme, primero tendrían que atraparme.
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INFIERNO (Disponible en físico) ©
Teen FictionIria era una universitaria como cualquier otra, completamente normal a ojos de los demás. Algo que la destacaba era que nunca se había metido en un solo lío, hasta esa noche. De un día para otro, estaba en una fábrica de peleas clandestinas con su m...