“Me enamoré de su oscuridad y él de mis demonios: éramos el infierno perfecto.”
-Mario Benedetti.
Asfixiante. Era sin lugar a dudas la palabra adecuada para definir mi terrible estado.
Siento todo mi cuerpo como si estuviese ardiendo en llamas, como si éstas mismas llamas surgieran desde lo más profundo de mi pecho y avanzaran por las corrientes de sangre para llegar a todo mi ser, a cada célula, cada átomo. Inhalo con urgencia, intentando apagar, de algún modo, el incendio que me consume lenta y dolorosamente por dentro. Por unos segundos sentí que la sensación tan asfixiante se reducía notoriamente, para después volver con más fuerza.
Entonces abrí los ojos tan rápido y tan abruptamente que la luz me dejó cegada por unos segundos, obligándome a cerrarlos para después parpadear y así poder adaptarme al nuevo entorno que se mostraba ante mí. Mis oídos comenzaron a captar los sonidos de los alrededores poco a poco, avisándome de que no estaba sola en aquella habitación, pues los latidos de un corazón llegaron hasta mí de forma inmediata. Mis ojos distinguía una figura borrosa que, pasados los segundos, pude detallar con claridad.
La habitación lucía muy impecable, las paredes y el techo eran de un blanco casi enfermizo. Pocos muebles se encontraban en la estancia, siendo éstos del mismo que toda la habitación. Las sábanas, de un color gris, tapaban solo la mitad de mi cuerpo y sobre ellas descansaban mis manos. Pude notar que varios moretones todavía estaban presentes en mis brazos y un leve dolor en todo mi torso me advirtió que la herida no habí sanado del todo.
—¿Puedes oírme? —Su voz llegó a mí lentamente. La escuché perfectamente, pero no fue hasta minutos después que fruncí el ceño y asentí.
No lograba reconocer esa voz y tuve miedo de nuevo, ¿ellos habían logrado llevarme? No, ya estaría diez metros bajo tierra en un calabozo y no en una cómoda cama.
¿Entonces? ¿Qué está pasando?
Enfoqué su rostro con la mirada, esperando encontrar algo familiar, algo que me dijera quién era ella, y vaya que lo encontré. Lo primero que noté fueron sus ojos avellana, tan claros que parecían brillar bajo la luz que descansaba sobre nuestras cabezas. Su tez es blanca y pálida, igual a cualquier vampiro. Nariz fina y labios carnosos que se adaptaban a la perfección con su hermoso rostro. Estaba más que claro que era una vampiresa, porque un humano común jamás sería así de bello.
—¿Sabes cómo llegaste hasta aquí? —murmuró suave y lento, como si me tuviera miedo a mí o mi reacción ante aquella pregunta.
Negué. No sabía donde estaba y mi desconfianza superaba mi curiosidad. Así que primero tenía que ver que no intentara matarme y después averiguaba dónde mierdas me encontraba, además de la enfermería. Se notaba, por como estaba todo tan ordenado, que era una, además del olor tan asqueroso de los medicamentos humanos.
Jamás entendería el por qué huelen así de horrible.
Elevé la mano para tocar mi frente, pues un leve dolor hizo punzar mi cabeza con fuerza. Toqué mi cabello, pasando mis pálidos y delgados dedos por entre la melena roja. Realmente su cabello y el mío no tenían una diferencia notable en lo largo; a ambas nos llegaba hasta la espalda baja.