Las sucesivas fatalidades de las que he sido víctima últimamente, me han guiado hasta un corazón acelerado, unas manos sudorosas, rodillas frágiles y todo ello en armoniosa comunión para culminar ineludiblemente en la más demoledora desilusión. El aplomo me guía los pies por un camino de sentido opuesto al tuyo, huyendo lánguidamente de mis propias añoranzas. Y es que he sido niña, he sido ingenua, nuevamente, he sido reina entre tus brazos y manjar dulce. Todo se derrumba en el tiempo, como la belleza cuyo único destino es la decadencia, el vigor temporario y eventual de nuestros encuentros se escurre entre mis dedos como agua salada. Agua que de todas formas, siempre me fue inalcanzable.
La ilusión del amor propio, la cornisa de desmitificarnos y hacernos trizas. La cabal y atroz mentira del amor romántico. La cabal y atroz mentira del amor. El desgarro visceral que representa la confesión del pecado. El pecado que hoy es amar. El pecador que padece su propio yugo. Cadenas que ha de liberar. Existe entonces un punto donde uno es y no es, grito, tristeza, amor revulsivo e intoxicado por la ponzoña del mercado. Y es que las realidades se disuelven entre tanta propaganda. Mercado marcado por la tendencia del desigual. Y como salvavidas frente al océano cuyas olas encarnan la misma predación de las criaturas más profundas y más salvajes, permanece a flote una ilusión que promete salvarnos a todos.
Te digo, no es más que otro cuento, cuya trama pretende disfrazar al lobo pero el final es siempre terrible. Es siempre la cornisa, siempre el carmesí de mis sesos que tiñen tus manos mientras me acaricias. Y mientras muy amorosamente al oído me decís, que me querés.
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El pecador
RomanceMicro-relato, que en otro tiempo hubiera llamado desvarío. ¿En que se convierte querer en estos tiempos? El amor como tabú y pecado mortal en las relaciones interpersonales. No distingo que es lo real. Pasen y vean.