1: "El Accidente"

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Las olas rompían con tranquilidad contra la orilla de la playa. Lo hacían una y otra vez, serenas, como si tuvieran todo el tiempo del mundo, lo que era cierto. Se acercó aún más a la orilla, lo suficiente para sentir las pequeñas gotitas de agua salada arraigarse a su rostro levemente tostado por el sol.


—Haz crecido —escuchó a sus espaldas.

—Newt... —susurró girándose inmediatamente. No estaba lejos de él, apenas unos cuantos metros los separaban. Pero sólo habían bastado un par de zancadas para llegar hasta él y envolverlo en un nostálgico abrazo —. ¿Cómo es posible? —murmuró soltando una risa.

La primera en años que destilaba sinceridad.

—Todo está aquí, Thommy —dijo este con una sonrisa mientras apuntaba su cabeza con uno de sus dedos —. Me alegra verte, no sabes cuánto. Sin embargo, no deberías estar aquí, todavía no.

—¿Estoy muerto?

—No del todo —murmuró con cierto tono entristecido —. Estás en el limbo, ya sabes, aquel sitio entre la vida y la muerte —explicó tomándolo de los hombros —. Por eso debes volver.

—No tengo a dónde ir —se dijo para sí mismo —. No tengo nada —añadió con cierta congoja —. Por algo estoy aquí

—Aún no es el momento, larcho.

—No dejo de pensar en todas las posibilidades que tuve para haberte podido salvar.

—No te culpo de nada, Thomas. Debía suceder para que todo lo que estás viviendo se hiciera realidad —le dio una fuerte palmada en la espalda y apuntó con su cabeza hacia el frente —. Regresa, te están esperando.

—¿Quiénes lo hacen? —preguntó sintiendo que se estaban alejando.

—Te están esperando...—dijo este en un pequeño susurro.

Susurro que fue apagándose gradualmente. Sintió que se desvanecía, el brillo de aquella playa, la nitidez de Newt. Todo desapareció de repente para ser reemplazada por una espesa oscuridad y sonidos y voces que no podía reconocer. Se sentía pesado, sin fuerzas y completamente perdido.

Le había tomado un par de días despertar a pesar de haber sido consciente de absolutamente todo a su al rededor. Era alguien presente que nadie podía ver ni escuchar y eso le recordó a aquel día en la caja que cambió su vida para siempre. Fue un alivio poder ver la luz del día a través de aquel cristal frente a su cama. Pero no todo formó parte de un cuento de color de rosas. El hospital como las personas que lo habían estado cuidando parecían conocerlo mejor que él. Sin embargo, no recordaba haberlos visto antes. Los ruidos y la maquinaria, esa tecnología, era incluso extraña. Pero todavía más grave fue una mañana cuando sintió el tacto de la mano de una persona sobre la suya; quien después de mirarla por una larga hora supo que se trataba de Brenda, su ahora esposa dormida a su lado.

Algunos recuerdos se aclararon en su memoria. Brenda, sus hijos, algunos nombres, algunos lugares, algunas caras. Pero se sentía irreal, como si todo ese tiempo hubiera sido sólo un silencioso observador, como si él no hubiese vivido esa vida realmente. Desde el momento que ese pensamiento se cruzó por su mente comenzó a sospechar de absolutamente todo, incluso de aquella Brenda.

Su voz la recuperó al cuarto día. Estaba anonadado sobre lo que estaba pasando y es que lo único que recordaba de manera vívida, era aquel sueño con Newt en aquel supuesto limbo entre la vida y la muerte. Por eso, sus primeras palabras fue preguntar por qué estaba así. Pero ninguna respuesta lo convenció.

—Entiendo —soltó cuando uno de los doctores le dijo rebuscadamente que había tenido un accidente en el trabajo.

Sus respuestas eran así de breves, porque así se lo habían exigido por su bien. Pero muchas veces no podía evitar hablar más de la cuenta y eso le había traído algunas consecuencias. A las dos semanas, logró sacar sus piernas fuera de la cama y sentarse en presencia de quien decía ser su pequeña hija de diez años: Abigail.

—¿Crees que me dejen salir? —le preguntó Thomas observando sus pies —. Es una mejoría —ella se encogió de hombros mientras metía un gajo de naraja en su boca con gran satisfacción —. ¿Puedes traerme un espejo?

Y fue allí donde toda tranquilidad de su hija desapareció gradualmente al escucharlo decir aquello.

—¿Realmente lo necesitas?

—Si quiero afeitarme, lo necesito —la miró con extrañeza —. ¿Por qué?

—Mamá me pidió que no te diera un espejo si me lo pedías.

—¿Y eso por qué? —insistió Thomas.

—Es que..., es que el doctor dijo que podría causarte un shock emocional y que era mejor esperar a que las heridas sanen. De esa manera no tendrás otra recaída como en el accidente.

—¿Recaída? —susurró frunciendo levemente su ceño —, ¿tú sabes qué pasó verdad?—En realidad no —comentó atropelladamente —. Pero, Patrick, por otro lado... —titubeó y sacudió su cabeza, recogió las cáscaras de naranja y se levantó de la silla —. Iré a buscar a mamá.

—No —esta se quedó paralizada al escucharlo levantar la voz y Thomas supo que debía relajarse —, no, dímelo, prometo que no habrá... —Thomas buscó las palabras correctas para no espantar a la niña y trató de ganarse su confianza con una mirada serena —, no habrán recaídas esta vez para papá. Así que dime, ¿qué sucedió?

—Bueno, lo que pasó fue..., fue que intentaste quitarte la vida —bajó su mirada con incomodidad —. Sé lo que eso significa aunque mamá y Patrick no me lo hayan querido explicar 

—Thomas se sintió inquieto al percibir aquel temblor en su voz —. Fue en la cascada de piedras azules. La soga no logró hacer su trabajo porque Patrick llegó a tiempo para cortarla; la caída fue peligrosa pero no pasó a mayores. Eso escuché de mamá cuando hablaba con tío Minho hace unos días.

Escuchar el nombre de Minho le trajo a Thomas un halo de paz; sin embargo, se quedó sin palabras de consuelo para la niña y casi inconscientemente llevó con lentitud una de sus manos a su cuello. Ahora entendía la razón de su dificultad para hablar, de aquellos dolores en sus extremidades, el motivo de su coma y de la imposibilidad de moverse con libertad. El porqué su supuesto hijo mayor no había aparecido hasta entonces, tenía más sentido ahora que lo escuchaba de Abigail.

Observó a la pequeña y le hizo un gesto para que se acercara. Nunca había consolado a nadie más que así mismo. Sentía que no era bueno en momentos así, pero ver las gruesas lágrimas por salir de aquellos ojos, fue motivo suficiente para practicar aquello a lo que llamaban abrazar. Había una gran diferencia entre abrazar a un amigo, un hermano, que hacerlo con alguien que decía llevar su sangre. El calor de la niña le trajo confort a un sin fin de preguntas que tenía atoradas en su garganta. Se dejó llevar, por ese momento, se dejó llevar, no tenía fuerzas para arruinar algo que al final necesitaba más que nadie.

—Lo lamento, papá lo lamenta.

—Lo sé...

The Maze Runner: Aquello que llaman hogar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora