Una Parda llamada Remedios

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Relato ficcional sobre María Remedios del Valle, La Madre de Nuestra Patria.

Que el corazón de leonas que tenemos en cada una de nosotras, pelee por lo que creemos justo, a pesar de que más de uno, quiera abatirnos.

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Ayohúma, 14 de Noviembre de 1813

 Mi respiración agitada por la adrenalina y mi visión imposibilitada por el humo hacían casi una misión imposible seguir avanzando... ni hablar de la herida que tenía en el hombro derecho y que me impedía blandir mi lanza tacuara con agilidad. Solo me quedaban los facones y mi voluntad.

Muchos hombres comenzaron a desbandarse y pretender huir del campo de batalla... Yo no, seguía con la frente en alto y con la mirada atenta para poder defenderme rápidamente. En un momento, veo a un soldado, tirado en el campo de batalla, aullando del dolor. La herida era profunda y fea, seguramente proporcionada por una bayoneta u otro artefacto punzante.

Mis ojos hicieron contacto con los suyos.Sus ojos estaban dilatados por el miedo y el anhelo de poder escapar, pero no podía. La herida era demasiado profunda.

Mientras me acercaba, me di cuenta de que era un negro, como yo. Su piel, como la mía, era brillante por el sudor; su pelo, azabache como una noche cerrada, su voluntad inquebrantable a pesar del dolor; como la de mi pueblo, sin lugar a dudas...

Mis ojos descendieron hacia su uniforme... y como un corazón, tenía esa bella flor, que parecía emanar de su pecho florecido en sangre por la herida, color celeste y blanco. Lleno de barro mezclado con sangre de nuestros compañeros, desvencijado por el paso del tiempo, pero siempre intacto en gallardía. Era un cuadro lleno de temor a la muerte, pero con esperanza y valor... era uno de los nuestros.

Me seguía acercando, hasta que quedé justo frente suyo. Su rostro se transformó... quizá había perdido esperanzas de ser auxiliado, pero al encontrarme con sus ojos, la volvió a encontrar.

Una sonrisa, blanca y pareja apareció y como si los ojos se hubiesen inundado, exclamó:

-¡Doña Remedios!

- Soldado, ¿puede ponerse de pié? – repliqué casi de inmediato

- No puedo, Señora – exclamó casi al borde de la desesperación

- USTED PUEDE SOLDADO, ¡USTED PUEDE, CARAJO! - dije con la misma desesperación y casi como una súplica, pero manteniendo mi templanza y seriedad

Casi como si eso lo hubiese impulsado, logró ponerse de pié. Hice mi fuerza su fuerza y empezamos a caminar entre medio del humo hacia el horizonte...Mientras caminábamos sin rumbo,  recordé tantas cosas: como murieron mi esposo y mis hijos, los soldados heridos y sin esperanzas, muriéndose de hambre, no solo de justicia, si no de victoria... El general Belgrano, rebuscando soluciones sin éxito.

Quizá recordando momentos amargos, me distraje demasiado... sentí un sonido gutural y un fuerte ruido. De pronto, recobre mi conciencia y vi el cuerpo del soldado nuevamente en el suelo. Una sensación de ira y de dolor recorrió mi cuerpo. Un soldado realista estaba mirándome con una sonrisa cínica a metros de distancia. Le había disparado.

Me deje caer y pude decirle al joven soldado:

-¿Cómo se llama?

- Ramón... Ramón Ugarte – dijo agonizando, ya no podía hablar más, se estaba yendo.

Me quedé con él, mirando sus ojos, viendo como la vida se iba escapando de ellos... en medio de ese silencio gutural, ensordecido por los ruidos de la batalla, apoye la mano en su pecho... podía sentir su corazón cada vez más débil y mi mano húmeda por su sangre.

-Viva la Patria, Doña Remedios... - dijo con voz entre cortada, casi como un susurro

-Viva la Patria, Soldado Ramón – dije con lágrimas en los ojos. El solo sonrió y expiró. Se había ido.

Solo atiné con mis ojos nublados, sacar la escarapela teñida de sangre de su uniforme,guardarla y juntar sus manos en el pecho. Prometí silenciosamente, buscar su cuerpo para enterrarlo.Había sido por mi descuido que él había muerto, era una forma de resarcirme.

Con una adrenalina renovada, me levanté del suelo y caminé con paso decidido entre medio del humo, para ver si la victoria llegaba.

No llegó.

Al finalizar la batalla, lloré. De bronca, de dolor, de impotencia... en medio de mi lamento, un soldado de larga cabellera negra, se acercó a la fogata donde estaba y me dijo seriamente:

-Doña Remedios, el General Belgrano la espera en la tienda del Estado Mayor.

No dije nada, solo asentí. Me sequé las lágrimas, y con paso firme, me dirigí hacia la tienda del General. Entré casi mecánicamente y balbuceando

-Buenas tardes mi General, ¿mandó a llamarme? – dije haciendo una reverencia y parándome firme y con la frente en alto.

-Si Señora Remedios, mandé a llamarla... Quería saber cómo se encontraba.- dijo automáticamente el general, con rostro inexpresivo.

-Decepcionada, pero a la vez esperanzada de que la situación cambiará.- dije con franqueza.

-¿Decepcionada con usted misma, o con el resultado? – dijo de inmediato el General, como leyendo mi mente.

- Por las dos cosas, mi general

- Yo también me siento así, doña Remedios. Creí que en Ayohúma, iba a conseguir la victoria, pero no fue así. – dijo con tono dolido y apesumbrado.

-Siento rabia y dolor, por una situación en particular, pero ya me repondré. Nos repondremos y...

-¿sintió eso por el soldado Ugarte? – replicó el. Sorprendida, no sabía que decir... solamente asentí con la cabeza. No quise preguntarle como lo supo.

- no fue su culpa. – dijo con ánimos de consolarme

-si, si lo fue general... salvé a tantos soldados, me hirieron tantas veces, vi tantas cosas... no hubiese sido diferente si yo no me hubiese distraído.- dije casi al borde del llanto.

-¿Hace cuanto nos conocemos? – preguntó de repente.

- Tres años, General... me uní por acompañar a mis hijos y a mi marido.

- Admirable.- dijo lacónicamente.

Se armó un silencio casi solemne. Todo parecía aquietarse y moverse al ritmo del general, que estaba pensativo. Decidí irme, para dejarlo solo en sus pensamientos.

Como un atisbo de homenaje a Ugarte, solamente atiné a dejar sobre el escritorio portátil del General, la escarapela del soldado y decir:

-Iré a buscar su cuerpo.

-Tiene mi autorización, capitana. – Me quede petrificada. No supe que decir, y casi mecánica, me precipité a salir de la tienda a cumplir mi promesa.

Me dirigí hacia el campo de batalla y busqué el cuerpo del soldado caído. Como algo que me nació de adentro, cavé yo misma la tumba y cuando terminé, deje su facón en el montículo de tierra. Oré un buen rato y de vez en cuando levantaba la mirada viendo como el sol se iba escondiendo.

Me dirigí de nuevo hacia el campamento hundida en mis pensamientos. "Capitana" había dicho el General...

Cuando llegué lo vi pasando revista a la tropa, y pude ver que había cambiado su escarapela por la de Ugarte... Fue como ver el corazón de ese soldado unirse al corazón del General, como un apoyo, un sostén; pero por sobre todo un homenaje, no solo a Ramón Ugarte, sino a todos los hombres caídos por la causa, sus compañeros de lucha

 Como si hubiese adivinado que había llegado, dio media vuelta, me miró e hizo la venia... Yo le respondí solemnemente y con orgullo.

Me había convertido en la Capitana María Remedios del Valle.

¡MIRA A ESA MUJER! - RELATOS SOBRE MUJERES QUE QUEDARON EN LA HISTORIA ARGENTINAWhere stories live. Discover now