–Ha desaparecido otra sombra. Frelgyo– anunció Warkmon.
Aquello no le gustaba. No tenía relación con las otras sombras que se habían estado acusando de las desapariciones. Eso confirmaba sus sospechas, si es que no había sido una casualidad. De hecho, había sido en el frente, así que podía haber un hada implicada. Aunque era extraño que hubiera sucedido sin que les llegara ningún aviso.
El resto de las sombras se miraron. No era tan excepcional que alguna muriera, aunque no sin una razón, sin alguna pista del porqué, además de que se estaba volviendo demasiado habitual. Hasta ahora, creían que era algún tipo de pelea interna, y aún no podían descartarlo, pero el miedo empezaba a ganar espacio en sus almas corrompidas.
–No se sabe como pasó, pero suponemos que fue una hada, o varias. Poco después lanzaron un ataque, destrozando nuestras posiciones, miles de nuestros árboles. Es evidente que sabían que nuestro camarada había sido asesinado– explicó Hlegtor, el encargado de la zona, bajo cuyo mando estaba el desaparecido.
–Supongo que todos entendéis lo que significa. Hemos de tomar precauciones. Id de dos en dos. Por lo menos hemos de descubrir si realmente tienen algún arma contra nosotros– ordenó Warkmon.
El resto asintieron, aunque no muy felices de aquella orden. Sin duda, tenía lógica, siendo una precaución más que necesaria, pero era muy problemático en la práctica. Era muy difícil que dos sombras se llevaran bien, a no ser que una fuera muy superior a la otra y simplemente mandara.
Elendnas se quedó mirando de nuevo las estrellas desde su ventana, las estrellas que había contemplado junto a ella más de diez años atrás.
Le resultaba frustrante su situación. Por una parte, no olvidar a alguien a quien probablemente no volvería a ver, a alguien para quien, quizás, él no era más que una especie de muñeco. No lo había acabado de entender, pero era algo así lo que le habían explicado.
Por la otra, el tener que quedarse allí. Él era un guerrero poderoso nivel 100, alguien que debería estar en el frente, ayudando en la lucha contra la corrupción, pero le era imposible.
La maldición que casi le había matado no lo permitía. Ella lo había salvado, pero curarlo era algo totalmente diferente.
Tenía todas sus habilidades y hechizos, pero su nivel era equivalente al 70, quizás menos. Además, no podía luchar durante mucho rato sin agotarse, sin sufrir profundamente.
Y, lo que era peor, el contacto con el miasma reaccionaba con la maldición, haciéndole que fuera casi incapaz de moverse. No podía ni acercarse a las zonas corrompidas.
–Si al menos ella estuviera aquí, conmigo...– suspiró.
Era cierto que no estaba solo. Su hermana vivía allí. Y sus amigos. E incluso su nivel era suficiente para moverse por aquella zona. Pero eso no evitaba que se sintiera terriblemente frustrado.
Suspiró de nuevo. Al menos aquella noche ambas lunas no eran visibles. Las lunas le hacían pensar en ella, en Golden Moon, ya que ella le había contado que una parte de su nombre significaba luna en un idioma extranjero.
Volvió a suspirar. Aun sin lunas, la recordaba. No podía olvidar sus ojos azules. Su sedoso pelo rubio. Su atractiva y poderosa figura. Su nariz. Sus labios. Sus preciosas orejas con unas puntas de lo más seductoras. Su incomparable sonrisa. Su entusiasmo por las cosas más sencillas. Su valor, especialmente brillante cuando lo salvó. Su facilidad para relacionarse, para hacer amistades. Su corazón, capaz incluso de tener más de una hermana. Su amabilidad incluso con él, que estaba maldito. Sus poderosas pero suaves manos. Su contagiosa risa.
–Goldmi– le susurró a la noche.
Las lágrimas volvieron a resbalar por sus mejillas, por mucho que se hubiera prometido no volver a llorar. Pero no podía evitarlo. La desesperación de saber que seguramente no volvería a verla le atenazaba el alma.
Había ocasiones en las que se permitía conservar aún la esperanza, pero aquella no era una de ellas. Aquella noche, sólo sentía un insoportable dolor en el corazón.
Abrió los ojos despacio. Eran azules y profundos. Y también eran azules sus alas. Y su cabello. Era lógico, pues era su color favorito, el color de su tía Omi. Bueno, en realidad ahora era su hermana, pero para ella seguiría siendo siempre su tía.
–Bienvenida hermana. Tu azul es precioso. Hay mucho amor en él– la saludó un hada de color predominantemente púrpura.
Ella, aún adormilada, se sorprendió de que una hada la estuviera llamando hermana, mirándola confundida. Ésta rio, pues era una reacción habitual.
–Ahora eres un hada, como nosotras.
El hada recién nacida miró hacia atrás, descubriendo unas hermosas alas azules que movió con curiosidad. Luego se miró las manos. Su reflejo en el agua. Su cuerpo de una niña que ni siquiera llegaba a los diez. Su pelo peinado con una larga trenza, como la de tía Omi cuando lo salvó.
–¡He crecido!
–Así es, hermana. Bienvenida– repitió el hada púrpura, sonriente.
–¿Dónde está tía Omi?
–Ah, tan pronto y ya tienes un propósito. Ve a buscarla. Seguro que la encuentras.
El hada azul no dudó, dejando el manantial atrás, recorriendo los caminos como si los conociera desde siempre.
En realidad, no tenía ni idea de a dónde conducían aquellos senderos. Ni conocía las muchas zonas cerca de las que pasaba. Pero no importaba. Sentía una presencia llamándola. Un poco más allá. Hacia la izquierda. Hacia la derecha. Otra vez a la izquierda.
Era un hada muy joven, pues se había transformado a partir de un espíritu tremendamente joven para lo habitual en las hadas. Pero no hay reglas escritas o leyes que así lo estipulen. Un espíritu se transforma en hada cuando llega el momento, ni antes ni después. Y, para ella, ya había llegado.
Siguió avanzando, hasta que alcanzó un lugar cerca de donde el camino había cortado sus lazos con el mundo, pues esa parte del mundo había sido corrompido. Lo miró con desagrado, pero no ya con miedo. Incluso en aquella mirada había desafío hacia aquella corrupción que una vez la había atemorizado.
Pero no era ese su destino, sino uno cercano, un lugar que hacía frontera con la corrupción, que luchaba contra ella. Cogió una bifurcación del camino y la recorrió, fundiéndose poco a poco con la selva, hasta llegar allí por completo.
Sintió la vida, la naturaleza, las plantas, los animales. Y, de entre todos ellos, sintió una presencia especial, una que tenía una profunda conexión con ella. No dudó en dirigirse hacia allí.
–¡Tía Omi, he vuelto!– exclamó a la selva.
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Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druida
FantasyCuando muere de una grave enfermedad, aún recuerda a sus amigos de un MMORPG que jugó años atrás, y a un NPC que ha permanecido en su corazón desde entonces. Pero cuando vuelve a abrir los ojos, se encuentra en la solitaria plaza que había sido el i...