🥄Cuchara🍨

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Todo había empezado con el tazón de madera, madre en un día especial había preparado dulces, dijo que serían después de la cena, así que lo esperamos ansiosos, cuando nos reunimos para ver como sacaba del frigorífico un bote de helado casero lo dejó caer en el tazón, para mis oídos que fueron muy sensibles desde que tenía cinco fue una maravilla: el condimentos congelado resbalar del bote poco a poco para caer causando un pop seco hasta llenarse, después cuando sacó de los cajones del trinchero un cucharón de madera también para revolver la crema que preparó en el tazón, movió y movió y mis ojos estuvieron atentos todo el tiempo, pero más que nada la extraña satisfacción que me sorprendió venido de quién sabe dónde por el sonido tan característico al igual que el deseo de ver como ambos: imagen y sonido se conjuntaban, movían en sincronía dulce, fría y espesa, tan deliciosamente espesa.

Y más aún, cuando me dio mi plato salí corriendo al jardín entusiasmado por mi nuevo descubrimiento, un escalofrío me pasó en el cuerpo al batir mi porción de helado con la cuchara pero odié que hubiera algo distinto en el sonido, mi error: una cuchara de plata. Corrí desairado por una nueva esta vez del mismo material que mi plato de madera. Regresé al pasto bajo el árbol cubriendome del sol que empezaba a ocultarse. Moví esta vez mordiendo mis labios al no solo sentir la textura si no oír y después saborear, mordí el helado que se deshacía como espuma en mi lengua.

A los 7 me infundi en un trance por el sonido y la imagen, así que pasé de morder helado y hielos a picar arena. Esa locura inició cuando jugué con mi primera plastilina, estaba en el colegio en una mesa sola cerca de la ventana, la maestra pidió una actividad de manualidades así que nos pasó una charola a cada quien con una bola de plastilina de diferentes colores, la mía verde, cuando hundí mi índice en ella sentí como un nervio se rompía en mi estómago: era tan suave, como digo, arenoso. El sonido me hizo delirar por lo que me la pasé manoseando con lentitud y fuerte la masa verde, entre mis dedos, con mis uñas y para cuando llegué a casa para terminar mi tarea lo mordí, el sabor era horrible pero la sensación a través del sonido de mi boca me enloqueció. Entonces ahorré mi gasto para comprarme una cajita de arena sólida de color rojo, el sonido me hizo cerrar los ojos...

tssssssssssss, crrrrrrrrrrrrr, suave, duro, bolitas, no lo mordí, bastaba con mis dedos arrastrándose por la arena suave.

Más pronto que nunca llegó el día que conocí y olí la sangre, me había resbalado en la escuela y me raspé la rodilla, ese dolor fue único, lo odiaba y me gustó como contraía mi piel, me llevaron al hospital, ahí me suturaron, y debo decir que la tijera, los hilos especiales y la aguja esterilizada en el cuarto solamente el enfermero y yo hizo eco cada movimiento suyo, tuve que contenerme de suspirar y cerrar los ojos ante el sonido seco, como de manos frotarse y un clic seguido:

Clic, clic, toc.

Fue ahí cuando empecé a tomar de la cocina cuchillos de distintos tamaños, hasta tenedores para ensartarlos en mi arena, plastilina de distintos colores que hurté de la escuela, además de batirlo sobre las pinturas que utilizaba en mi taller de arte. El ruido, su patrón era tan finito, debía acercarme siempre lo suficiente para poder oír como los cuchillos cortaba la espuma, arena, crema, manzanas y plastilina tras plastilina, como bajaba con quietud, la textura, el romper de su composición sólida fue uno de mis placeres secretos, pasaba horas uniendo y cortando mis objetos. Noches bajo mi lámpara contando mis ahorros para ir al día siguiente a la tienda por más condimentos: pastas de pegamento en botes gordos, diamantina líquida, pelotas de tenis azules (las de esponja), papel de tela y por último algodones.

Pero no, mi gusto duró poco, quería más, quería conocer todos los sonidos del mundo, ese ruido blanco y pastoso de cortar manzanas verdes ya no era suficiente, saciaba de más. Entonces lo hice. Vigilé a madre cocinar el almuerzo, entonces un día cuando se distrajo le robé uno de los trozos de filete, lo llevé al jardín junto con un plato y mi cuchillo favorito, uno de filo delgado, ondulado y reluciente. Me tumbé cerca y...

Dssssssss, blllm, crr.

La sangre del crudo trozo, el ruido que causó, el olor y la delicia del cuchillo para destrozar la carne era tan bonito, tan preciso, tan rápido y más aún, el filo chocando con el trozo fue un deseo cumplido para mí.

Helado (Senji Kiyomasa 千地 清正)🔪Donde viven las historias. Descúbrelo ahora