No te vayas

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Esta vez Arthur se encontraba totalmente solo en casa. No sería la primera vez que lo estaba, pero sí era la primera vez en la que sentía tanto el peso de su soledad. No había vuelto a vivir solo desde que su tutor Paul Verlaine lo acogió hacia poco más de un año, nunca imaginó que podría acostumbrarse de tal forma a vivir con él, que a los pocos días de su partida ya lo estuviese extrañando como si hubiesen pasado años desde la última vez que lo vio.

En efecto, Paul iba a volver, solamente estaba en una compleja misión que requería la participación los agentes del alto rango dentro de la división de espionaje, definitivamente Arthur no podría acompañarle siendo de un rango tan bajo como el de un cadete. Solamente le quedaba esperar pacientemente a que su tutor regresara.

«Él regresará»

Se repetía mentalmente el menor, como si aquellas dos palabras le llenaran de fuerzas para seguir adelante y continuar aguardando la llegada de ese hombre que en pocos meses logró volverse su todo.

Pero... ¿Y si Paul no volvía? Aquella pregunta le carcomía la mente y le estrujaba el corazón. La ansiedad se apoderaba del joven Arthur cada vez que en su mente resonaba esa pregunta, porque siendo realista, por muy alto rango que tuviese su tutor eso no lo dejaba inmune ante un suceso tan natural e inevitable como lo es la muerte. La imaginación del preocupado jovencito se encargó de recrear cientos de escenarios y situaciones, todos finalizaban de la misma forma, con la muerte de su tutor Paul Verlaine.

Ante el desesperado sentir, el muchacho dejó escapar un sollozo que comprimió su garganta, permitiendo que su voz saliese en un mustio gemido lastimero. Inspiró profundo y al devolver el aire el sentimiento de impotencia y preocupación se apoderó por completo de sus sentidos e inundó sus dorados ojos en cristalinas gotas que terminaron derramándose a lo largo su semblante lánguido y muriendo finalmente al caer en la blanca seda que cubría su almohada.

No era la primera vez que Arthur lloraba durante la noche, ni tampoco la primera vez que se levantaba aún tembloroso por el llanto y arrastraba sus pies hasta llegar a la habitación de su tutor, encontrando el frío de la soledad y el lecho vacío, abandonado y tendido a la perfección.

Se dejó caer en el colchón, escuchado el leve gemido de los muelles que se encogían para recibir al intruso. Como un reptil se arrastró entra las pulcras sábanas que envolvían el lecho, sintiendo entonces el aroma de su dueño impregnado en la seda.

Hundió su faz en el solitario almohadón que reposaba en la cabecera de la cama y sus negros cabellos crearon un millar de surcos en su blancura. En busca de la esencia de su mayor, olfateo la suave tela que envolvía la almohada pensando en que si se concentraba podría percibir la calidez que quedaba atrapada entre sus plumas tras el despertar. La calidez que una vez perteneció al dueño de aquella pieza...

Y lloró. Dejó que sus pulmones se hicharan de ese aire cargado con tristeza, ansiedad, desesperación y luego dejó que lo expulsaran transformándolo en un desconsolado llanto. Un llanto que poco a poco se fue opacando por el cansancio y la resignación hasta que su autor terminó rendido ante el consolador sueño.

Esa madrugada la puerta principal emitió un débil chirrido al dejar pasar a propietario del apartamento. El recién llegado caminó entra las penumbras, cuidando cada paso que daba para no provocar ningún ruido que pudiese despertar a su discípulo que supuestamente dormía en el sofá de la sala de estar. Sin emitir sonido alguno, como si de uso espectro se tratara, entró a la ducha. Arthur se removió levemente en la cama ajena creyendo haber escuchado el sonido del grifo girándose seguido de los millones de gotas que salpicaban contra el suelo del baño, pero finalmente se reacomodó entre las sábanas objetando en su mente que aquel sonido era otro producto de su subconsciente que anhelaba el regreso de esa persona que tanto quería.

No te vayas... || One shotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora