Capítulo 1

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Me apresuro en abandonar la casa lo más rápido que puedo

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Me apresuro en abandonar la casa lo más rápido que puedo. Sucede una vez más, discuten. La experiencia me dice que, como si alguien invisible presionara un interruptor de idiomas, cuando mis padres de la nada comienzan a hablar en alemán es porque la discusión está por comenzar. Esa es la pista que me indica que debo irme si no quiero que mi día se arruine. Menos hoy cuando apenas empieza.

En el camino, escucho como sus volúmenes de voz se elevan cada vez más, pero no me detengo a pensar en lo que dicen. Me concentro en el sonido que hacen las hojas secas con cada paso que doy y voy directo a mi lugar especial.

Cuando el mundo está mal, me recuesto en el césped y alzo mi mirada al cielo. Me fascina crearme escenas en mi cabeza tan solo al ver sus peculiares tonalidades de colores. No obstante, lo que más adoro de él es cuando es pincelado por el pintoresco arcoíris, y transmite en mi interior ese cálido sentimiento de optimismo que me hace pensar que todo va a resultar bien. Es lógico que contagie felicidad, ya que visto al revés forma la curva perfecta de una sonrisa.

—¿Señorita? ¿Se encuentra bien? —dice una voz que me hace abandonar repentinamente mis cavilaciones.

Me encuentro acostada en el césped... sonriéndole al cielo ¿Saben lo extraño que debe ser eso? Giro mi mirada hacia el dueño de la desconocida voz y veo a un joven sosteniendo algunas de las herramientas de mi padre, observándome un tanto preocupado. Me siento avergonzada de haber sido descubierta así, por lo tanto susurro un "Sí" y me incorporo.

—Mi nombre es Emma —sonrío y extiendo la mano para saludarlo—. Emma Scheeneberger.

Pero él me observa sin respuesta. Hace un pequeño gesto con su mirada señalándome su mano libre. Entonces percibo como la misma está cubierta de tierra y barro, así que lentamente bajo el brazo.

—Supongo que la señorita Scheeneberger no querrá que alguien como yo ensucie su delicada mano, menos por un saludo —responde sonríendo—. Mi nombre es Virgilio Gómez. Soy el ayudante del Señor Luther.

Lo examino detenidamente. Me resulta un tanto extraño que mi padre haya contratado a alguien como él, más recordando que suele decir cosas como que (voz de amargado) "los jóvenes de hoy no entienden lo que es el trabajo serio y prolijo".

—Sos algo joven para ayudar a mi padre en su labor —menciono rompiendo el silencio que se había creado.

Lo noto sorprendido con mi comentario, pero de buena manera. Una sonrisa divertida aparece en sus labios.

—Disculpe mi atrevimiento, Señorita, pero también considero que usted está algo grande para andar recostada en el césped.

Mi expresión alegre desaparece al oírlo decir tales palabras. Sin embargo, en mi intento de enojarme sólo consigo sonrojarme al pensar en cómo me conoció por primera vez. Está claro que ya no me va a tomar en serio.

Virgilio ríe al ver mi reacción.

—Lamento haber dicho eso. No quiero que usted piense de mí de manera errónea. Sepa entender que el que haya sido contratado a tan corta edad tiene sus razones.

¡No Soy Una Damisela En Apuros!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora