Capítulo 32 // 01

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Mordí mis uñas con nerviosismo mientras sentía como mis codos hincados en mis muslos temblaban por el continuo movimiento de mis piernas que no podían estarse quietas. La espera estaba siendo larga y torturadora, los minutos parecían horas y los segundos parecían minutos.

Para rematar; las personas a mis lados no se podían callar y los niños no se quedaban quietos. Estábamos en un hospital psiquiátrico y la gente se creía que era un puto parque.

—Tranquila —me susurró Ingrid a mi lado, colocando una mano sobre mí muslo, pero parecía igual de nerviosa que yo.

Asentí sabiendo que de nada serviría jurarlo y pasé mis manos por mi rostro con exasperación, mientras fulminaba con la mirada a todos los niños que pasaban por mi lado y sus madres hacían lo mismo conmigo.

—¿Cuánto tiempo tardará? —pregunté impaciente, aun sabiendo de que ella no podía saberlo.

—No lo sé, pero no creo que tarde mucho ya.

Suspiré cruzándome de brazos y dejándome caer en el respaldo de la silla, la sala de espera olía a medicinas y a sudor.

Luego de que el médico, que Ingrid llamó, comprobara el estado de mi madre, se dio cuenta de que él no podía hacer nada puesto que no era nada físico sino mental. La trajimos con rapidez en el coche, y mientras mi padre conducía estuve todo el camino acariciándole el pelo a mi madre, a mi querida madre...

También he de admitir que, aunque el momento no me lo permitiera, pensé mucho en Castiel, en la forma en que lo traté. Me sentía culpable, pero intenté alejar todo tipo de pensamientos de mi mente, por mi madre.

La puerta por la que había entrado acompañada de mi padre se abrió y el doctor James salió de su interior. Me levanté instantáneamente, casi mareándome por el movimiento tan repentino, pero caminé hacia él. Ingrid me imitó.

—Doctor, ¿cómo está? —le pregunté con notable preocupación y temor en mi voz.

Casi pareció sorprendido por la rapidez de mí hablar, pero automáticamente me entendió.

—Esta mejor —comenzó y solo con eso sentí tal satisfacción que no pude evitar encorvarme hacia delante y dejar escapar el aire de mis pulmones que ni siquiera sabía que estaba conteniendo—. Ha sufrido un fuerte ataque de pánico —me explicó, pero parecía como si estuviese intentando decirme algo más.

—¿Por qué? —pregunté con un hilo de voz.

—Sabes perfectamente el motivo —me susurró ladeando la cabeza como si no quisiera que nadie más se enterase, tragué saliva—. Tu madre ha estado expuesta a un alto nivel de estrés que ha conllevado que toda la angustia que sufrió en un pasado despertara de nuevo y se convirtiera en un trauma abierto —comentó, lo miré con una mueca. ¿Qué?

¿Mi madre ha estado expuesta a un alto nivel de estrés? ¿Cuál había sido el motivo para que se sintiera tan estresada? Esto no tenía ningún sentido, no había lógica lo mirase por donde lo mirase.

¿Acaso había sido yo... la que había provocado eso?

—Me estoy mareando.

Cerré los ojos con fuerza y respiré hondo, sintiendo como todo el malestar de mi cuerpo se concentraba en mi estómago dándome ganas de vomitar. Noté la firme y protectora mano de Ingrid en mi antebrazo, con su otro brazo me agarró por la espalda cuando mis piernas flaquearon.

—Siéntate.

El doctor rápidamente se acercó a mí y me ayudó a sentarme de nuevo en los asientos a mis espaldas. Escondí mi rostro entre mis manos comenzando a sentir las lágrimas.

Un perfecto verano © (Completa, en edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora