Se habían despedido del guerrero enano, el taurino y el mago reptiliano. No había sido mucho tiempo, pero le habían caído bien desde el primer momento, por lo que los echaría de menos. Pero no a la drelfa, pues las acompañaba.
Esperaban que fuera un viaje corto y tranquilo hasta la siguiente zona, pero, al poco de salir, se encontraron el primer contratiempo.
–Hay alguien un poco más allá. Son cinco. Es el grupo del príncipe– anunció la drelfa.
Podía detectar cualquier presencia a través de su fuerte conexión con la naturaleza, una habilidad que resultaba inútil en la zona corrompida. Además, no era nada fácil de interpretar, pues había miles de presencias, demasiado ruido como para tenerlas a todas en cuenta.
Pero aquellas presencias eran y actuaban de una forma claramente diferente, además de que Maldoa había estado vigilándolos desde mucho antes de salir. No se fiaba de ellos, de los que ahora deberían de estar luchando contra perdidos. Por ello, había podido aislarlas con facilidad.
Goldmi suspiró. Podían intentar perderlos, pero seguramente la seguirían hasta el siguiente puesto, ya que era fácil adivinar que ella se dirigía allí. Había creído que ignorándolo sería suficiente, pero era evidente que debía afrontar el problema, por mucho que no supiera muy bien como hacerlo. Así que decidió probar con el método Gjaki.
–Será mejor dejar las cosas claras de una vez por todas– afirmó con rotundidad.
A su amiga no se le escapaba que estaba mucho menos convencida de lo que quería aparentar. Y, a su hermana, era imposible engañarla. Aun así, no dudaron en apoyarla.
Caminaron directamente hacia donde las estaban esperando, con sus defensas operativas, por lo que pudiera pasar.
–Al menos no están escondidos. Eso hubiera sido un poco siniestro– pensó para sí la elfa.
Estaban a un lado del camino, si es que aquel apenas visible sendero podía llamarse camino. El príncipe se levantó en cuanto las vio aparecer, mostrando una amplia sonrisa.
–Querida Goldmi, te estábamos esperando– la saludó éste –. ¿¡Qué es esto...!?
Se había acercado a ella y había querido poner una mano amistosamente sobre su hombro, pero Barrera Ciclónica lo había impedido. Era evidente que era una protección que no acababa de activar, pero aun así molestó a éste.
–Príncipe Krusledón, ¿cuál es el motivo de esto?– preguntó la elfa, muy seria, mirando a éste y a su escolta.
Su rostro serio era medio fingido, medio real. Quería parecer impasible, alejarse de su habitual personalidad, pero que le hubiera querido poner la mano encima cuando no tenían relación alguna le había molestado de verdad. Que se tomara demasiadas familiaridades la había irritado, en especial viniendo de alguien con cierto parecido a su ex, y cuando no había dado pie a ello.
–Sólo queremos acompañaros. Así nos podremos conocer mejor– se recompuso el príncipe, volviendo a sonreír.
–Príncipe Krusledón, no tengo ningún interés en conoceros mejor, ni en que nos acompañéis. Esto es un adiós. Le deseo lo mejor– lo rechazó Goldmi, siguiendo su camino.
Podía parecer fría, pero por dentro temblaba. Para ella, ser tan directa como Gjaki era en parte reconfortante y en parte aterrador. No acababa de entender de dónde su antigua compañera sacaba el coraje. Aunque no todas pensaban igual.
–Ha estado bien. Deberías haberlo hecho desde el principio, así no nos hubiera molestado más– apreció la lince.
El príncipe las miró en shock mientras pasaban frente a él, aparentemente indiferentes. Pero todas estaban muy alertas. Si bien el príncipe ni siquiera alcanzaba el nivel 30, sus acompañantes estaban por encima de 40, uno de ellos por encima de 50.
–¿¡Cómo te atreves!? ¿¡Acaso no sabes quién soy!?– reaccionó el príncipe, enfurecido.
Pero ninguna de las tres le respondió. Siguieron caminando, esperando poder alejarse de allí cuanto antes.
–¡No dejéis que se vayan así como así! ¿¡Cómo os atrevéis a faltarme el respeto!?– gritó.
Lo que no se esperaba era que, antes de que sus acompañantes pudieran reaccionar, varias raíces se estuvieran Enredando en él.
–No nos lo pongas difícil. No quiero ser tu enemiga, pero si no me das otra opción, esas raíces no sólo te sujetarán. Os aviso, no tratéis de seguirnos, la selva es nuestra aliada, no podréis proteger a vuestro príncipe– amenazó la elfa.
Maldoa e incluso la lince la miraron sorprendidas. No esperaban que llegara a este extremo. Y, aunque sorprendida, esta última se sentía orgullosa de ella.
Se marcharon mientras los escoltas del príncipe lo liberaban de las ataduras y le convencían de no seguirlas. Su nivel era mucho mayor que el de aquella elfa, pero temían que no pudieran proteger al príncipe. E ignoraban el poder real de la drelfa, pues, de saberlo, ni se lo hubieran planteado. Si bien no hubieran tenido la absoluta seguridad de salir derrotados, enfrentarse a una drelfa de nivel superior en la selva era casi un suicidio, aunque la superaran en número.
Tampoco sabían que era tan sólo un engaño, que Goldmi no tenía las habilidades para matarlo sólo con las plantas, por lo menos aún no. Y mucho menos sabían lo que pasaba por la mente de ésta.
–¿Cómo he podido hacer eso? ¡Hacer como Gjaki es aterrador!– se decía a sí misma, sobrecogida, aunque dudando de si ésta hubiera ido incluso más allá.
Lo cierto era que parecía que se habían librado del problema, al menos por ahora, pues ignoraban lo que podría hacer el príncipe cuando se liberara y recobrara. Por ello, apresuraron el paso. Cuanto más lejos, mejor.
–¡Has estado increíble!– la alabó la drelfa.
–Ha sido horrible– se lamentó Goldmi –. No creo que pueda volver a hacerlo.
–Ja, ja, ja– rio Maldoa.
–La próxima vez ya me encargo yo– se ofreció la lince, algo a lo que la elfa se negó de inmediato. Las soluciones de su hermana podían ser mucho más radicales.
También era cierto que era consciente de que, de no haber actuado así, no hubiera podido solucionar el problema. Hubiera tenido que aceptar la compañía del príncipe, o dejar que su amiga o su hermana lo solucionaran por ella.
La primera opción no sólo era molesta, sino que podía incluso empeorar. La segunda, le hubiera hecho sentir inútil, incapaz de solucionar nada por sí misma, teniendo que depender siempre de los demás para cualquier asunto.
Por ello, aunque aterrada, aunque aún temblaba, se sentía orgullosa de sí misma, incluso un tanto eufórica por haber sido capaz afrontarlo.
De repente, todos esos pensamientos se esfumaron, siendo sustituidos por una sensación familiar, una sensación que también podía sentir la drelfa, de forma diferente pero con claridad.
Pero si bien Maldoa podía estar relativamente extrañada, eso no fue nada en comparación a ver al hada que había percibido volando hacia su amiga y abrazándola. Y que ésta, aunque también algo sorprendida, la recibiera con los brazos abiertos.
–¡Tía Omiiiii!
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Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druida
FantasyCuando muere de una grave enfermedad, aún recuerda a sus amigos de un MMORPG que jugó años atrás, y a un NPC que ha permanecido en su corazón desde entonces. Pero cuando vuelve a abrir los ojos, se encuentra en la solitaria plaza que había sido el i...