Los postes de luz parpadeaban encima de mí, aquello fue lo último que vi hasta que apareció él. Un breve sabor a óxido se impregnó en mí, el sabor de mi propia sangre sobre mis labios debería ser mi castigo final.
Sin embargo, un recuerdo del pasado me había salvado. Mi traje negro, el de una desdichada abogada, estaba maltratado y con rastros de sangre aún así sus brazos me envolvieron en un reconfortante agarre.
-Aguanta un poco.-susurró-. Pronto llegaremos al hospital.
No pude ver claramente su rostro, pero reconocí su voz. A pesar de que ahora era ronca y madura, su esencia seguía siendo la misma. Amable y cálido.
Suspiré y me sumergí en mi pasado, la de él y la mía. Entre los pasillos de un antiguo colegio, donde los estudiantes querían crecer rápido y los padres daban consejos inútiles sobre como seguir sus vidas. Yo era una de las que seguían reglas para ser reconocida. Un tonto títere que no tenía decisiones propias.
Choqué contigo en medio de tus travesuras adolescentes, obviamente te acusé. Fuiste castigado y descubrí tu nombre: Lisandro. Era bonito y angelical, muy opuesto a lo que eras.
Nunca olvidaría tus locuras y como te descubría, siempre terminabas en detención por mi causa. Aunque nunca me odiaste, de hecho parecías divertirte a mi costa. Eras un chico problema, el tipo de muchacho que mis padres jamás aceptarían.
"Si quieres ser alguien en la vida tienes que estudiar."
"¿Ves a tus compañeras? Con enamorado a esta edad, nunca llegarán a triunfar."
Al final, te convertiste en mi amigo. Te obligaba a estudiar, como mi familia hacía conmigo. En medio de nuestros silencios, comprendiste la soledad que me envolvía. Hiciste a este títere más feliz, no obstante nunca hice algo por ti. Viniste miles de veces a hacerme sonreír, así eras tú, poseías la magia que yo más envidiaba: La felicidad.
"A veces las preguntas son complicadas y las respuestas son simples"-consolabas mientras me veías llorar por un problema de matemáticas-¡Eres lista, April, lo resolverás!
No parecías intimidado ante los cambios, no pensabas en ellos.
Lisandro, tú serías el motivo de mis
pensamientos. Desde aquel día, yo sería el motivo de tus tristezas y decepciones.Esa tarde escuchábamos la clase de lenguaje cuando juguetonamente preguntaste: ¿Te gusta Gael?
Respondí con una cara de horror y murmuré un rotundo no. Reíste levemente, burlándote de mí, por supuesto.
Luego, con un gesto divertido cuestionaste: ¿Te gusto?
Mis manos temblaron y me sonrojé. Vi tu mirada marrón y vi gran seriedad en ellos. En mis labios se formulaba la gran respuesta, me gustabas y me hacías muy feliz...
"Jamás te enamores de alguien que no valga la pena."
Pero no dije nada. Las voces de personas desconocidas sustituyeron la mía. Teníamos quince años, no necesitaba enamorarme. No debía estar contigo de esa forma, si quería ser aceptada por los adultos debía rechazarte.
-No-contesté con voz firme.
Después de años, recuerdo tu rostro en ese momento. Tu linda mirada infantil se apagó y mi cobardía te dañaba.
Después sonreíste de nuevo como si todo aquello fuera una absurda broma. Por un año, me engañé pensando que para ti mi rechazo no era la gran cosa.
La adolescencia nos afectó a todos. El amor juvenil empezó a enamorarnos, pero nosotros intentamos mantener nuestra amistad, aunque ésta sin saberlo ya se estaba rompiendo.
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Lo que nunca te dije
Romance¿Alguna vez hice algo por ti, Lisy? Pasaron diez años hasta que se volvieron a ver. ¿Acaso las heridas del primer amor ya habían sanado? TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS