26. Del episodio 8 - El tatuaje del albatros (Parte II)

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Del capítulo 24

El resto del local desapareció a su alrededor. Ambos contuvieron el aliento mientras las miradas de ambos se sostenían y el destino se sellaba. Porque sí, al igual que muchos años atrás, una simple mirada servía para sellar destinos.
Ateş se puso de pie sin dejar de mirarla. Al hacerlo, se aproximó a ella sin poder evitarlo y ella también dio un paso más hacia él. La mano de Şule resbaló desde su hombro hacia el pectoral izquierdo y sintió fuego en sus dedos. Ateş llevó la mano hacia la que se apoyaba sobre él y acarició los dedos de la joven mientras sus miradas seguían conectadas. Alguien le abrió la mano que tenía sobre la barra formando un puño y depositó un pequeño objeto metálico en ella pero Ateş no fue consciente de nada de eso. Sólo podía mirarla a ella. Con ese mismo brazo enlazó la cintura de la chica y giró la cabeza hacia la derecha. Şule actuó en modo espejo por instinto. Ateş aproximó el rostro al de la chica y ella volvió a imitarle. Ni el ruido de las conversaciones a gritos, ni el sonido alto de la música, pudo evitar que ambos hubieran creado una cúpula de silencio donde sólo les era audibles el resuello desacompasado de sus respiraciones aceleradas.
Ateş acercó el rostro un poco más. Şule volvió a imitarle y el labio inferior de él rozó el superior de ella. Şule no pudo evitarlo, abrió los labios y atrapó entre ellos el carnoso labio masculino. No solo el ruido era inaudible, el tiempo pareció congelarse antes de que Ateş la aferrara fuertemente y devorara literalmente la boca femenina que se amoldaba a la suya como si estuviera hecha con parte de él.

...

Şule no fue consciente de nada más. Ateş en lo único en lo que podía pensar era en seguir degustando esos labios. A su alrededor nada importaba, sus cuerpos generaban tal calor al otro que se estaban convirtiendo en un auténtico incendio. Lumbre prendida como sus nombres, alientos que se entremezclaban como la leña en una hoguera.
El dolor, que había sentido Ateş momentos antes, parecía haber desaparecido de su pecho, en su lugar sintió su propio fuego avivándose por segundos al tiempo que notaba como algo se entretejía en el corazón. Jamás se había sentido tan completo. Un vago recuerdo atravesó su cerebro, una imagen fugaz que asaltó su mente pero que desapareció tan pronto como llegó. Acarició la mejilla de la chica a la que estaba besando y, en cuanto sintió el contacto, ella jadeó.
La joven no era consciente de dónde estaba ni con quién estaba, sólo sabía que la llama que había prendido en su corazón se avivaba por momentos. ¿Alguna vez había sentido algo siquiera similar? La respuesta era no, pero un leve recuerdo de cuando niña atravesó su mente de manera fugaz sin poder retenerlo.
Ateş sintió un pequeño zarandeo en el hombro, alguien intentaba llamar su atención. ¿Se rompería la magia si abandonaba ahora esos labios? Insistían. Dos zarandeos más a los que no pudo evitar prestar atención. Ateş se giró hacia la persona que le palmeaba el hombro abandonando momentáneamente los ardientes labios femeninos y vio a uno de los barmans del local. Éste le hizo señas con la cabeza y señaló la parte alta del local. Allí sólo estaba el apartamento de Berkant y una sala de juegos privada.
De pronto, sintió el pequeño objeto metálico en su mano derecha y entendió. El chico le estaba diciendo que subiera con la desconocida que aún seguía entre sus brazos, pegada a su cuerpo y con la nariz enterrada en su cuello.
Ateş asintió y arrastró a la joven hasta las escaleras. Nunca llegarían a explicarse ninguno de los dos cómo fueron capaces de subir aquellos peldaños ni cómo acabaron enredados entre aquellas sábanas de seda negra.

-En serio, Özge, no sé porqué me tienes tanta inquina. Nunca te he hecho nada que me pueda llevar a pensar el por qué de ese odio que irradias hacia mí.
Aslan estaba apoyado sobre una de las paredes del Lucca, tenía los brazos cruzados a la altura del pecho y, con sus ojos azules entornados, miraba a la chica que tenía justo a un palmo de distancia.
Özge dio un paso y se acercó a él hasta casi sentir que invadía su espacio personal.
-No me gustas, Aslan -señaló ella al tiempo que levantaba una mano y, con su índice, le golpeaba el centro del pecho.
Aslan fue rápido. Antes de que a ella le diera tiempo a retirar su mano del lugar donde le había tocado, atrapó su muñeca y la atrajo hacia su cuerpo encerrándola entre sus brazos.
-Ambos sabemos que ésa es una mentira muy gorda -dijo en su oído- y las niñas buenas no mienten. Claro que... tú nunca has sido una niña buena, ¿verdad?
Özge sonrió, lo hizo con esa sonrisa que siempre lograba desarmarle. Fruncía el labio superior y sus comisuras se elevaban levemente lo que hacía que esos carnosos labios, de los que era dueña, quedaran sobresalientes como esperando un beso.
Aslan no se pudo resistir a esa boca, agachó la cabeza y depositó en ellos un pico. Tuvo que ser nuevamente rápido, paró la rodilla de ella justo a tiempo de que impactara contra su entrepierna.
-¿Qué crees que estás haciendo? -preguntó ella con enfado.
-Tomar lo que es mío -dijo él mirándola a los ojos y con una sonrisa de satisfacción en los labios.
-A ver cuándo se te mete en la cabeza que yo no soy tuya -dijo golpeando la sien izquierda de Aslan con dos de sus dedos-. No estamos en el medievo, las mujeres nos pertenecemos a nosotras mismas y no a cualquier troglodita que decida por la vía unilateral que les pertenecemos. ¡No somos un objeto propiedad de nadie!
Aslan estalló en carcajadas mientras la atraía aún más hacia sí.
-Me encanta esa lengua viperina que algunas veces me dejas ver. Úsala para algo mejor que insultarme, ¿quieres hacerme ese favor?
Ella se removió entre sus brazos intentando escapar de su férreo control, pero Aslan se parecía mucho más a su tío que a su padre y sus brazos eran como columnas de acero imposibles de mover.
-Suéltame, Aslan, te lo digo en serio. He estado asistiendo a clases de defensa personal y puedo hacerte mucho daño.
La sonrisa se borró del rostro del joven y en su lugar apareció un rictus serio.
-Özgen, aquí se acaban las tonterías. No pienso seguir jugando contigo al gato y al ratón. Ya me he cansado de tus juegos de ahora sí, ahora no. De ahora aparezco por tu casa, ahora me dejo ver en tu trabajo. ¿Quieres irte? -Aslan bajó los brazos y los pegó a la pared-. Vete -dijo al tiempo que señalaba la salida del local con su mentón-. Vamos, vete. No te lo voy a impedir, pero, si sales por esa puerta ahora, no vuelvas nunca a buscarme. ¿Me has entendido? Venga, vamos, ¡vete!
Özge dio un paso hacia atrás sin apartar la vista de la del hombre y, en el momento en el que lo hizo, Aslan se dio cuenta de que la perdía. Tendría que haberse mordido la lengua. ¡Maldito fuera!
Otro paso de la chica hacia atrás sin apartar la mirada de aquellos ojos azules que tan bien conocía. En el momento en el que iba a dar el tercero... se congeló.
Aslan notó el cambio en ella al instante. La conocía demasiado bien como para que se le pasara desapercibida cualquiera de sus emociones o expresiones. Estaba blanca como la cal. Incluso bajo aquella algarabía de colores, pudo ver que el color había abandonado su cara.
Özge no estaba allí. Özge estaba en esos momentos en el piso superior del local. Özge estaba siendo testigo de cómo, en la oscuridad de una de las habitaciones de Berkant, el dueño del establecimiento, el fuego y la llama se unían. Eran un volcán en plena erupción al cual le era imposible contener su ardiente lava. En unas horas, Şule sería consciente de lo que había hecho y huiría. Y, al hacerlo, desencadenaría lo que todos habían estado intentando contener durante años. ¿Cómo había podido ser tan estúpida como para no sumar dos y dos? Aslan nunca iba solo a Lucca. Aslan siempre iba con... Ateş.
-¿Özge?
Oyó su nombre. Lo oyó desde muy lejos. Ella seguía encerrada en esa habitación, siendo testigo de algo que jamás pensó que llegaría a ver.
Aslan se acercó de nuevo a la muchacha y le frotó los brazos. Özge comenzó a temblar.
-No, no. Ahora, no, nena -dijo al tiempo que miraba hacia todos lados-. Vamos, cariño, reacciona. Sal de ahí. Sal de donde leches hayas entrado. Mírame, cielo, vamos, mírame.
Aslan tomó a la chica del cuello con ambas manos, sus pulgares acariciaron sus tersas mejillas y sintió el sudor que emanaba de ese cuello en las palmas de sus manos.
Miró a su alrededor, ¿dónde demonios estaban Ateş o Şule?
Aslan no se lo pensó dos veces, alzó a Özge entre sus brazos y se dirigió hacia el despacho de Berkant. La concurrencia le iba abriendo paso y se les quedaba mirando, a él le importaba todo un árdite. Sólo quería llegar a su destino y recuperar a su chica.
Pateó la puerta varias veces hasta que ésta se abrió. Berkant apareció ante él. Aslan no fue consciente de la medio desnudez del hombre, de la estancia regada de cristales rotos ni de la mano herida de gravedad de su amigo. En cuanto vio la puerta abierta, la atravesó con su preciada carga en los brazos que no dejaba de temblar y se fue hacia el ajado sofá de tres plazas que Berkant tenía en su despacho; allí fue donde depositó delicadamente a Özge.
En el momento en el que la cabeza de Özge tocó el brazo del sofá y perdió el calor de los brazos de Aslan, la chica se aovilló y abrazó sus rodillas.
-¿Qué pasa? -preguntó Berkant.
-Una de sus crisis -dijo Aslan. No eran momentos de explicaciones.
-¿Qué hacemos? -volvió a preguntar.
-Acompañarla hasta que pase la tormenta interna. ¿Dónde tienes una manta? -preguntó con tono preocupado el menor de los primos Divit.
Berkant se acercó al pequeño arcón que tenía delante de las estanterías, lo abrió y sacó una manta. Se la tendió a Aslan con la mano herida.
Al cogerla, Aslan se fijó en sus nudillos ensangrentados y, al levantar la cabeza para darle las gracias, el tatuaje que lucía Berkant sobre su pectoral izquierdo atrajo toda su atención. El mismo tatuaje de su tío, el mismo tatuaje de Ateş. Distintos colores. En el de su tío, las alas del albatros eran del color azul claro del cielo, en el de su primo las alas estaban tatuadas con los vivos colores del fuego. Los colores de las de Berkant eran del mismo color que el más profundo de los océanos y el nombre de Derya, en preciosas letras cursivas, rodeaba la brújula.
Aslan no dijo en ese momento una sola palabra, se dirigió hacia Özge, se acuclilló junto a ella y la arropó. Le apartó el pelo, empapado por el sudor, del rostro y volvió a girar de nuevo la cabeza hacia Berkant para estudiar nuevamente el tatuaje de su amigo. Buscó sus ojos.
Berkant le sostuvo la mirada, se llevó la mano herida a los cabellos y se retiró un mechón rebelde que le cubría uno de sus ojos claros.
-No digas ni una palabra -dijo Berkant con voz grave bajando la mano hacia el costado.
Aslan sólo volvió a mirar el tatuaje, bajó la vista hacia la mano herida y vio como una gota de sangre se escurría de entre los dedos del hombre e iba a parar a la alfombra.
-Deberías ir al hospital. Esa herida no tiene buena pinta.

RECUERDOS (¿Spin-off? de Erkenci Kus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora