"La suerte nunca fue una mujer que pudiera conquistar. No la conocía como tal, pero estaba seguro de que al menos era una mujer. Era tentadora, te llamaba a que la probaras, y resultaba difícil ignorarla. Vos apostabas por ello, pero la desgraciada nunca se queda con vos. Te culpabas a vos mismo por haber apostado a la suerte, por haber desperdiciado gran parte de tu quincena, por haber perdido el auto ". Eso es lo que dijo Óscar, el cliente más antiguo del bar, aquella noche en la que me invito un trago y platicamos un poco. Óscar siempre estaba en el extremo de la barra y apartado de los demás. No hablaba con nadie. Era un tipo reservado, pero no era alguien exclusivo, y por alguna razón todos lo conocían. Digo, los clientes más frecuentes. El flaco se había hecho una pequeña fama en lugar: un cincuentón, viudo, sin familia, sin nada que valiera la pena salvar en esta vida, o eso escuche de la gente, del personal, pero nunca de él. –Está loco- decían algunos. Bah, eso lo decían los boludos, aquellos que no tenían que comprender la cabeza de Óscar.
El siempre parecía llegar a la misma hora. Cuando todas las farolas del Boulevard te avisan que el día ya había muerto.
Entro por esa puerta y se sentó al lado mío. Apenas se sentó, pidió un whisky. Era obvio que le había ido mal. Sentarse y pedir de buenas a primeras bebida blanca, es un factor que detona la angustia. Lo sabía porque lo primero que pedí fue un vodka. No conocía su situación ni su angustia, pero si su manera de beber. No tenía apuro en subir y bajar el vaso. Cada trago era lento, como si tratara de degustarlo lo mayor posible, la mayor amargura posible.
-¿Qué pasa? Muchacho ¿Es muy amargo para vos?
-No, no, la amargura del mío está perfecta. Pero parece que usted espera un trago mucho más amargo - dije yo-.
-¿Por qué lo decís?
-Porque yo tampoco conozco algo más amargo que ese nudo en la garganta, y me gustaría que por lo menos venga embotellado y tengan disponible acá.
-Bueno, espero encontrarlo. ¿Tomás algo?
-Por supuesto.
No creo que hubiera algo realmente interesante en los inicios de nuestra conversación en ese momento. Nos manteníamos al margen de aquello que nos traía al bar y nada más. Nos habíamos quedado hasta tarde esa noche. Pedíamos más tragos, nos los servían y seguíamos pidiéndolos.
-¿Sabía que usted tiene fama en el bar? Viejo. La gente habla sobre usted.
-Frecuento este lugar desde hace varios años, quizás tenga algo que ver con eso.
-Sí, eso me dijeron por ahí. Bah, lo escuche, no es como que venga acá a disfrutar con amigos los fines de semana. La gente no tiene dirección, o ni saben lo que es.
-Y viste como piensa la gente común, pibe. Lo cierto es que ni acá ni allá afuera hay algo para ellos. La gente es muy infeliz. Pobres infelices que se relacionan con otros infelices.
-Quizá vos y yo también seamos infelices ... que se yo.
-Yo ya soy un tipo de edad. No me preocupa realmente si tengo o no un lugar en el mundo. Vos sos joven.
-Dígame usted entonces.
-¿Qué cosa?
-En que momento uno se da cuenta de que tiene un lugar en el mundo.
-No es algo que depende de la edad, pibe. Bah, quizás sí, que se yo. Supongo que te das cuenta cuando estés en algún lado, donde sea, y no te puedas ir.
-Supongo que tenes razón, viejo.
-¿Ahora me tuteas?
-Es una forma rápida de agarrar confianza. Además, ni siquiera me dijiste tu nombre.
ESTÁS LEYENDO
La suerte no era una mujer que pudiera conquistar.
NouvellesUn relato corto que proviene de los ulcerosos huevos que tengo.