1.Los tres lobos y caperucita roja.

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Mi cuerpo estaba cubierto por un vestido largo y entallado color rojo de escote pronunciado, mi cabello perfectamente peinado de lado. Mis ojos brillaban por las sombras rosadas sobre mis párpados y mis labios estaban cubiertos de tinta escarlata.

Ahora era una de ellos.

El cascarón de una niña rica se había adherido a mí y la línea que nos diferencia era fina y casi invisible.

Me admiré frente al espejo por minutos buscando la mínima prueba de que aún seguía siendo yo. Pero no había nada, la chica ordinaria que fui toda mi vida se había marchado.

—Luces como una de ellos —murmuré mirándome fijamente, como si se tratará de otra persona —. Me das asco.

Incluso mi voz sonaba diferente: ¿Se había vuelto más aguda? Tal vez eran los nervios o simplemente imaginación mía.

—Van a adorarte.

Me giré rápidamente encontrandome con la mirada verdosa de Lena, se veía satisfecha con el resultado de su experimento. Y confirme aquello cuándo comenzo a examinarme con la mirada, buscando un error. Algo mínimo.

Y al igual que yo, no lo encontró.

—Sino te conociera, juraría que eres una de nosotros. Alguien con clase y elegancia —se burló.

¿Una de ellos?

Quise echarme a reír cuándo escuché aquello. Ellos eran animales, no personas. Y yo no tenía la mínima intención de cambiar lo que era.

—Animales —le respondí —No quiero ser como ustedes Lena, son animales forrados de billetes. No olvides lo que le hicieron a mi hermano. ¿Acaso un humano haría algo así?

Y su sonrisa se esfumó.

Por un momento desapareció la chica de ropas elegantes y ví, a una chica inofensiva y vulnerable de mirada pérdida a la que le habían arrebatado algo preciado.

Y había sido así.

Lena se alejó en busca de su bolso y saco un sobre negro de terciopelo lleno de extravagancia.

—Estos son tus documentos, ahora te llamas Madelaine Young —murmuró tendiendome el sobre —Ten cuidado, gaste mucho dinero en esto.

Y en efecto, eran mis documentos. Todos falsos y con datos que eran mentiras. Tenía fotografías recientes y lucían tan verdaderos que nadie notaría la diferencia.

Había tarjetas de identificación y algunas de crédito también. Cuándo saqué las de crédito Lena habló:

—Mi dinero está a tus manos, puedes gastarlo en la cantidad que quieras para encajar. Las tarjetas no tienen límite.

Aquello me sorprendió.

—Esto no era parte del trato.

—Lo sé —me interrumpió —pero vas a necesitarlo si quieres que se traguen el cuento. Ellos creen que eres la heredera de una gran fortuna.

Ni en mis sueños más enfermos desearía eso.

Seguí revisando y me encontré con algunas fotografías, eran  tres chicos atractivos y una chica rubia. Levanté la vista cuándo noté que Lena me observaba.

Ellos son los chicos del barrio —musitó despacio.

Mi corazón se aceleró al oír ese título tan ridículo.

Miré nuevamente las fotografías, observé cada uno de sus malditos rostros y las sonrisas pintadas en ellas. Parecían sacados de alguna serie de terror, con sonrisas siniestras y miradas penetrantes.

Los chicos del Barrio | LCDB #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora