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Al castaño le sorprendía cómo lograban salir todas esas lágrimas de su ahora amigo, llorar parecía ser su única salida, como si vivir dependiera de ello, o fuera por lo menos una razón para intentarlo.

—¿Crees que lamentarte por él hará que regrese? —le preguntó al sentirse desesperado por verlo de esa manera, pero el pelinegro no respondió—, no tiene sentido, deberías dejar de llorar —sugirió, mostrándose molesto por el silencio de su acompañante.

Sin embargo, el pelinegro siguió llorando, sumergiéndose en sus lindos recuerdos que trataban de no verse opacados por las palabras del moreno. Después de un rato, y al sentir sus ojos hinchados, detuvo su llanto y finalmente se atrevió a mirarlo, logrando encontrarse con esa mirada indiferente —característica de él cuando se hallaba molesto— que era acompañada por su rostro inexpresivo.

—¿Olvidaste que él también me dejó a mí? —cuestionó, recordándole que no era el único—, ¡detente, llorar no te servirá de nada!

—¡Deja de ser tan duro conmigo! —suplicó, levantando levemente su tono de voz, para impedir que continuara mirándolo de esa manera—, ¿piensas que lo he olvidado?, ¿tú crees que he olvidado cómo él hablaba de ti?, ¿cómo sonreía cuando te mencionaba?

El castaño no respondió al sentir el nudo en su garganta crecer con lentitud. Intentando evadir aquella sensación, dirigió con cautela su mirada a la pared que se encontraba unos metros lejos de ambos y suspiró pesadamente ante las palabras del pelinegro, sin aún responder enseguida.

—Tus lágrimas son como las gotas de lluvia: resbalan sin parar y al final no te sirven de nada, una a una caen, liberándote del dolor pero dificultándote ver tu realidad... —musitó luego de varios minutos, pensando cuidadosamente en qué decir después

—¿Mi realidad? —murmuró confundido, prestando atención a lo que escuchaba. El castaño asintió.

—Sí, tu realidad; esa que te hizo llegar hasta aquí— desvió la mirada hacia el pasto húmedo por la brisa del día anterior—. ¿Cómo fue que llegaste aquí, en realidad? —le preguntó, queriendo verificar sus pensamientos, pero sin suponer cosas mayores todavía.

No lo sé... —murmuró— Siempre que lo pienso no puedo encontrar una respuesta. Todo lo que hice no... No me llevó a nada...

El moreno sólo sonrió con tristeza, y un poco de empatía, al entender sus palabras.

Entonces tú también perdiste...

Asustado y confundido, el pelinegro trató de entender a lo que su amigo se refería, pero no lo consiguió al final. Por instinto, o simplemente por no saber qué decir en ese momento, decidió no hablar, ocasionando que ambos se quedaran sumergidos en un silencio casi agobiante y asfixiante.

—¿cuándo lo perdiste todo?, ¿cómo sabes que yo lo perdí todo? —se atrevió a preguntar tímidamente, sin desear permanecer un segundo más en silencio.

—Tu mirada me lo dice —sonrió de lado—. Cuando nos conocimos tus ojos brillaban, eras feliz. Cuando nos conocimos pude entender la razón de tu felicidad, era él —lo miró por unos segundos antes de bajar la mirada nuevamente—. Y cuando te encontré aquí supe que habías sido derrotado; tus ojos ya no brillaban, y si lo hacían era por las lágrimas —el pelinegro lo miró con asombro, dándole silenciosamente la razón—. No sé exactamente qué sucedió contigo, pero, algo me dice que todas tus lágrimas no son sólo por él, hay algo más que no te deja vivir en paz.

—¿cómo podría volver a vivir en paz después de todo lo que hice? —se cuestionó a sí mismo, dejando caer algunas lágrimas al esconder su rostro entre sus manos.

—¿Ahora lo entiendes? —inquirió— Eres preso de tu realidad, tu pasado te ha hecho llegar a este lugar...

Perdí... Perdimos —reafirmó con desánimo y el hueco en el pecho acompañando sus palabras, su amigo sólo logró asentir lentamente, aceptando también esa derrota interna

—Yo lo intenté, lo intenté pero... Simplemente no pude

—Entonces, ¿qué sigue?

El moreno suspiró con pesadez una vez más para evitar que aquella amarga sensación siguiera creciendo dentro de sí y, al paso de unos segundos, pudo responder:

Morir —sonrió levemente, intentando mantener sus ojos limpios de lágrimas— Después de la batalla no tiene sentido iniciar una guerra en la que nadie nos apoyara...

—Pero, ¿por qué tendría que ser una guerra? —cuestionó con curiosidad.

—Porque nada sería fácil si decides intentarlo: la gente que te acompañó ya no va a estar allá afuera, ya no habrá quien te diga que tienes que seguir para que al final todo valga la pena. Ya no habrá por qué luchar, de todas formas, hacerlo no tendría ningún sentido —sin poder protestar por lo menos, pequeñas gotas comenzaron acumularse en sus ojos, impidiéndole ver con claridad—... Sea cual sea la decisión que tomes, vas a caer; así como las gotas al llover, que caen al no soportar permanecer por más tiempo en la nube; rendidas y esperando que la caída no se vuelva infinita, para evitar sufrir...
























—sky

diluvium » shDonde viven las historias. Descúbrelo ahora