Con cada roce que sus dedos daban sobre las cuerdas de la guitarra el suelo bajo sus pies temblaba.
La púa negra golpeaba con agresividad las cuerdas de la guitarra eléctrica, como si su objetivo fuese romperlas.
Sentía que en cualquier momento los oídos le empezarían a sangrar o qué se le desgastarían las yemas de los dedos en cada acorde.
Algunos dedos se le resbalaban un poco en consecuencia de estar manchados de ese líquido carmesí. Lo que solo desencadenaba más violencia y agresividad en él.
Sus converse blancas estaban sobre un charco rojo, manchadas de sangre.
Al igual que su camiseta blanca y sus pantalones vaqueros negros.
La sangre chorreaba desde sus codos, muñecas, hombros, barbilla, frente, pelo...
Incluso desde debajo de sus uñas.
Esa habitación era un gran charco de sangre.
A su alrededor había docenas de cadáveres, algunos descuartizados. En las paredes se podían ver manchas rojas de manos arrastradas.
Las paredes, las sillas, las mesas, el suelo, la puerta, la guitarra, los amplificadores, él...
Todo lleno de sangre.
La habitación seguía temblando, los amplificadores estaban a su máxima potencia y los charcos carmesís del suelo tenían ondas, incluso se podría decir que saltaban de alguna forma retorcida.
Parecía que las ventanas estaban apunto de quebrarse en mil pedazos.
Estaba expulsando toda la furia que podía allí, tocando su amada guitarra, con una sonrisa de loco y un mar de lágrimas cayendo por sus mejillas.
Se había vuelto loco.
Y lo que más miedo le daba es que lo amaba.
Amaba esa situación y amaba el sentimiento que se había encajado en su pecho y nadie iba a ser capaz de arrancárselo.
Poder.
Una ventana a su lado estalló y algunos trozos de cristal se le incrustaron en la parte derecha de la cara y en el brazo.
Aumentó el volumen aunque ya estuviese al máximo y otra ventana reventó al igual que la anterior.
Empezó a ver luces rojas y azules a lo lejos y gritó de frustración.
La tercera ventana voló por los aires.
Los coches de policía estaban aparcados fuera y paró de tocar.
Todo se calmó y él solo era capaz de escuchar un pitido.
Le habían empezado a sangrar lo oídos.
Entraron policías con armas apuntándolo, pero no levantó las manos ni bajó la guitarra.
Solo sonrió y el líquido rojo empezó a salir de su boca.