La casa en que vivo se parece mucho a la que tenía en el clan, pero los materiales son distintos, la maderas pulcras han cambiado el toque más rústico que tenía mi vieja vivienda y el piso es liso y limpio. No tengo un fogón en medio de la casa, pero si una pequeña chimenea cerca de unos asientos hechos de cuero, la cocina está a pocos pasos de ese espacio para usar el calor de la chimenea en calentar la comida, tenía una zona de aseo y de baño que está cerca de mi cama en donde puedo ver todo el resto de la casa junto a su puerta de entrada y dos ventanas que permiten la iluminación en la mañana y la tarde.
Dejé absolutamente prohibido crear más murallas en mi hogar en cuanto empecé a trabajar en ese espacio junto a la familia de David, el viejo omega comprendió mis razones mientras que con ayuda de Jeremías, Daniel y Ramón desarrollamos el proyecto. En ese momento Jeremías, el mayor de sus hijos, había traído algunos de sus artilugios para experimentar con ellos en la construcción. Todavía recuerdo ese extraño martillo con cuerdas y una palanca que buscaba clavar de manera más rápida los clavos sobre las maderas, algo que al final no ocurrió como se esperaba pero dejó unos recuerdos en la tablas con clavos chuecos y mal puestos que se convirtieron en un espacio para colgar algún abrigo u otro utensilio a requerir en la entrada de mi hogar.
Luego de limpiar la casa y vestirme, decido calentar un poco de leña para cocinar. Si bien Jeremías había fallado en su martillo, logró hacer un interesante plato que mantenía la carne cruda y algunas presas en buen estado por dos días con una materialidad distinta, lo que me permitía guardar carne cortada de conejo y unas aves que había casado en la tarde del día de ayer para esta oportunidad.
Mientras el fuego comenzaba a quemar la madera seca, me encargué de limpiar la carne guardada y triturarla en pequeños pedazos. Lucía había acostumbrado a Lucero en comer trozos pequeños de carne o como ella solía llamarle de manera "civilizada" lo que me hacía reír. Sin embargo, comprendía las razones de enseñarle aquella forma de comer.
No estábamos en mi clan o en el mundo de lobos y en algún momento ella tendrá amigos y más gente humana a su alrededor, que aprenda a comportarse así tenía importancia. Aunque también comprendía que había una parte de nuestra pequeña que anhelaba lo salvaje y la naturaleza. Ya muchas veces la había visto intentar cazar animales pequeños o su madre me contaba que le gustaba estar descalza y arriba de los árboles. Eso, lamentablemente para Lucía, lo heredó completamente de mí.
La carne la he trabajado con una mezcla de hierbas, la cantidad es sumamente contundente para las visitas que estaban pronto a llegar, lo suponía por el ruido a la lejanía de unas ruedas moviéndose a son suave por la tierra.