Aún recuerdo aquel bello atardecer donde el frío parecía calarme los huesos despiadadamente, mientras me encontraba sentado frente a la ventana recorriendo con la yema de mis dedos el lienzo repleto de garabatos multicolor, mis ojos divagabando entre el otoñal y bermejo paisaje y la obra de arte que tomaba forma al lento pasar de las manecillas del reloj.
Los últimos rayos del sol golpeando con vehemencia contra mi rostro pálido logrando llenarme de una casi imperceptible calidez, la conmoción por pensar y percibir las sensaciones más gratas, que ocurren con frecuencia, pero pocas veces apreciamos. El aroma de los acrílicos se colaba sin permiso alguno en mis fosas nasales y suspiré por el regocijo que me generaba aquel momento de plena tranquilidad; me sentí agraciado por los pequeños detalles de la vida.
Sin retorno la noche había llegado, la tenue luz del sol dejó de tomar dominio de mi rostro y mis intentos de terminar dicha obra habían culminado frente al resplandor de la luna. Recuerdo aún como fingiendo ser un aventurero me enfrente a las calles heladas sin compañía alguna, colocándome mis opacos lentes, simulando banalidad por las pintas que llevaba puestas; sentí mis pies danzar en la acera y el viento azotar mi rostro sin cuidado alguno, las hebras de cabellos que en algún momento habían poseído una forma decente dejaron de existir y aún así me sentía bien, me sentía libre. Entre todo el caos, me encontraba en paz.
Paz que no logró mantenerse de pie, tal como yo, que despavorido caí fuertemente y sin retorno sobre el cemento, dejando esparcidas por doquier mi obra y las pinturas que tomaban dominio de mi valija.
Y en aquel momento pasaron por mi mente cada uno de los insultos que desfundaria contra ti pero no solté; no pude al escuchar la claridad de tu voz angelical pedir disculpas de todas las maneras posibles, la suavidad de tus manos al verificar que me encontrara bien y los suspiros pesados que liberabas al juntar el desastre que había causado al caerme.
Te seguí, en cada movimiento, en cada disculpa, en los extraños sonidos que chillabas al realizar cada acción para ayudarme y en la preocupación innata que escapaba de tus labios.
En el momento en que los sollozos brotaron sin retorno de tu garganta comprendí que la pintura que cargaba conmigo había acabado en un desastre apático, y recorría con mis dedos la misma sin importarme mancharme en el proceso para luego suspirar con pena. Pero eras tú: tan mágico, tan sublime, tan encantador que no logré musitar palabra alguna para descargar mi ira debido al destrozo. Tan solo acariciar tu abultada mejilla, agraciada como exuberante seda, intentando acallar tus lamentos, haciéndote sentír que todo estaría bien y logrando ,quizás ,un poco de recelo de alejar mi palma de la maravilla que consistía tu suave rostro.
Simplemente no caigo en cuentas de como todo sucedió, tengo un divagar de recuerdos reproduciéndose como una formidable película antigua frente a mis ojos. Tú al llevarme a mi casa, el nerviosismo latente de mis manos, el calor de tus bonitas mejillas y las sonrisas apenadas que tomaban dominio en nuestros rostros.
Las preguntas rondaban en mi cabeza, ¿ no habías notado el pequeño detalle de mis gafas frente a la oscura noche? Tal vez por mi forma desvergonzada de actuar y como desprendía una acostumbrada confianza que muchos otros no gozan, y preferí mantenerlo oculto al menos hasta nuestro próximo encuentro, donde me quisieses sin importar el qué dirán, donde aquello no fuera un inmpedimento para que nuestros corazones palpitaran en magnífica sintonía.
...
El día llegó y desprendiste las gafas del puente de mi nariz con curiosidad, dejándome al desnudo, tan débil contra tu intenso mirar. Mi iris perdido en colores grisáceos resaltaba contra el cielo sin nubes que cubran su brillante color, el tenso silencio se propagó y por ello mi estómago causó dolorosos estragos, las náuseas parecían estar cada vez más presentes en la boca de mi estómago mientras arrugaba el borde mi pantalón buscando apoyo.
Pero tan solo te sentí sonreír: sonreíste tan radiantemente que me sentí un pobre mundano al no poder apreciar la magia que desprendías en carne propia con tu vivaz sonrisa. Las lágrimas se deslizaron de mis ojos, pero tú solo limpiaste cada una de ellas con besos lentos y prolongados por la extensión de mis mejillas. Entonces allí fue donde me sentí seguro; en tus cálidos brazos nada podría faltarme y juraba que protegería con mi vida cada uno de tus preciosos cabellos del mal exterior.
"Ni siquiera puedo verte, Jiminie. No sé cual es el color de tu cabello ni qué tan resplandecientes son tus ojos aún cuando menciono cuanto amo esos detalles de ti. Todo es tan negro, tan opaco, tan vacío”. Escapaba de mis labios sin detener la cascada que había tomado dominio de mi mirada, “sentir la suavidad de tu cabello no se siente suficiente. No cuando quiero poder observar con lujo de detalles todo de ti pero me es imposible”. Y cuando te alejaste sentí mi mundo desmoronarse por un segundo, creí que había agotado tu paciencia y eso me generó un dolor punzante en mi pecho. Pero tu nuevamente estabas ahí, junto a mi con un bolso lleno de materiales y el optimismo rebozando tus poros. "Mi cabello es amarillo, como el limón. Y mis ojos son marrones, como tu cabello o el chocolate más delicioso" no comprendí tus comentarios hasta que tus labios se fusionaron con los míos, llenos de un sabor dulce y reconfortante que logro traer recuerdos a mi memoria. "¡Y tus ojos son como las nubes del cielo en un día lluvioso!¡amo los días lluviosos!" Sonabas tan animado cuando recorrías las zonas húmedas de mi rostro, causando que me removiera en busca de más toques para acallar todas las inseguridades de mi mente, y concentrándome en el alegre sonido de tu voz hablando sobre el infinito firmamento. Y pensé en pintar mil millones de galaxias nuevas para que tus palabras jamás me abandonen.
Los días pasaban convirtiéndose en meses, llegando a ser inolvidables años, y agradecí al destino por ser tan imprudente al dirigirme a las calles sin compañía alguna, donde me toparía sin previo aviso a quien sería el dueño de mi corazón, antes marchito, pero ahora más floreciente en regocijo que nunca.
En cada caída estarías tú para alzarme, con tus labios regordetes y aquella luz innegable que desprendías del alma, demostrándome nuevamente lo ensordecedores que podían llegar a ser los matices de la vida en la plenitud.
Me devolviste los colores. Tú eras todos los colores que yo realmente necesitaba.
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Colors || Kooĸмιɴ
Fanfiction"Pensé en pıntαr mıl mıllones de gαlαxıαs nuevαs pαrα que tus pαlαbrαs jαmάs me αbαndonen." ❥ One-shot. ❥ Fluff. ❥ Participación de "TarotAwards" @-minlust Anteriormente @-Doddlebaby-.