1. Una ayuda.

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En las afueras de Karmaland, se vivía muy tranquilamente, sin ruido de cualquier tipo, además con aire puro... lo que al joven Guillermo le gustaba, trabajar en el campo, aunque eso le llevara más trabajo de lo que muchos pensaran, recoger patatas, trigo y vendérselo al pueblo más cercano; Karmaland, que era un reinado, ni muy grande ni muy pequeño, era agraciado por lo que tenía, si se podía decir. Nunca se le hizo duro trabajar con su abuelo, Merlon. Fantaseaban con tener mucho dinero e irse, lejos, vivir sin trabajar, con todas las metas hechas, ¡algo normal! ¿No? Todos piensan eso, entre risa y risa, sin pensar lo que pueda pasar el día de mañana.

Iba pasando el tiempo, de tantas risas, tantos buenos momentos y su abuelo cada vez iba perdiendo esa vitalidad. Cayó enfermo, ¿qué pasó? ¿Esto no era un simple resfriado? ¿Por qué estaba tan mal? Esperaba que... no fuese su culpa, como el accidente de sus padres, que se pudiese recuperar.

—Guille... Ve al reinado de Karmaland y pídele ayuda al Rey, me debe un... — tosió, su voz se apagaba, ¡no, joder, no ahora!

—¡Abuelo, no hables, vas a mejorar y lo sabes! — Intentaba animarlo, tomando su mano, a pies de la cama, estaba perdiendo la esperanza, no, esto no era lo que soñaban.

Interrumpió el abuelo —. Sabes que me queda poco... Dile que vas de mi parte... te debe cuidar, lo siento por no quedarme más tiempo, ¡sé feliz...! Lo siento tanto, hijo... —. Acabó disculpándose tanto, poco su temperatura iba disminuyendo, mientras las lágrimas de Guillermo por sus mejillas también, su única familia, había muerto, ¿por qué? Nadie le había ayudado hasta ahora, ¿debía ir...? Le haría un funeral a su difunto abuelo, su figura paterna, que tantas cosas le enseñó de la vida.

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Pasaron tres días de eso, se alimentó muy poco, solo cavó una tumba y enterró a su abuelo, dejando flores cada día, lloraba y lloraba, ¿qué hacía...? Solo iba a morir de hambre. Si solo se dirigía a ver lo que decían de aquel lugar... no sería tan malo, ¿cierto?

Terminó colocándose su boina verde, despidiéndose, delante de la tumba de su abuelo.

—Me debo ir... hacerte caso.— Tomó aire, antes de soltarlo e irse corriendo, sabía el camino, hacía años que no iba porque quedaba demasiado lejos, solo iban su mochila y él, admiraba el paraíso, por el día, fue toda la mañana caminando hasta la tarde, comiendo un poco de pan que hizo con sus propias manos. Podía ver el... ¿pueblo? Eso era ya como una ciudad, paseó por el lugar, por las tiendas, olvidando lo que debía hacer, se había incluso perdido entre tanta tienda.

Acabó chocando de frente con alguien.

—¿A ti que te pasa, tontito? — Preguntó, mientras Guillermo estaba en el suelo, era un hombre que estaba muy musculado —Eh... nada... Lo siento soy nuevo en el pueblo...—tenía ojos morados; los puso en blanco, suspirando levemente, ayudando al peliblanco —. Bienvenido, soy Vegetta o Samuel de Luque —. ¡Le dijo su nombre, se lo dijo!

—¡Soy Guillermo, Guille...!—Casi gritó, mientras se levantaba del suelo. Menuda emoción más tonta Vegetta se queda bastante extrañado al ver tan efusivo al albino, ¿tenía algún problema? Ya fuera mental o no, carraspeó el mayor de los dos —. ¿Te enseño el lugar no necesitas ayuda, Guillermo? — Preguntó, amablemente, aunque estaba deseoso de irse a su gran mansión, tenía mala suerte de chocarse con un cualquiera y no un amigo como podía ser Rubén, Luzu... Alguien — E-Eh... ¡Sí! Mi abuelo... me mandó aquí y dijo que vaya con el Rey... pasó una cosa —

«El mismísimo Rey... ¿Quién se cree este campesino sin modales?». Pensó Samuel, esperaba que lo echaran a patadas del lugar y tener más al alcance al Rey, tenía mucho, muchísimo poder —. Andando —. Sabía perfectamente dónde se encontraba, solo debía seguirle al mayor de edad, no le iba a hacer nada malo, no le interesaba más bien, ese lado maligno se lo dejaba a la Hermandad Oscura, que Guillermo ni siquiera tenía idea; fue un tanto incómodo el paseo, pero a la fuerza sacó conversación, sobre los habitantes de Karmaland, no podía estar ni un segundo más callado; Vegetta habló un poco de todos, menos de un par. Habló de sí mismo, bastante, de cómo era su casa y algún tip para construir mejor.

Llegaron a un lujoso lugar de oro y diamantes. Abrieron las puertas un par de seguratas bastante armados, le daba un poco de mala espina, pero... Seguiría el rollo; un chico que llamó muchísimo su atención apareció.

—¡Vegetta! ¿Qué haces de nuevo aquí? ¿Vas a pedirle a mi padre algo? — Ni de la presencia del albino se percató — No Fargan, es él, dice que ha pasado algo muy grave y debe hablarlo con tu padre cuanto antes — El chico de la máscara de búho se acercó, tomando su barbilla bruscamente, ¿qué buscaba en su cara?

Acabó alejándose, mirando al chico de arriba abajo —. Mi padre está libre, puedes hablarle de lo que quieras y te puedes ir ya si deseas, Vegetta — parecía aliviado el azabache, yéndose por la puerta, sin mediar palabra o un adiós. ¿Fue tan pesado estar con él? Suspiró, esperaba que el padre del chico-búho le prestara atención.

—Sígueme y puedes llamarme David o Fargan, como quieras, nuevo habitante —. Era más amable que el otro, se sentía mucho más aliviado por dentro; abrió la puerta del despacho de su padre, estaba mirando el periódico, para ver seguramente qué se contaba el pueblo, a secas.

—¿Hijo? ¿Qué pasa y quién es ese de ahí? ¿Otro acompañante...? — ¿"Acompañante..."? De refilón observó a David, no sabía nada de sus gustos todavía pero... —. No padre, dice que tiene algo importante que decirle.

El rey dijo que se acercara a él y le contara sobre qué era, unos pasos adelante dio, tragando saliva.

—Mi nombre es Guillermo y... Merlon ha fallecido, me dijo que viniera aquí, a decírselo al Rey...— Los ojos por completo abrió el rey, ¿murió uno de sus mejores amigos? Incluso su respiración se cortó, no pudo ser, Guillermo intentó mantener la compostura pero unas lágrimas cayeron de sus mejillas de nuevo, Fargan corriendo, al oírle, fue a secarlas.

—Oh... esto puede ser un tema duro, vayamos a mi habitación y luego a la cena lo seguimos hablando, ¿sí padre? — despacio se llevó a Guillermo a sus aposentos, para intentar calmarle.

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